Ocupemos el mundo

Olga Abasolo | Papeles

Han pasado dos años desde el estallido de la primavera árabe –en enero de 2011–, y de los posteriores movimientos 15 M en España y Occupy en Europa y EE UU. La movilización en la calle ha persistido pero el protagonismo ha pasado de las asambleas a los sectores afectados por los recortes y las privatizaciones representados por las distintas “mareas”. Y a escala menor en términos de presencia en las calles, pero no en términos del impacto real y mediático, las movilizaciones contra los desahucios o afectados por las preferentes.

No cabe duda que los acontecimientos y dinámicas cuya interpretación abordan los dos libros que aquí se reseñan abrieron un nuevo escenario para el ejercicio de la política, un nuevo “estilo”, si se quiere. Si bien, como en todo proceso social, en constante transformación, conviven lo “viejo” y lo “nuevo” y el final permanece abierto.

Han sido muchos los libros publicados al calor del movimiento de indignación y pudiera parecer que existe un riesgo de pérdida de actualidad cuando se trata de abordar un fenómeno social de estas características. Sin embargo, ambos libros escapan a ese peligro puesto que no son ni meras descripciones coyunturales, ni panegíricos más fundados en los deseos de los autores que en una realidad sopesada, sino que son interpretaciones de largo recorrido. Su lectura sigue ofreciendo claves para interpretar aquellos acontecimientos, y aún más importante, para reflexionar sobre los procesos abiertos desde entonces, sus interrogantes y sus perspectivas de futuro, con toda la complejidad y multiplicidad de aristas que ofrece todo proceso social. Si uno tiene la virtud de tener una dimensión internacional y albergar diversos enfoques; el otro tiene la de profundizar en las causas y caracterización de la indignación, y en las perspectivas de futuro. Sus autores son personas expertas y activistas de los movimientos sociales.

Los editores de ¡Ocupemos el mundo! declaran en el prólogo que no pretenden ofrecer un relato definitivo del movimiento, sino interrogarse sobre él, asumir sus fallas, descubrir sus impotencias. La serie de textos que lo integran transitan desde Barcelona, Madrid, Atenas, Túnez, El Cairo, Lisboa, Islandia, Londres, Moscú o Tel Aviv y sus autores reflexionan sobre las razones políticas, económicas y materiales que explican el ciclo de luchas a nivel global, insertas en la crisis de legitimidad del actual sistema político y económico, y por tanto en la apertura de un ya elocuente dilema: capitalismo o democracia.

En Planeta indignado sus autores indagan en la coyuntura de «racionalización irracional de un sistema irracional» como caracteriza David Harvey la actual crisis, en la que el capital lejos de solucionar sus desequilibrios estructurales se limita a desplazarlos de ámbito, para ahondar en esa misma contradicción histórica entre capitalismo y democracia. La reflexión gira en torno a cuatro ejes de articulación de la indignación: el internacionalismo, la deuda ilegítima, el feminismo y la crisis ecológica.

Es tan falsa como innecesaria la búsqueda de similitudes entre contextos dispares, aun siendo cierto que la actual fase del capitalismo genera dinámicas similares en todo el mundo. Bajo esa mirada se recorren en ¡Ocupemos el mundo! las distintas realidades con sus particularidades. Sin embargo, la virtud del libro reside sobre todo, en la primera parte, en la que se desgranan desde diferentes perspectivas las fundamentales tendencias, posicionamientos y prácticas políticas del propio movimiento de indignación. Surge así –a través de la lectura entrelazada de estos capítulos– un diálogo necesario, que no debería desde luego darse por concluido. Y que, por otra parte, lejos de ser nuevo, forma parte del pensamiento político de eso que entendemos como la izquierda con propuestas de signo más marxista o autonomista-libertario.

La diferencia de puntos de partida que abordan algunos de los textos quedaría reflejada en la cita de Rosa Luxemburgo: «el movimiento, como tal, sin relación con el objetivo final, el movimiento como objetivo en sí mismo, es nada» (p. 42). Es decir, si la finalidad es la consecución de un fin –total o parcial– o el proceso en sí mismo. A partir de ahí, el debate se extiende a cuestiones clave como si las experiencias parciales están capacitadas para ganar terreno a la dominación del capital sin afrontar la cuestión del Estado, y correr así el riesgo de convertirse en una suerte de comunidades de élite [p. 44], que perderán su poder emancipador si no se detienen a pensar cómo se regulan las relaciones sociales desde las distintas arenas institucionales. Del lado de las prácticas políticas, se establece el debate sobre si la búsqueda permanente del consenso no acaba alimentando la ilusión de una homogeneidad imposible, a la vez que con ello borrara injustamente el modo en que quedan representados los distintos intereses de clase, raza y género en una posición o decisión política concreta.

Otro de los aspectos que se debaten en este libro, y en la misma línea, es la oportunidad o no de insertar la práctica política en marcos de referencia organizativa “clásicos” o en nuevas formas de organización más centradas en el propio procedimiento, derivado del proceso de construcción de la democracia directa, que en el debate político (p. 112). Formas que han predominado como elemento común que atraviesa a varias de las experiencias. Como las que se producen desde las redes sociales y que culminarían en la masiva convocatoria del 15O, en la que se produjo una mezcla de gran plan, de narrativa lineal y de gran improvisación en una suerte de caos creativo (p. 90).

Uno de los elementos más interesantes planteados, no solo a efectos de poder interpretar lo pasado, sino a afectos de pensar el futuro es el hecho de que la ciudadanía se haya sentido masivamente apelada sin que existieran estructuras de referencia sólidas, movida por una suerte de lenguaje común en un momento de creciente crisis de legitimidad y de desafección ciudadana hacia las estructuras clásicas de organización. Y, en ese sentido, en el libro se dan algunas claves muy interesantes: los procesos de fragmentación del mundo laboral en los últimos lustros han tenido como resultado formas de cooperación y organización que provienen de subjetividades emergentes lejos del marco que ofrecen las estructuras organizativas tradicionales de la izquierda (p. 57). Se ha construido un nuevo horizonte de rganización social y política combinando formas presenciales y telemáticas que evitan la asfixia y aseguran la información, la omunicación, la participación y la inteligencia colectiva.

Josep Maria Antentas y Esther Vivas centran en cambio su reflexión en Planeta indignado en cuatro ejes en torno a los cuales se podría llegar a articular un ciclo de luchas: la dimensión internacionalista, la deuda-recortes, el feminismo y la crisis ecológica, que implique «partiendo de una determinada visión del mundo y de un sólido conocimiento del pasado, dejarse interrogar por lo nuevo y por el futuro que germina en el presente, con la voluntad de reactualizar en permanencia, a modo de work in progress estratégico, los fundamentos de una estrategia y una política revolucionaria que echa sus raíces en los dos siglos de luchas emancipatorias que tenemos a cuestas» (p. 171).

Con respecto a la deuda ilegítima, se propone articular la lucha en torno a la exigencia de su no pago, bajo el argumento de que es utilizada como excusa por parte de acreedores y gobiernos e instituciones para la aplicación de las políticas de ajuste. En palabras de E. Toussaint: «El reembolso de la deuda pública constituye el pretexto para imponer la austeridad y al mismo tiempo un potente  mecanismo de transferencia de ingresos de los de abajo hacia los de arriba (del 99% en beneficio del 1%)» (p. 127). Estaríamos así ante la dicotomía de deudocracia versus democracia que exigiría el control de las prácticas del Estado y de su deuda. Iniciativas como la Auditoría Ciudadana de la Deuda estarían encaminadas en esta dirección.

Por otra parte, el libro defiende la urgencia de una interpretación de la crisis en clave feminista que visualice el impacto del desempleo masculino en las familias, las condiciones reales de las mujeres en el mercado laboral, los efectos del trabajo reproductivo no remunerado en la ocupación femenina, las consecuencias específicas de las políticas de ajuste, etc. Mientras, permanece vigente el proceso inconcluso de que el movimiento feminista alcance visibilidad específica e impregne al conjunto de las luchas sociales en ascenso de la perspectiva de género (p. 143).

Con respecto a la crisis ecológica queda abierto el reto de articular un movimiento internacional, de amplia base social y que incluya al sindicalismo, contra el cambio climático ligado al movimiento global indignado que señale cómo anticapitalismo y justicia climática son dos combates que tienen que ir estrechamente unidos.

Por último, sus autores parten del diagnóstico de que la combinación entre la magnitud de la crisis y las brutales políticas de ajuste, unidas a una crisis de los grandes partidos y sindicatos de izquierda que se muestran incapaces de presentar una alternativa reformista coherente empujarán a la radicalización social (p. 175) que reclamará que se plantee con claridad otra agenda que rompa con el paradigma neoliberal desde una lógica anticapitalista. Para ello, y sobre la base de una generalizada mercantilización de la sociedad cabe unificar las resistencias, siempre desde la comprensión de la pluralidad de lo social (no como apología de la fragmentación). Queda así abierto el reto también clásico de articular los intereses colectivos desde la comprensión de la pluralidad social y de las contradicciones que atraviesan la sociedad capitalista, teniendo siempre en cuenta que el cambio social, más allá de las minorías activas, vendrá de la mano de la acción colectiva de la mayoría de la población, sin menosprecio de la disputa del terreno electoral.

Por último, si bien la situación actual es sumamente difícil, ofrece la paradoja de que, en opinión de los autores, si por el momento, la correlación de fuerzas es totalmente favorable al capital, las bases de su hegemonía están empezando a fracturarse. Si bien, tenemos que estar alerta a la emergencia de la “indignación reaccionaria” (populismos de derechas, fundamentalismos religiosos y xenofobia) que avanza entre las clases populares y medias.

Entre tanto, los datos de la última EPA, en enero de 2013, presentan un escenario sombrío con una tasa de paro del 26,02%; el 55 % de paro juvenil y el 36,5% de paro de la población inmigrante. El total de familias en las que ninguno de sus miembros puede trabajar asciende a 1.833.700 personas. Según Delegación del Gobierno, en 2012 se convocaron 3.419 manifestaciones. Desde mayo de 2011, se han puesto en conocimiento de la Comisión Legal de Sol unas 300 “multas” como método de sanción a los ciudadanos que ejercen su derecho legítimo a llevar a la calle sus reivindicaciones políticas, sociales y económicas. Cabe pensar que crezca la conflictividad social, pero aún parece lejana la posibilidad de que se imponga una reorganización social. La lectora o el lector interesado o preocupado por la realidad social y las formas de contestación encontrará en la lectura de ambos libros claves para repensar nuestro contexto con proyección de futuro.

Planeta indignado. Ocupando el futuro. Josep Maria Antentas y Esther Vivas. Sequitur. Madrid, 2012. 216 págs.

¡Ocupemos el mundo! Occupy the World! Joseba Fernández, Carlos Sevilla y Miguel Urbán (eds.). Icaria ed. Barcelona, 2012. 208 págs.

*Olga Abasolo es miembro de Fuhem Ecosocial. Reseña publicada en la revista Papeles, nº120.

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