“Lo que comemos tiene muy poco de alimento y mucho de producto alimentario”

Miguel Ángel Conejos | Ara Info

La pasada semana tuvimos el placer de hablar con Esther Vivas con motivo de la publicación de su nuevo libro El negocio de la comida. Activista, periodista y gran conocedora de la industria y la economía agroalimentaria, el subtítulo de su libro nos explica con mayor profundidad cual es la temática del mismo: “¿Quién controla nuestra alimentación?”. Una obra que analiza en profundidad el sistema económico agroalimentario tratando de dar respuesta a las preguntas que plantea una industria con derroteros suicidas y ejemplificar cómo actúa y en qué ámbitos de la vida nos enfrentamos a ella.

Tratamos de hacer un acercamiento a la magnitud de la industria alimentaria. Iluso de mí, le pregunto a Esther cual podría ser el PIB de un país que manejara toda la industria agroalimentaria del planeta. La cara de mi interlocutora me indica que la pregunta no tiene respuesta concreta. “Lo que hoy vemos es que los alimentos se han convertido en un gran negocio, por parte de unas pocas empresas que han transformado este sector en un instrumento para ganar dinero. Hay una serie de empresas clave a nivel internacional que son las que dominan el mercado de la agricultura y la alimentación, Monsanto, Cargill, Nestlé, Danone, Carrefour, Alcampo o Mercadona en el estado español”. Estas empresas nos acercan al volumen de negocio que supone la industria alimentaria. Pero, ¿de qué manera se hace ese negocio? “Del mismo modo que en el contexto de crisis económica la gran banca ha hecho negocio con la vivienda, actúa la industria agroalimentaria sin que nos demos cuenta, y sin alimentos no somos nada”.

La alimentación incluye una gran cantidad de sectores industriales de los que Esther Vivas es gran conocedora. “Desde las semillas, esencia de la vida y la agricultura, hasta la venta y consumo individual, cada uno de los tramos de la cadena agroalimentaria está monopolizado por unas pocas multinacionales. Las semillas han sido privatizadas a partir de los años 60, lo que te obliga a comprar a las semillas a unas pocas multinacionales. Los campesinos no pueden vender semillas, como mucho pueden intercambiarlas. Más allá de este primer eslabón, existe un compendio de empresas que procesan estos alimentos, hasta que llegan al supermercado, el lugar en el que realizamos el 80% de nuestras compras. Todas las empresas involucradas en cada uno de estos eslabones tienen un papel clave para decidir qué comemos, cómo lo comemos y qué precio pagamos por ello”.

Entendemos que un cambio en los hábitos de consumo es posible y sencillo, pero no parece tan fácil el cambio en los hábitos de producción. “El modelo de agricultura industrial intensiva produce a gran escala porque vende a gran escala. Apostar por otro modelo de consumo implica necesariamente apostar por otro modelo de agricultura. Estamos viendo como emergen alternativas a nivel local, pequeños grupos, cooperativas de consumo o pequeño comercio más especializado, que están ofreciendo un producto agrícola, local, campesino, ecológico…”. Interrumpo a Esther Vivas, porque teniendo en cuenta que la producción de semillas mundial está en manos de tan solo cinco multinacionales, ¿cómo es posible escapar de ellas? Parece evidente que se deben crear otros canales de producción y distribución de semillas. “Hoy existen redes de semillas y organizaciones que intentan recuperar semillas autóctonas, antiguas o locales, que estaban desapareciendo. El comercio de semillas ecológicas también ha reaparecido. Por lo tanto, se trata de cambiar cada uno de esos eslabones de los que hemos estado hablando”.

En esa cadena encontramos al final al consumidor. Sobre las alternativas de consumo que le quedan a éste hablamos también. “En primer lugar tiene que haber una motivación personal. Dar más importancia a qué se come. Pero más allá de esas motivaciones personales relacionadas con la salud, es importante entender que el modelo agroalimentario actual tiene un gran impacto en la pérdida del campesinado o de la biodiversidad. Desde este punto de vista, la inquietud personal puede generar una brecha para cuestionarse ese modelo agroalimentario global”. Ese proceso de concienciación es el que Esther Vivas responsabiliza de la creación de esos nuevos canales, grupos de consumo ecológico, mercados campesinos. Distintas opciones que la gran industria contempla e imita. “La industria agroalimentaria ve en estas alternativas un nicho de mercado, y comienza a vender producto ‘ecológico’ en los supermercados. Esto puede parecernos práctico y accesible, sin embargo, poco van a cambiar el modelo las grandes empresas de la alimentación que son quienes se benefician del actual comercio agroalimentario. No se trata pues de buscar la etiqueta ecológica, sino de buscar alternativas y apostar por un modelo agrario realmente transformador”.

Terminamos nuestra entrevista hablando sobre la manera de modificar un mercado agroalimentario globalizado que se ha tornado en prácticamente incontrolable y la posibilidad de romper con ese mercado, generando un consumo más cercano, que resulte más ecológico y también más saludable. “Lo que comemos tiene muy poco de alimento y mucho de producto alimentario. Si en un supermercado, de todos los productos alimentarios que hay quitásemos todos los aditivos, grasas trans, azúcares, potenciadores del sabor, conservantes… quedaría muy poca comida. En este sentido es importante reaprender a comer porque vivimos en una sociedad en la que parece que comer fruta, verdura, cereales… es comida de pobres y nos obliga a comer cuanto más procesado mejor, lo que tiene un impacto negativo en nuestra salud”. Nuevas enfermedades que emergen como diabetes tipo 2 y otras que se extienden y aumentan, como la obesidad y el sobrepeso o distintos tipos de cáncer. “La alternativa pasa por un modelo de alimentación más vinculada a la tierra, a lo natural, lo que parte de una opción individual, pero que debe convertirse en colectiva. La organización social será la que nos posibilitará cambiar las políticas actuales. Desde este punto de vista han surgido muchas iniciativas, como las cooperativas de consumo, los huertos urbanos, comedores escolares ecológicos, iniciativas contra el despilfarro alimentario o de nuevo campesinado… opciones colectivas claves que demuestran que sí se puede realizar un cambio en el modelo agroalimentario, pero que deben ir acompañadas de cambios políticos, más generales, pues no sólo queremos que la gente concienciada coma bien. Es importante que una buena alimentación llegue al conjunto de la sociedad y eso pasa por medidas políticas. En Aragón, si se quiere comer bien, tarde o temprano, deberían prohibirse los transgénicos, no en vano, entre Aragón y Catalunya se produce el 80% del maíz transgénico de toda Europa”.

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