Un país de cerdos

Esther Vivas | El Periódico

Vivimos en un país de cerdos, y lo digo en sentido literal. En España se sacrifican cada año 46 millones de estos animales, uno por habitante, la cifra más alta de toda Europa. Una carne que se destina en su mayoría a la exportación. Los cerdos crecen y malviven aquí, amontonados en muy poco espacio, sobre suelos enrejados y rodeados de purines, nunca podrán ver la luz del día. Después los matan, y se van. ¿Que dejan tras sí? Mucha mierda.

Catalunya es el territorio más cerdo. De los 4 millones de toneladas de carne producidas anualmente en el Estado, el 42% salen de las comarcas del Segrià, la Noguera, Osona y el Alt Empordà. Unos animales que dejan cada año a sus vecinos más excrementos que los de todos los catalanes juntos, según un exhaustivo informe de la organización Food & Water Europe. Los purines son uno de los principales problemas de la industria porcina.

Los acuíferos catalanes sufren las consecuencias: un 41% están contaminados por exceso de nitratos procedentes de sus orines, lo que dificulta el acceso al agua potable a un total de 142 municipios, según informa la Agència Catalana de l’Aigua. Para abastecer correctamente a sus poblaciones, y que no les falte agua, la Generalitat debe invertir más de seis millones de euros anuales. Los cerdos, y su industria, nos salen muy caros.

Vertidos ilegales

El problema parece no tener fin. La decisión del Gobierno del Partido Popular, en el 2014, de retirar las ayudas a las plantas de tratamiento de purines, que transforman los excrementos en energía, empeoró la situación, y echó el cierre a sus fábricas, aumentando el número de vertidos ilegales. El Tribunal Supremo, dos años más tarde, anuló dicha orden ministerial, lo que permitió la reapertura de algunas de las plantas. Sin embargo, para organizaciones como el Grup de Defensa del Ter, que desde hace años monitoriza la contaminación de las fuentes de agua de Osona, estas empresas no acaban con el problema sino al contrario, permiten aumentar el número de granjas, lo que significa más cerdos, y son energéticamente insostenibles e ineficaces.

La solución pasa por reducir el número de animales. El problema no es el cerdo sino el modelo. Algo en lo que coincide el Síndic de Greuges, que ante la gravedad de la situación, a finales del 2016, tomó cartas en el asunto. Las conclusiones de su informe sobre la contaminación provocada por los purines eran claras: el gobierno catalán había sido demasiado permisivo con el sector y era necesario un mayor control sobre la gestión de los excrementos, así como una moratoria en la instalación de nuevas granjas.

En pocas manos

Pero, ¿a quién pertenece tanto cerdo? La industria está en manos de unos pocos que controlan cada tramo de la producción, desde el pienso a los mataderos pasando por las granjas, cada vez más grandes y con una cifra superior de animales, de mil para arriba. Se trata de un modelo de integración vertical que da a unas pocas empresas un control absoluto sobre el sector. Las pequeñas granjas son relegadas a la desaparición, aunque algunas resisten y otras apuestan por la producción ecológica. La concentración territorial es otra de sus características, lo que genera un problema medioambiental dramático en determinadas zonas. En Catalunya, las empresas se sitúan a lo largo de las comarcas que recorre el Eix Transversal, una autovía al servicio de la industria porcina.

El maltrato animal es su ‘modus operandi’. Los cerdos dejan de ser seres vivos para convertirse en mercancías, amontonados en espacios minúsculos; atiborrados de pienso y antibióticos, que se les suministran de manera preventiva para sobrevivir en condiciones de hacinamiento insalubres; finalmente son aturdidos con CO2, degollados y troceados. Un método que tiene sus orígenes en los mataderos de Chicago del siglo XX, cuando la producción en línea permitía en solo 15 minutos matar y despedazar a un animal. Un sistema tan ‘eficiente’ que Henry Ford lo adoptaría para la fabricación de automóviles. Para el capital, no hay diferencia entre un coche y un ser con vida.

Precariedad

Sus trabajadores, como denuncian los sindicatos, tampoco son tratados como se merecen, y la precariedad es la moneda de cambio. “Valen más los cerdos que van colgados que todos nosotros”, decía un sindicalista de ESFOSA, el mayor matadero de Osona. Las protestas de sus trabajadores estos últimos meses apuntan en esta dirección: bajos salarios, falsas cooperativas que contratan a personas inmigrantes aprovechándose de su situación de vulnerabilidad, persecución sindical.

¿Quiénes son los cerdos?, toca preguntarse. La respuesta está en sus manos.

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