Cambiar el mundo jugando

Esther Vivas | El Periódico

Los juguetes son calco y copia de la sociedad en que vivimos. No nos deberíamos sorprender pues cuando vamos a comprar regalos y nos encontramos con secciones diferenciadas para niños y niñas, con coches, superhéroes y dinosaurios para los primeros, y cocinitas, tocadores de belleza y princesas para las segundas, que muchos transmitan valores como el individualismo o la competencia y no pocos fomenten el sexismo y la violencia.

El juego no es neutro y transmite los valores y las pautas de relaciones hegemónicas en la sociedad. Cuando los juguetes se dividen por sexos, se dice a las criaturas que hay competencias y habilidades específicas del sexo masculino y femenino. A los niños se les instruye para ser valientes y agresivos y las niñas para ser dóciles y hacerse cargo de los cuidados. Ellos podrán ser científicos, informáticos y bomberos, jugar al fútbol y al baloncesto. Ellas maestras, enfermeras y peluqueras, hacer patinaje y gimnasia. Esta división establece las bases de las desigualdades de género.

La violencia machista tampoco escapa de los cuentos y las canciones que les regalamos, leemos o cantamos. ¿Quién es la ratita que barría la escalera sino la mujer asesinada en manos de su pareja, el gato? ¿O Blancanieves y la bella durmiente sino dos jóvenes que esperan la llegada del príncipe azul, que las salvará de la desgracia? Desde pequeñas integramos el mito del amor romántico y normalizamos, tanto niñas como niños, la violencia contra las mujeres. Capítulo aparte merece la hipersexualización de la infancia, en particular de las niñas, con bikinis con relleno o disfraces sexis, y las consecuencias que esto tiene para los más pequeños.

Encasillar los juguetes por sexos estigmatiza las criaturas que se salen de la norma. ¿Qué haces si eres niña y te gustan los juegos de pelota o, aún peor, si eres niño y te encanta el color rosa? Así nos enseñan a través de la ropa que llevamos, la forma en que nos divertimos y las relaciones personales que establecemos cómo debemos comportarnos. Los juegos no solo pueden ser sexistas sino también homófobos y racistas.

Sin embargo, las cosas empiezan a cambiar. Cada vez somos más las madres y padres que nos preocupamos por los valores que transmitimos a nuestras criaturas a través de los juguetes, las pantallas, los cuentos y las canciones. Métodos pedagógicos que defienden otro modelo de juego como Montessori, Waldorf, Reggio Emilia, Pikler ganan terreno así como estrategias de coeducación para combatir el sexismo y la LGTBfobia en las aulas. Cada vez hay más tiendas donde comprar juguetes que fomentan la imaginación, el respeto por el medio ambiente, el trabajo con las emociones y que no hacen distinciones de género. Las familias podemos ir a contracorriente de los valores dominantes, si bien para que una educación cooperativa, solidaria, feminista, inclusiva llegue al conjunto de la infancia hace falta una implicación activa de la administración pública. Se ha trabajado en escuelas, bibliotecas, institutos, aunque en unos más que en otros, pero todavía queda mucho camino por recorrer.

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