Una reseña del libro ‘Supermercados, no gracias’
Blanca Vázquez | La República
Bienvenido lector a este comentario. Abróchese los cinturones de la cuadrícula mental, y destornille una pizca sus esquemas vitales prediseñados por los otros, (que no son fantasmas, aunque lo parezcan) y que tan cómodamente ha adoptado, para satisfacción de los dichos “otros” privilegiados. Sí, no se sorprenda, vivimos en lo feudal del corporativismo. Algo que ya intuíamos en el fondo, pero en lo que no perdemos mucho tiempo, pues éste se halla ocupado con fútbol, caraokes, videjuegos ó rock and roll. Lo cual no tiene nada de reprochable, si no fuera porque los momentos de análisis y reflexión se ven cada vez más mermados por tal aturdimiento de diversión. Dadles entretenimiento a mil por hora, que de lo demás nos encargamos nosotros, susurran detrás del biombo los señores de la fortuna.
Convocamos revoluciones sociales que triunfan para que nada cambie, decía Giuseppe T. di Lampedusa. Renovamos a través de los siglos los viejos sistemas, (faranoismos, cesarismos, imperialismos, reinados, feudalismos, papados, fascismos…) sustituyéndoles con símiles, y el hombre y su libertad individual siempre como prenda. Si antes el esclavo le entregaba el alma al Señor, nutriendo su riqueza, ahora se la entrega al Gran Hermano intocable, el de los paraísos fiscales, bien protegido por gobiernos fuertemente atrincherados por las leyes adecuadas. Da igual los Greenpeaces, Ecologistas en Acción, Amnistías Internacionales, o Asociaciones de consumo y Asociaciones de vecinos en lucha…sus estudios son claros, ciertos y precisos, pero no atraviesan los grandes poderes, entre ellos el de los medios de información masiva, de lustrosos dividendos.
Pero son perseverantes, son rebeldes. Con ellos la alineación no ha podido. Piensan más allá de lo que ven, y no les gusta lo que ven. Y como a muchos otros, a mi tampoco me gusta lo que veo. Valga esta larga perorata para presentar un ensayo que ayuda a ver lo invisible. Un estudio para entrar en acción con nuestros pequeños actos diarios. Porque las pequeñas elecciones de cada día son más importantes de lo que creemos. Porque la democracia real empieza por el café que decides tomar nada más levantarte y con el uso de tu tiempo libre. Por ejemplo no dejar que se caliente el aparato del televisor, vomitando el tsunami publicitario creado para ti, consumidor insaciable.
Supermercados, no gracias revuelve el estómago, tanto como la comida de plástico y petróleo que venden las grandes superficies. Supermercados, no gracias, es un ensayo publicado por Icaria/Antrazyt, que recoge en varios textos reunidos por Xavier Montagut, economista y especialista en comercio internacional y Esther Vivas, periodista y socióloga, el impacto (desasosegante) de las cadenas de distribución moderna, contra las que, finalmente, se proponen alternativas.
Un libro de 193 páginas impreso en papel 100% reciclado, con una introducción, un apéndice final y tres partes principales:
El planeta de los supermercados y la lógica del la gran distribución, (con datos y estudios a nivel global). Qué son y quienes son.
El impacto de las grandes cadenas comerciales (tanto en la agricultura, como en el consumidor final, en el trabajador de las mismas o en el medio ambiente). Lo que provocan.
Las alternativas que existen. Soluciones.
Catorce autores de lo mejor del panorama sociológico y comprometido: Además de los dos citados, aparecen los análisis Ferran García, Marta G. Rivera, Xavier Montanyès, Christian Jacquiau, Silvia Ribeiro, Andoni García, Oriol Barranco, Friends of the Earth, Albert Ferré, Josep Maria Antenas, Paul Nicholson y Albert Recio. Un lujo entre sus manos, querido lector.
No he podido evitar asociar con cada línea de este estudio la obra La caverna, ficción que el Nobel portugués José Saramago escribió referido a este tema. Obra que aún produce escalofríos por lo que encierra de premonitorio.
Primero es conveniente establecer bien claro quienes acaparan todos los trozos de la tarta. Quien conforma la “supermercadolandia” en la que estamos atrapados. Estoy segura que Wal-Mart les suena tanto como McDonald. Estados Unidos junto a Francia (Carrefour, Auchan, Casino) se llevan la palma del ranking mundial de la distribución moderna. Alemania (Metro Group, Rewe, Aldi), Inglaterra (Tesco), Holanda (Ahold), y Japón (Seven & I, AEON) les siguen muy de cerca. En territorio español son siete las empresas que controlan tres de cada cuatro alimentos que compramos. Y una empresa (Carrefour) la que controla uno de cada cuatro. Le sigue Mercadona con un 16,0% de share de mercado, Eroski ocn 7,4%, Alcampo con 6,1%, El Corte Inglés, Lidl… Según cifras de 2003, lo que supone que en el 2008 habrán doblado la apuesta. Si bien la crisis económica y el aumento de acciones y simpatizantes en contra de estos gigantes ha mermado un buen porcentaje de sus ventas durante este año que transcurre, lo que proporciona un ligero consuelo.
Vivimos el siglo del consumo catedralicio del centro comercial. Estas cadenas, que condicionan los hábitos alimentarios de una parte importante de los consumidores de todo el mundo, tienen un elevado grado de concentración de capital. Pero no pensemos que es solo en el rico Norte donde se desarrolla esta tela de araña, el Sur está siendo invadido por empresas que van a transformar su paisaje rural y urbano de manera aún más agresiva que han hecho con el nuestro.
No solo se abordan los impactos de esta pesadilla consumista en el territorio español, también informa el ensayo de la situación en Francia, a través del informe del economista Christian Jacquiau, donde critica que al país de José Bové y de Paul Bocuse, le gusta fustigar a McDonald y a Cocacola, pero a la postre disociamos fácilmente el consumidor que llevamos dentro y nos levantamos como un solo hombre para ir a empujar el carrito de la compra en esos templos de las grandes superficies. O de la situación en México, Argentina, Chile y Costa Rica, en boca de la investigadora Silvia Ribeiro del grupo ETC (Grupo de Acción sobre la Erosión, Tecnología y Concentración). O la situación en Gran Bretaña a través del Friends of the Earth, y lo sorprendentemente fuertes que son las denuncias llevadas a cabo, algo de lo que deberíamos tomar ejemplo. O el detallado informe del gigante de la gran distribución americano Wal Mart, su impacto y expansión en Norteamérica y los movimientos de resistencia que ha tenido, y que sinceramente, demuestran que hay aún muchos yanquis pro sindicatos. Como ven estamos ante un estudio muy completo y global, todo ello acompañado con profusión de direcciones virtuales que complementan la información. Concluye el libro, de la mano de Albert Recio, con propuestas alternativas y la invitación a un consumo responsable, así como una llamada a cambiar nuestras pautas de comportamiento tratando de mejorar nuestra información sobre los procesos productivos que organizan realmente el mundo.
Confiese, lector. ¿Es usted uno de esos que cae en la dictadura de la oferta?. Sepa usted que muchos campos de la oferta de bienes y servicios están dominados por grupos capitalistas muy poderosos que gastan una enorme cantidad de esfuerzos en domesticar nuestros hábitos. En vigilarnos (ya sabrán lo del “gran hermano” de los supermercados, hasta los movimientos de su iris están fichados), en crear sus variedades de producto, adecuado a sus intereses (los de ellos), además de construir un entorno de ocio-comercio (que mayor horror que las familias que disfrutan su Tiempo Libre en un “centro potencial” un sábado o un domingo). ¿No se ha cuestionado que está siendo dirigido como una oveja consumista? Y sin embargo concluimos que para transformar la sociedad es necesario generar estructuras que partan de una visión piadosa y realista de nuestras debilidades y contradicciones, porque todos las tenemos.
La SA (Soberanía Alimentaria) es el derecho de los pueblos, comunidades y países a definir sus propias políticas agrícolas, ganaderas, laborales, de pesca, alimentarías y agrarias que sean ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas a sus circunstancias exclusivas.
El poder de la Gran Distribución Alimentaria (GDA) ataca los valores y el derecho a la Soberanía Alimentaria. Sus efectos devastadores se sienten en el consumidor, el productor, el medio ambiente, los países en vías de desarrollo, o los derechos laborales. Tras una aparente variedad de productos, que no es nada más que un espejismo (la FAO afirma que el 95 % de la actual alimentación humana ha perdido biodiversidad con un empobrecimiento de los elementos básicos de nuestra dieta) buscan añadir aditivos a una comida industrializada, resaltada por grandes campañas publicitarias engañosas.
La GDA es la responsable de la desaparición de un mundo rural vivo, al ser sustituido por producciones industrializadas altamente contaminantes. !Y todavía algunos se preguntas por el aumento de alergias que sufrimos!. La presión sobre el precio de compra (y la diferencia con el de venta) es uno más de los muchos elementos que utilizan estas cadenas para ejercer su poder de compra y alterar, de manera turbulenta, las leyes del “libre mercado”, consecuencia que estamos viviendo actualmente con la subida desvergonzada de precios de alimentos, algo de lo que todo el mundo se queja sin que les de por pensar a que se debe.
Estos gigantes promueven la insostenibilidad ambiental: “Cada vez más podemos afirmar que comemos petróleo”, escribe Xavier Montanyès. Por su afán de conseguir proveedores baratos y condiciones favorables los grandes distribuidores prescinden de los productores cercanos, y ello en productos de consume cotidiano. El coste energético en transporte que esto supone es inmoral en un contexto, continua Montanyès, de crisis petrolera. Por otro lado el formato de los alimentos ofrecidos, basado en toneladas de embalajes y packaging no hace más que sumar piezas contaminantes.
Lo curioso es que maquillan sus estrategias con campañas de inquietud social y medioambiental (que dan risa) y que suponen un mínimo gasto en su presupuesto, ocultando su práctica socialmente injusta.
La GDA menoscaba los derechos de los trabajadores, tanto en el Norte como en el Sur. Dan unos salarios de miseria, sin apenas derechos sociales, ritmos de trabajo abusivos, horarios desregularizados, sobrejornadas laborales, negando la sindicalización (no se pierdan el reportaje dedicado a Wal Mart, autentico gore).
Finalmente este ensayo le pide una reflexión y un consumo justo en el que se priorice los alimentos locales y de temporada, se fomente los cultivos respetuosos con la naturaleza, y en general se prefiera aquello que mantenga la calidad social y medioambiental además de un comercio justo. Es que si no, señores, nos vamos al carajo, y nuestros hijos y nietos van a heredar una sociedad terrorífica.