Contra las malas prácticas de los supermercados

Una reseña del libro ‘Supermercados, no gracias’

Castro | Solo de libros

Supermercados, no gracias reúne varios artículos acerca de la incidencia de las grandes superficies de venta al por menor en nuestra sociedad y en el mundo globalizado. El libro pretende ser una declaración de principios que ayude a su vez a comprender a los ciudadanos la realidad que se oculta tras unos modelos de consumo que no hemos elegido. Con esa intención hace un recorrido por el origen de las grandes cadenas de venta, sus políticas, sus relaciones con los proveedores o la manera en que han alterado la vida de productores y consumidores.

Los supermercados e hipermercados han experimentado un auge avasallador en los últimos treinta años. En ese tiempo, sus cifras de ventas y el número de centros abiertos anualmente no han dejado de ascender. Paralelamente, unas pocas compañías (Wall Mart, Carrefour, Tesco) han logrado concentrar en sus manos, mediante compras y absorciones, la multitud de cadenas que en un principio existían, dando lugar a un oligopolio a nivel mundial.

La fuerza de estas compañías permite que impongan a sus proveedores unas duras condiciones que garantizan sus amplios márgenes de ganancias. Estos, por lo general, se ven obligados a realizar recortes laborales para aumentar su competitividad, lo que redunda en desempleo y precariedad laboral. Evidentemente, la presión a la que someten a los proveedores repercute directamente sobre los productores que deben vender por debajo de los costes de producción, además de adaptarse a los estándares marcados por las cadenas.

Por otra parte, la implantación de las grandes cadenas de supermercados ha acabado con las pequeñas tiendas de barrio. Dejando aparte la labor de refuerzo del entramado social que estos pequeños comercios realizaban (esas charlas de vecinas en la carnicería), las tiendas de barrio suponían también diversidad de entradas por las que lo producido podía llegar al consumidor. Hoy en día esas entradas han sido clausuradas, de modo que al productor sólo le queda aceptar, si puede, las injustas condiciones que las grandes superficies imponen.

Por supuesto, la precarización se extiende a los propios trabajadores de supermercados e hipermercados. Bajos salarios, sobrejornadas, turnos rotativos, persecución a la sindicalización, discriminación de género… son la tónica laboral que las grandes cadenas generalizan. Por cada empleo precario que generan, se pierden de 1.5 a 4 empleos de calidad en el comercio tradicional. Además, sus políticas laborales se implantan en otros sectores que deben competir directamente con las grandes superficies.

Por si todo lo anterior no fuera suficiente, el modelo de producción, abastecimiento, comercio y consumo que estas cadenas imponen es absolutamente insostenible. En detrimento de los mercados de proximidad y de los productos de temporada, los súper e hipermercados llenan sus estanterías con productos traídos de los lugares más distantes. Su idea es comprar siempre a bajo precio y para ello adquieren sus productos en países donde la mano de obra es barata y donde además las leyes medioambientales son laxas, lo que permite producir a precio de ganga. Por supuesto, transportar esos productos a sus lineales de venta resulta caro y contaminante, pero los costes serán amortizados por otros, quedando para ellos sólo las ganancias.

Las grandes cadenas han impuesto un modo de consumo a todos los ciudadanos que les obliga a desplazarse en vehículos contaminantes para hacer sus compras. Abastecerse de productos, no tan baratos, traídos de lejos, en perjuicio de los productores de su zona. Productos que además han sido sometidos a procedimientos de maduración artificial o a los que se incorporan conservantes que aseguren su llegada en buenas condiciones al punto de venta, pero que resultan perjudiciales para la salud del consumidor. Productos presentados en envases difíciles de reciclar que contribuyen a encarecer el precio. Y un largo etcétera de acciones perjudiciales para productores, distribuidores, trabajadores y consumidores, así como para el medio ambiente.

Mientras las ganancias de las grandes cadenas de distribución aumentan exponencialmente cada año, es el ciudadano el que ve empeorar sus condiciones salariales por las políticas de empleo que estos grandes grupos aplican; al que se le pide que ahorre la energía que ellos derrochan; al que se le pide que recicle los envases que ellos usan para encarecer sus artículos; el que enferma por los aditivos que añaden a sus productos. Y el que además paga por todo ello.
Mercadona, Carrefour y El Corte Inglés están a la cabeza de la distribución al por menor en España. Cuando vayan a hacer su compra semanal a estos centros, piensen si existen en su entorno otras opciones de consumo más justas con la sociedad y con el planeta y, si pueden, úsenlas.

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