Esther Vivas | Público
Cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo en el mundo de la hamburguesa, una vez más la realidad nos sorprende. Si hace unos meses, algunos medios de comunicación se hacían eco del hallazgo de una hamburguesa de Mc Donald’s en perfecto estado de conservación catorce años después de servirse, anteayer se difundía el lanzamiento de la hamburguesa de laboratorio, a la que también podríamos llamar hamburguesa Frankenstein, diseñada, al igual que el “monstruo” de Mary Shelley, entre probetas.
Una hamburguesa que lo tiene todo: su producción no contamina, gasta poca energía, casi no utiliza suelo y, además, no contiene grasas. Su “carne” es resultado de extraer algunas células madre del tejido muscular del trasero de una vaca. ¿Qué más podemos pedir? Hamburguesa light. Perfecta para el verano.
Aunque su precio no es accesible, aún, a todos los bolsillos. Unos 248.000 euros ha sido su coste. Incluirla en el Happy Meal, parece, llevará algún tiempo. Eso sí, nos dicen que con tal avance científico se acabará con el hambre en el mundo. La gente quiere comer, y quiere comer carne, pues carne les vamos a dar, parece el razonamiento de los “padres” de dicho engendro.
Y a mí me vienen dos cuestiones a la cabeza. Primera, ¿hace falta que comamos tanta carne para alimentarnos? ¿Antes que producir más carne, independientemente de su origen, no sería mejor fomentar otro tipo de alimentación más sana, saludable, respetuosa con los derechos de los animales y sostenible? Pero, ¿quién gana con este tipo de comida adicta al vacuno y al porcino? Smithfield Foods, el mayor productor y procesador mundial de carne de cerdo, es uno de los grandes beneficiarios. En su curriculum destaca la violación de derechos laborales, la contaminación ambiental, etc. En el Estado español, Smithfield Foods opera a través de Campofrío.
Segunda cuestión, ¿para acabar con el hambre es necesaria una hamburguesa de laboratorio? Según la ONU, hoy se produce suficiente comida para alimentar a 12 mil millones de personas, en el planeta hay 7 mil millones, y a pesar de estas cifras casi una de cada siete personas pasa hambre. De comida hay, lo que falta es justicia en su distribución. No se trata de aumentar la producción, ni de engendrar hamburguesas en los laboratorios, ni de más agricultura transgénica. Se trata, simple y llanamente, de que exista democracia a la hora de producir y distribuir los alimentos.
Las soluciones “milagrosas” a la crisis alimentaria no existen. Los problemas políticos, como el hambre, nunca se solucionarán con atajos técnico-científicos. No se trata de rechazar la investigación científica. Al contrario. Hay que fomentar una ciencia al servicio de la mayoría social, no supeditada a los intereses comerciales ni económicos y comprometida con la mejora de las condiciones de vida de las personas. Pero desde la revolución verde a los Organismos Modificados Genéticamente, se nos ha prometido acabar con el hambre. La cruda realidad, pero, señala su fracaso. Aunque, a menudo, se oculta su gran éxito: beneficios millonarios para la industria agroalimentaria y biotecnológica. La hamburguesa Frankenstein no será una excepción.