Brais Benítez | LaMarea
La editorial Icaria acaba de publicar en castellano la obra Sin miedo, un diálogo entre Teresa Forcades, monja benedictina de Montserrat y doctora en salud pública y teología, y Esther Vivas, periodista y activista social, en el que reflexionan sobre las causas de la actual situación de crisis, quién sale ganando y quién está perdiendo, y a la vez plantean alternativas, animan a la acción, a movilizarse y a desobedecer para cambiar unas políticas injustas. La sociedad poco a poco comienza a perder el miedo, aseguran, y esta debe ser la clave para que la salida de la crisis responda a las necesidades de la mayoría y no, como quieren los responsables de las políticas actuales, para reforzar los privilegios de unos pocos.
¿Cómo se puede perder el miedo cuando uno se encuentra en una situación cada vez más precaria?
T.F.: De miedos hay de muchos tipos y por muchos motivos. El título del libro hace referencia a un miedo muy concreto: el miedo político, el miedo a sublevarse, a defender las libertades y la dignidad. Este se pierde abriendo los ojos y yendo al fondo: ¿Qué es lo que quiero? ¿Cómo quiero vivir y por qué? Esta toma de conciencia comienza para cada uno de una forma distinta, pero sólo se profundiza tomando parte, junto con otras personas, en las luchas concretas. Perder el miedo no equivale a perder la modestia o la humildad, no equivale a creerse en posesión de la verdad absoluta.
E.V.: En los últimos tiempos hemos visto que la gente sale a la calle, desobedece leyes y políticas injustas, y que estas acciones cuentan con el apoyo de amplios sectores de la sociedad. Por eso decimos que el miedo comienza a cambiar de bando, porque, al mismo tiempo, desde las instancias gubernamentales se estigmatiza a los que luchan, se los reprime, como hemos visto recientemente con la nueva Ley de Seguridad Ciudadana y la reforma del Código Penal. Es una muestra de que los que mandan tienen miedo de aquellos que desobedecen, y como no pueden aplicar sus políticas de recortes por las buenas, las aplican por las malas.
El libro comienza apuntando que nos encontramos en una encrucijada. ¿Qué tenemos detrás y que puede venir en adelante?
T.F.: Detrás tenemos al capitalismo con rostro humano: siempre ha sido una falacia y ahora ya no es creíble. Que diga que siempre ha sido una falacia no quiere decir que los derechos que teníamos en los años 80 no fueran reales; quiere decir que los disfrutábamos porque en el tercer mundo había dictaduras o guerras. Lo que es una falacia es afirmar que el capitalismo puede favorecer a una mayoría, siempre ha favorecido sólo a unos pocos.
Lo que puede venir delante depende del papel que juguemos: si restamos pasivas, lo que vendrá es más de lo que ya tenemos, acumulación de bienes y privilegios para unos cuantos y sufrimiento, destrucción y muerte para la mayoría.
E.V.: Debemos tener muy claro que no saldremos de esta crisis como hemos entrado. La crisis se utiliza como una oportunidad por parte de las élites económicas, que cuentan con el apoyo de la mayor parte de la clase política del país, para recortarnos derechos sociales, derechos laborales, derechos democráticos, para comerse este gran pastel que son los servicios públicos… Si salimos de la crisis como quieren aquellos que están aplicando las actuales políticas, saldremos con muchos menos derechos.
T.F.: Si nos organizamos y provocamos una ruptura, lo que puede venir por delante no será seguro ningún paraíso, pero puede ser un sistema bastante razonable, capaz de repartir riqueza y de asegurar que todo el mundo tenga los mínimos para vivir con dignidad. No puede ser que 1.000 millones de personas pasen hambre en un mundo de 7.000 millones de habitantes que produce alimentos para 11.000 millones.
¿Cómo se impulsa el cambio?
T.F.: Primero, hablando claro: no puede ser un cambio reformista, debe ser un cambio de ruptura. No puede ser una nueva versión del capitalismo, debe ser un modelo anticapitalista. Con este horizonte claro, necesitamos unirnos y organizarnos políticamente para una candidatura unitaria de ruptura que proponga la formulación de un nuevo marco constitucional. Las reacciones, si el movimiento crece, no se harán esperar, y cuando lleguen debemos estar listos para hacerle frente.
E.V.: Hay un discurso hegemónico que nos quiere hacer creer que somos culpables de esta situación, que somos cómplices. Por eso nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, porque si pensamos que esto de la crisis es nuestra responsabilidad aceptaremos las consecuencias, que son los recortes. Es importante abrir los ojos a esta realidad, tomar conciencia, para que la salida de la crisis esté en nuestras manos y responda a nuestras necesidades como personas y no a los intereses de unos pocos.
¿La sociedad está preparada para un proceso revolucionario de este tipo?
T. F.: Está preparada para que la idea se vaya extendiendo. El proceso revolucionario no es lineal, puede haber saltos inesperados, es más bien como un magma hirviendo por debajo, que de repente puede hacer erupción. Cuanto más organizadas nos encuentre la erupción, mejor la sabremos aprovechar. Por ejemplo, la huelga indefinida de los maestros de las Baleares fue una sorpresa y podría haber sido el catalizador de una reacción en cadena.
E.V.: Cuando desde el Proceso Constituyente planteamos que es necesario sumar a un amplio abanico de personas, organizaciones, movimientos, etc. y planteamos que hay que cambiar las reglas del juego a favor de la mayoría, lo decimos porque hoy este proceso constituyente se está haciendo a la inversa: se está llevando a cabo un proceso de recortes y pérdida de derechos como nunca nos hubiéramos imaginado. Y por lo tanto podemos estar preparados o no para esta situación, pero no nos queda más remedio que enfrentarnos a ella.
¿Cómo debería ser la nueva política?
E.V.: Con una práctica política completamente antagónica a la dominante y la actual, que tenga su centro de gravedad en la calle. Desde mi punto de vista, las cosas solo se pueden cambiar desde la lucha, la movilización y la desobediencia en la calle. Si esto no existe, no hay cambio posible. Desde las instituciones, por sí solas, no se puede cambiar absolutamente nada. La historia nos lo ha demostrado claramente, cuando organizaciones llamadas de izquierdas han llegado al gobierno, hemos visto como se han visto arrastradas hacia las políticas de derechas.
T.F: Para garantizar las libertades individuales para todos de forma efectiva, el ordenamiento político debe tener por objetivo evitar la acumulación y el abuso de poder. Debe potenciar y diversificar la participación popular. No se trata sólo de institucionalizar de forma efectiva el control popular de los cargos electos y de su toma de decisiones, sino de potenciar la participación popular al máximo.
E.V.: Lo que es fundamental es que solo con la movilización social no es suficiente, hacen falta nuevos instrumentos estrechamente vinculados a estas luchas para acabar con el monopolio de aquellos que siempre han ejercido la política en las instituciones. Lo que hoy es urgente es convertir esta mayoría social que sufre la crisis en mayoría política.
Si comenzase a crecer el empleo y la presión sobre los ciudadanos disminuyese, ¿no conllevaría una menor movilización?
T.F.: Es importante señalar que la crisis no termina. Es endémica en el capitalismo. Puede que a algunas personas les afecte menos, y puede ser que estas personas se desmovilicen. La motivación y el contenido de la revolución no puede ser el beneficio individual, pero cada uno hace camino en esta toma de conciencia a su ritmo.
E.V.: Hace unos años, ser mileurista era ser un precario, hoy es ser un afortunado. Quieren normalizar la pobreza, la precariedad, y por eso es tan importante aprovechar el momento actual, de emergencia de la indignación, en el cual la gente no se conforma, se rebela, amplios sectores de la sociedad que quizás no se movilizan conectan con el sentir de estas protestas sociales. Creo que hoy hay una oportunidad como nunca para poder cambiar las cosas, y la debemos aprovechar.
¿Si la revolución no es global no hay nada que hacer?
T.F.: Si la revolución no es global no hay demasiado que hacer, pero la revolución sólo será global a partir de las luchas locales. No debemos esperar a que emerja una superorganización revolucionaria a nivel planetario y nos diga lo que tenemos que hacer: la revolución (la local y la global) comienza desde abajo.
E.V.: Cualquier tipo de cambio sociopolítico que se plantee debe tener una perspectiva clara internacionalista. Se deben crear alianzas con otras organizaciones y movimientos sociales. Y hace falta ocupar las instituciones para disolverlas y abrir un proceso constituyente, en el que el conjunto de la población pueda redefinir las reglas del juego.