Una reseña del libro ‘El negocio de la comida’
Ricard Espelt | Ict4rd.net
Esther Vivas muestra en el libro El negocio de la comida las «entrañas del sistema alimentario» pero, a la vez, dibuja las alternativas existentes «desde el marco político de la soberanía alimentaria» con numerosos ejemplos y datos.
Más allá de la habitual amplia reseña para esta investigación, he intentado hacer un ejercicio de síntesis para animarte a leer el libro, de lectura amena y más que recomendable. Una vez concluido, probablemente cambie tu visión y modelo de consumo agroalimentario.
La economía de mercado, dominada por los intereses de unos pocos, provoca una gran desigualdad en torno a la alimentación. La relación causal entre el desecho de alimentos y la hambruna es directa.
Gran parte del comercio agroalimentario está deslocalizado y homogeneizado. El secuestro de semillas por parte de las multinacionales ilustra la apropiación de los bienes comunes que se produce actualmente. En definitiva, el modelo agroalimentario dominante es: «intensivo, industrial, kilométrico, deslocalizado y petrodependiente».
Además, la agricultura industrial se basa en el uso de transgénicos, con el consecuente impacto medioambiental y en la salud de los consumidores. Por otra parte, la comida basura y una dieta basada en la carne se instauran como modelo.
Las grandes superficies ̶ los principales actores del sector ̶ controlan la mayor parte del negocio utilizando todo tipo de artimañas publicitarias y de estrategia en los propios establecimientos para dirigir el comportamiento del consumidor. Incluso incorporando conceptos como ecología y comercio justo de una forma tendenciosa y malintencionada.
La «soberanía alimentaria», concepto político lanzado por la Vía Campesina (2008), revindica una agricultura local, de proximidad, campesina, ecológica, de temporada y con igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Esta es, según Vivas, la mejor alternativa al modelo dominante.
Los grupos de consumo son la concreción de esta alternativa a través de la propia acción de la ciudadanía proactiva. En España, se producen tres oleadas de expansión: la inicial, a finales de los ochenta y principios de los noventa; una segunda, al iniciar el nuevo siglo; y, finalmente, a partir de 2011 con el movimiento 15M. Estas estructuras autogestionadas y radicalmente democráticas son la base para la construcción de un nuevo modelo basado en los parámetros de la «soberanía alimentaria».
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RESEÑA COMPLETA
1. El libro empieza con una denuncia del modelo dominante de la cadena alimentaria que provoca una gran desigualdad en torno a la alimentación. Por un lado, hay personas que sufren sobrepeso y, por otro lado, hay quien no tiene qué comer (Raj Patel, 2008). Las causas son políticas y de su mala redistribución (Olivier de Schutter, 2011), ya que «los alimentos se han convertido en una mercancía y su función principal, alimentarnos, ha quedado en segundo plano».
En este contexto, hay países, como Somalia, que sufren constantes crisis de alimentación y que eran autosuficientes hasta finales de los años setenta. Además de comprar sus tierras para cultivar («nuevo colonialismo» o «colonialismo agrario»), los países desarrollados han importado comida subvencionada, con lo cual han dejado minimizada a la mínima expresión la producción propia local. Según la autora, la escalada del precio de la comida fue uno de los múltiples detonantes de la Primavera Árabe.
Si los acuerdos legales para hacer transacciones en un futuro deberían garantizar un precio mínimo al productor más allá de las oscilaciones del mercado (Holt-Giménez y Patel, 2010), en realidad son los especuladores quienes tienen más peso en los mercados de futuro. En realidad la especulación, más que el tráfico real, domina el mercado.
Otra causa del aumento de precio de la comida, que destaca Vivas, es la producción de agrocombustibles. El aumento de la demanda ha incrementado su precio.
Finalmente, se produce un «despilfarro» alimentario, ya que el rígido criterio estético deja fuera a muchos alimentos fuera del mercado. Además, se penaliza a quienes hurgan en la basura para encontrar comida.
2. La tendencia es aumentar la cantidad de comida pero reduciendo su diversidad y con una mayor inseguridad alimentaria. Además la alimentación se occidentaliza, «adicta al consumo de carne, productos lácteos y bebidas con azúcar». La reducción de productos agroalimentarios, a causa del secuestro de semillas por parte de las grandes multinacionales (privatizando bienes comunes), dificulta la reducción de micronutrientes y nos hace «más vulnerables a las malas cosechas o a plagas». El fenómeno además provoca una reducción de los sabores y del conocimiento agrícola tradicional.
El modelo agroalimentario actual está, según Vivas, esclavizado al consumo de petróleo «desde el cultivo, la recolección, la comercialización y hasta el consumo, necesitamos de él», deslocalizando el consumo de alimentos y provocando un gran desplazamiento entre la producción y el punto de consumo final. El packaging de los alimentos también es un problema de sostenibilidad medioambiental. De hecho, el cambio medioambiental tiene en la agricultura y la ganadería industrial, una de sus causas principales. La autora resume el modelo agroalimentario dominante actual como: «intensivo, industrial, kilométrico, deslocalizado y petrodependiente». Por otra parte, detrás de este modelo, hay muchas personas trabajando en situaciones laborales precarias y/o de esclavización.
La agricultura campesina (La Via Campesina, 2007) debe ser un motor para promover técnica agrícolas sostenibles (GRAIN, 2009b) y parar el cambio climático.
3. El éxodo del campo a la ciudad del siglo XX, se acompaña de una reducción de los campesinos tradicionales y un empobrecimiento de los supervivientes, que han perdido una parte importante de su renta (Maté, 2013). El modelo imperante contribuye a un aumento de precios (energía, piensos, fertilizantes) y una reducción de los ingresos (COAG, 2013a). Reduciéndose el número de explotaciones y aumentando su tamaño.
Según los datos de la UCE, COAG y CEACCU el diferencial entre los precios en origen y destino no deja de crecer. A pesar de ello, las grandes superficies utilizan algunas prácticas fraudulentas, como el «producto reclamo» (vender por debajo del precio de coste), y engañando al consumidor (que en el conjunto de la compra acaba pagando más).
Las políticas públicas impulsadas por la Política Agrícola Común (PAC), que no diferencia entre «agricultor activo» y «profesional» y la regulación de la Organización Mundial del Comercio, no dejan de favorecer las grandes multinacionales, en detrimento de la agricultura local y familiar. Los grandes beneficiarios son pocos y concentrados en las grandes multinacionales (Veterinarios sin Fronteras, 2012; Oxfam, 2005). La lógica productivista provoca una sobreproducción (Riechmann, 2003), con un impacto social y ecológico muy negativo (Soler, 2007).
La Vía Campesina, nacida 2003, se ha convertido en el «componente campesino de ese nuevo internacionalismo de las resistencias representado por el movimiento antiglogalización» (Antenas y Vivas, 2009a), para «construir una identidad campesina global, politizada, ligada a la tierra y a la producción de alimentos» y contrarestar la fuerza dominante de la agroindustria, un «nuevo internacionalismo campesino» (Walden Bello, 2009). De esta forma, en la Cumbre Mundial de la Alimentación (FAO), La Via, lanzó el concepto político de «soberanía alimentaria», para revindicar una «agricultura local y de proximidad, campesina, ecológica, de temporada» y reclamando una igualdad de derechos entre hombres y mujeres (Aurélie Desmarais, 2008).
4. Aunque el papel de la mujer en la agricultura y la alimentación es determinante la desigualdad marca su situación respeto al género masculino. Las mujeres también son las que padecen más situaciones de hambre. A menudo, sin acceso a la tierra, ni al crédito, ni a la seguridad social, ni a la maquinaria, ni a la formación, ni a la toma de decisiones y, a pesar de ello, ser protagonistas de gran parte de la actividad agrícola. En definitiva, ellas son las grandes invisibles. Las mujeres campesinas han sido también las más afectadas por el uso de pesticidas.
A pesar de ser un avance muy significativo, el efecto de la Ley de Titularidad Compartida es aún poco visible y la situación de las mujeres respeto a la propiedad es desigual en relación a los hombres.
Por otro lado, La migración del campo a la ciudad es en muchos casos desindustrializada y configurando el «proletario informal» (Mike Davis, 2006), donde la mujer tiene un rol especialmente arduo en las tareas domésticas y el cuidado de la economía familiar. El término de la «economía del iceberg» ilustra la situación: la parte emergente masculina, donde hay la actividad económica visible, la parte sumergida, dominada por el género femenino, que permite el sustente de la otra, pero no está ni social, ni económicamente valorada.
A pesar de ello, nuevas generaciones con nuevas visiones (Neus Monllor, 2012) auguran una esperanza en la relación entre productor y consumidor, también de la producción de los alimentos, y donde la mujer tiene un papel relevante.
5. Sumergidos en los transgénicos. En España se promueve el uso de transgénicos con el consecuente impacto medioambiental, de salud y político. La convivencia entre cultivos transgénicos y tradicionales no es posible (Benimelis, 2007) provocando impacto en el medioambiente, como por ejemplo el declive de abejas (Tirado, Simon y Johnston, 2013). La salud se ve afectada también: alergias, resistencia a los antibióticos, disminución de la fertilidad…son algunas de las consecuencias. Por su parte, la industria de transgénicos ha tenido el soporte político para concentrar el mercado de semillas y pesticidas, reduciendo las variedades locales. Montsanto es el máximo exponente de la concentración que erosiona la seguridad alimentaria.
6. Adictos a la (no) comida. La comida basura o fast food tiene afectaciones en la salud: hiperactividad infantil, sobrepeso…causada por la «dieta occidental» (Pollan, 2009). Esta situación tiene, además, un agravante: un conflicto de intereses entre los legisladores y las empresas del sector (Holland, Robinson y Harbinson, 2012). La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria máxima autoridad en Europa es parte de esta realidad como denuncian el Corporate European Observatory y la Earth Open Source. El esquema de funcionamiento de la industria se centra en la publicidad (con especial atención al público infantil), la culpabilización de los que han engordado y la oferta, por parte de los propios causantes, de productos «milagro».
7. La ingesta de carne (especialmente cerdo) se multiplica en España por cuatro, entre 1965-1991 (Mili, Mahlau y Furistsch, 1998). Éste patrón se repite actualmente en los países en desarrollo. Es decir, la «revolución ganadera» (Delgado et al., 1999) ha sido el resultado de asociar progreso y industria ganadera. La transformación de la dieta, basándose en aumentar el consumo de carne, concentrada en manos de multinacionales son las consecuencias. Los costes medioambientales y sociales son evidentes. El 51% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero es generado por la industria ganadera y sus derivados (Goodland y Anhang, 2009). Según los datos del 2 Foro Mundial del Agua (La Haya, 2000), entre el 70% y 80% de agua dulce disponible es consumida por la agricultura y la ganadería. Al mismo tiempo, se ha reducido la variedad de razas de animales y de productos agroalimentarios. Por otro lado, el alto uso de antibióticos para asegurar la productividad del ganado hace que, este, sea el sector de máximo consumo de fármacos. Los animales son tratados con poco respecto, como un objeto más de la cadena de consumo. También los empleados que forman parte del sector tienen, en general, una situación laboral precaria. El informe de Human Rights Watch (2004) señala que trabajar en la industria cárnica es el empleo fabril más peligroso en EEUU. Igual que en la agroalimentación, pocas industrias controlan el mercado: Smithfield Foods, JBS, Cargill, Tyson Foods, BRF y Vion.
8. Coca-Cola, Mc. Donalds, Panrico, Telepizza…a pesar de sus particularidades, tienen características comunes: poca sensibilidad sobre el impacto medioambiental que provoca su actividad, malas condiciones laborales, baja calidad de los productos, oferta de comida rápida y barata, publicidad agresiva y engañosa, control total de la cadena, empresas especulativas…todo ello dirigido a las clases sociales más pobres. De hecho, varios informes indican que a menos ingresos, peor alimentación (Varela, 2013; Ipsos, 2013).
9. De aparición de los primeros supermercados, a finales de los años cincuenta, hasta la actualidad se ha transformado el modelo de consumo. Actualmente, el 82% de los alimentos se adquieren a través de la gran distribución (García y Rivera, 2007a). Mercadona (23,8%), Carrefour (11,8%), Eroski (9,1%), Dia (6%), Alcampo (5,9%) y el Corte Inglés encabezan el ranking (Segura, 2012). El sector de las grandes superficies se caracteriza por su oligopolio, empobrecimiento de la actividad campesina, homogeneización de la comida, condiciones laborales precarias, debilitamiento del comercio local y por promover un consumo insostenible y irracional. Indicar que la media de kilómetros recorridos del origen al lugar de consumo son 5.000 (González, 2012). En relación al impacto sobre el comercio local en España, se ilustra con la bajada del número de tiendas: 95.000 en 1998 a 25.000 en 2004 (García y Rivera, 2007b). Asimismo, la instalación de grandes supermercados provoca un impacto económico en el comercio local (Stone, Artz y Miles, 2002), destruyendo empleos preexistentes (Neumark, Zhang y Ciccarella, 2005) . Actualmente, algunas de estas organizaciones, intenta lavar su imagen promoviendo un falso acercamiento al consumo ecológico y justo, con fundaciones «solidarias» promovidas por las propias grandes superficies (Vivas, 2007b).
La experiencia de compra está perfectamente diseñada para una compra compulsiva (entre un 25 y un 55%), con una estrategia de localización y estímulo al comprador bien estudiada. Las cámaras de vigilancia sirven para analizar a los clientes y controlar a los empleados. También las tarjetas de fidelización sirven para hacer un scaner del cliente.
10. El concepto de «soberanía alimentaria», impulsado por La Vía Campesina (1996), se centra en promover que cada nación tenga el derecho «a mantener y desarrollar sus alimentos, teniendo en cuenta la diversidad cultural y productiva» (Desmarais, 2008). Situar el peso del debate en la seguridad alimentaria (FAO, 1996b), facilitando las políticas comerciales promovidas por la Organización Mundial del Comercio, relega las causas estructurales del consumo de alimentos: su origen y la ética en su producción y comercialización.
La soberanía alimentaria debe tender un puente entre el conocimiento y las prácticas tradicionales y la tecnología y saber actual (Desmarais 2008) y no en un repliegue a lo local, sino repolitizando un sistema global al servicio de las comunidades y lo colectivo (McMichael, 2006). Entorno a la economía social y solidaria se tejen iniciativas en torno a este modelo de relación directa entre productor y consumidor: grupos y cooperativas de consumo, huertos urbanos, etc. Para extender esta propuesta al conjunto de la población se necesita el soporte de las políticas públicas.
Un reparto justo de los alimentos, evitando los desperdicios, variando la dieta (con menos carne), desestimando el uso de transgénicos y producción industrial son, en buena parte, la solución. Se calcula que un tercio de las tierras de cultivo y un 40% de la producción de cereales se destina a alimentar los animales que se convierten en productos cárnicos (Chamnitz y Becheva, 2014). Si se hiciese una apuesta real por los agricultores pequeños y en favor de la agroecología, la producción aumentaría (Pretty, 2006; De Schutter, 2010). La Evaluación Internacional del papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (2008), un informe intergubernamental relevante, apuesta también para la promoción de producción agroecológica y señala las inequidades generadas por la agricultura industrial.
Un 41% de las familias españolas han cambio sus hábitos de consumo a causa de la crisis (CIS, 2011). La agroecología, la compra de productos de temporada, las compras colectivas a través de cooperativas, la desintermediación…deberían facilitar una nueva aproximación al consumo agroalimentario.
11. El comercio justo debe atender tanto el ámbito internacional como local y las relaciones de producción, distribución y consumo. Después de sus inicios en los años 80, el movimiento se polariza al iniciar el siglo XXI: el «tradicional y dominante», a través de estrategias de RSE con una visión más unidireccional (Sur-Norte), y el «global y alternativo» (Vivas, 2006), con una visión más integral del comercio justo y en respuesta a «un modelo productivo y consumista irracional e insostenible» (Vivas, 2010). A pesar que esta no es una polarización estanca, sino dinámica, la autora apoya la aproximación de la soberanía alimentaria como una forma de desmarcar el comercio justo (y la agroecología) de los intereses de las grandes cadenas comerciales, que se han aprovechado su buena reputación para ampliar mercados, con prácticas de dudosa credibilidad y aprovechando la fragilidad que caracteriza el sello FLO (Fairtrade Labelling Organizations). En definitiva, «un comercio justo es imposible sin el marco político de la soberanía alimentaria.» Por otro lado, los criterios de justicia, transparencia y confianza que el comercio justo a establecido para la larga distancia, debería ser aún más fácil de aplicar en los circuitos cortos.
12. Las cooperativas y grupos de consumo son la muestra de la ciudadanía proactiva a encontrar alternativas al modelo imperante. Distinguimos dos grandes tipologías: las que integran consumidores y campesinos (Bajo el Asfalto está la Huerta!, por ejemplo, inspirada en las Asociaciones de Mantenimiento de la Agricultura Campesina, AMAP, francesas, López García, 2007; o asociaciones históricas andaluzas como La Ortiga de Sevilla, La Breva de Málaga, El Encinar de Granada) y las que integran solo consumidores (las experiencias catalanas o Landare en Pamplona, Bio Alai en Vitoria, etc.). Otra distinción entre cooperativas son según el tipo de producto qué ofrecen: cesta abierta o cesta cerrada.
En España los primeros grupos de consumo surgen a finales de los ochenta y principios de los noventa. Los orígenes y motivaciones eran distintos. En Andalucía, por ejemplo, con vínculos con el Sindicato de Obreros del Campo (SOC) (López García, 2009).
En los años 2000, hubo una segunda oleada: «En Catalunya se pasó de menos de 10 cooperativas en el año 2000 a más de 90 en 2009, con una media de 32 cestas por grupo. Si una cesta equivale a una unidad de consumo, que puede ser una familia, unos compañeros de piso o un grupo de amigos que piden conjuntamente, y cada una de ellas puede tener un promedio de tres miembros, se «alimenta» a un total de 8.640 personas. En relación a la distribución geográfica, el 86% de los grupos y cooperativas de consumo en Catalunya se encuentran en la provincia de Barcelona (un 46% en la capital catalana), un 7% en Tarragona, un 3,5 en Girona y otro 3,5% en Lleida (Descombes, 2009)». Las causas de esta segunda oleada son, según Vivas, la creciente preocupación por el qué comemos, con el apoyo de los escándalos alimentarios, y la emergencia del movimiento antiglobalización. La tercera oleada se produce a partir del movimiento de los indignados, en mayo de 2011.
Los grupos de consumo albergan dos tipos de sensibilidades: la ecológica, comer bien, y la política, voluntad de cambiar el sistema. La poca disponibilidad de tiempo de los miembros hace que algunas estructuras organizativas tengan determinadas áreas profesionalizadas. La coordinación entre grupos, con la aparición de estructuras que ponen en contacto a los agentes, es importante. Podemos destacar en este sentido a La Repera en Catalunya o La Rehuerta de Madrid o la Plataforma Rural, con un marco más amplio.
El movimiento es global, des de las AMAP, en Francia, las CSA (Agricultura Sostenida por la Comunidad) en EEUU, Canadá o Gran Bretaña o los Teikei en Japón.En este abanico de alternativas també hay que incluir los huertos urbanos con gran variedad de formatos pero con un objetivo común: comer alimentos de proximidad. La ecología y la proximidad de los alimentos debería ser un modelo para los comedores escolares y la cocina slow o km0 una tendencia que supere una moda o unas campañas de márketing con la voluntad de llegar lejos.