Esther Vivas | El Periódico
Ha vuelto a pasar. Una mujer embarazada ha sido detenida por la policía por orden de un juez a petición de la dirección de un hospital, al haber superado la semana 42 de gestación, y llevada a dicho centro hospitalario para que le indujeran el parto en contra de su voluntad. No se trata de un episodio de la serie ‘El cuento de la criada’, sino de un hecho real. Sucedió el pasado 24 de abril en Oviedo, y el centro implicado fue el Hospital Universitario Central de Asturias. Anteriormente, en el año 2016, un caso similar se dio en el Parc Sanitari Sant Joan de Déu de Sant Boi de Llobregat.
Tanto en un caso como en el otro el argumento que se ha dado es el mismo: la decisión de la madre pone en peligro la vida del bebé, presentando a ambos como antagonistas. La institución sanitaria, y también judicial, se erigen como defensores de la criatura, obviando que el bienestar emocional de la madre es imprescindible para la del pequeño. Parir después de la semana 42 tiene sus riesgos, pero también los tiene una inducción. Sin embargo, se presenta la intervención médica como libre de peligros cuando esto es falso. Además, en dicho caso, el bebé se encontraba en buen estado de salud.
Lo sucedido en Oviedo nos muestra cómo demasiado a menudo las mujeres al quedarnos embarazadas o al dar a luz dejamos de ser consideradas sujetos de pleno derecho. Obligar a una mujer a parir en contra de su voluntad y someterla a dicho estrés es violencia, violencia obstétrica. Como también lo es que en el transcurso del parto no te informen adecuadamente, no te dejen estar acompañada al dar a luz, te separen de tu bebé, te rompan la bolsa de las aguas o te induzcan el parto sin tu consentimiento, te realicen una cesárea de manera innecesaria, una episiotomía (incisión quirúrgica en la vulva) por rutina o se suban sobre tu barriga durante el expulsivo, para empujar hacia abajo el bebé, realizando la conocida maniobra de Kristeller, la cual se sigue efectuando a pesar de estar prohibida por el daño que puede causar a la madre y a la criatura.
Estos últimos días, a raíz de los actos de presentación del libro que acabo de sacar, ‘Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad, donde, entre otros temas, expongo dicha cuestión, he tenido la oportunidad de hablar con profesionales de la salud al respecto. Si bien algunos reconocen esta violencia, trabajan y se forman para humanizar la atención al parto, y se han dado cambios en las prácticas y mejoras en las infraestructuras, todavía un sector significativo rechaza el concepto de violencia obstétrica y lo considera un ataque a su ejercicio profesional. Sin embargo, poner nombre a estas prácticas es esencial para erradicarlas. Así como los hombres son aliados para acabar con la violencia de género y no deben sentirse atacados cuando esta se nombra, lo mismo debería suceder con el personal sanitario en relación a la violencia obstétrica.
Al plantear esta cuestión, me he encontrado también con otras reacciones. Algunos profesionales, ante los ejemplos que se dan, dicen que se trata de casos de mala praxis, pero no es así. Cuando un 42% de los partos en España, por poner un ejemplo, acaba con una episiotomía, a pesar de que el Ministerio de Sanidad considera que dicha cifra debería rondar el 15%, no estamos ante una mala praxis puntual. La violencia obstétrica es una violencia inherente, estructural, al actual modelo de atención al parto, el cual se caracteriza por tener una visión profundamente medicalizada y patriarcal del acto de dar a luz. También me han dicho que al usar «un concepto tan duro», las parturientas llegan con miedo a los hospitales. Pero si este miedo existe no se debe a la palabra que se utiliza sino a unas prácticas que tienen consecuencias negativas para la salud de madres y bebés, de las cuales las mujeres cada vez tomamos más conciencia y denunciamos.
¿Dónde reside la respuesta? Necesitamos que el parto, tanto desde un punto de vista social como médico, deje de ser percibido como una enfermedad. El parto es un proceso fisiológico, y en la mayoría de los casos lo que necesita es tiempo y respeto. Hay que reconocer que el personal mas preparado para atender un parto de bajo riesgo, que son la mayoría, es la comadrona, y es fundamental aumentar su número y dotarlas de más autonomía. Necesitamos también, y con urgencia, una formación en la atención al parto con perspectiva de género. Las mujeres que parimos no somos objetos pasivos, contenedoras de un bebé, sino sujetos activos, y nuestros derechos deben de ser garantizados. Solo así conseguiremos avanzar hacia un parto seguro y respetado.