Marià Delàs | Público
“La maternidad es un territorio en disputa”. Esther Vivas (Sabadell, 1975) ha reflexionado y trabajado a fondo sobre el hecho de ser madre. Trabajo y reflexión que han dado como resultado Mamá desobediente (Capitán Swing), un libro en el que explica en qué consiste el activismo maternal, en el contexto del feminismo actual, que impugna al mismo tiempo patriarcado y capitalismo. “Gracias a la lucha feminista, hemos acabado con la maternidad como destino. Ahora toca que podamos decidir sobre cómo queremos vivir esa experiencia”, explica en entrevista concedida a estediario.
En el libro dice que hay que “politizar la maternidad”. La afirmación resulta por lo menos sorprendente. ¿Por qué motivo cree que hay que tratar como un tema político un aspecto que la gente tiende a considerar que forma parte de uno de los ámbitos de decisión más privados de la vida?
La maternidad siempre se interpreta desde el ámbito privado e individual, cuando en realidad tendría que ser un asunto público y colectivo, ya que la experiencia materna viene condicionada por el contexto social, y éste hoy es hostil a la crianza.
Vivir la experiencia materna como un derecho, al margen de idealizaciones, derecho a quedarte embarazada, a un parto respetado, a una lactancia materna satisfactoria… implica necesariamente un cambio de modelo socio-económico. De ahí que sea tan importante politizar la maternidad. Tal como dice el movimiento feminista, “lo personal es político”.
“El contexto social y económico en el que vivimos es hostil a la maternidad y a la crianza”
La experiencia materna viene determinada por el contexto social y económico en el que vivimos, y éste es hostil a la maternidad y a la crianza. Eso es así desde el minuto cero. Hay una mirada infantilizante y patologizadora sobre el embarazo y el parto. Se nos hace creer que no sabemos parir o dar de mamar. La culpa y la inseguridad siempre nos acompañan como madres, y eso hace que deleguemos en terceros, en el personal sanitario, por ejemplo; en los expertos… Un caso evidente lo vemos en el parto. Se puede decir que la capacidad de decisión de las madres a la hora de parir se queda en la puerta de los hospitales. Es necesaria una formación en la atención al embarazo y al parto en clave de género, entendiendo que la madre es un sujeto activo, con capacidad de decisión, no una mujer enferma.
Solo las mujeres se pueden quedar embarazadas. En el libro explica ampliamente el papel asignado a las mujeres a lo largo de la historia, como consecuencia de esta realidad. Parece como si la maternidad fuera la oportunidad que tienen los hombres para ejercer la dominación sobre las mujeres y discriminarlas negativamente, ¿o no?
Así es como históricamente se ha utilizado la capacidad biológica de las mujeres para dar a luz, como una imposición, como un instrumento de control de nuestros cuerpos, como una carga ineludible. Aun así una vez que las mujeres, gracias a la lucha feminista, hemos acabado con la maternidad como destino, ahora lo que toca es poder decidir sobre como queremos vivir esa experiencia.
Leí hace poco a una feminista que decía que la libertad de los hombres se basa en la esclavitud de las mujeres. ¿Lo ve del mismo modo?
No tendría que ser así, pero el sistema patriarcal se basa en que la dominación masculina sobre las mujeres y las desigualdades de género tienen como contrapartida toda una serie de privilegios para los hombres. Para mí, la verdadera libertad para hombres y mujeres se basa en lograr la plena igualdad, y esto es precisamente lo que defiende el feminismo. Una igualdad que, para ser efectiva y real, tiene que conseguirse en clave de género, clase y etnia, poniendo fin a toda forma de explotación y de opresión.
Habla mucho en el libro sobre el reparto del trabajo de cuidados. Las relaciones de un niño o niña con el padre y la madre siempre se han considerado diferentes, ¿no? ¿Hay que romper con esta diferencia?
Sí. Eso tiene que ver con una serie de prejuicios sociales, que se basan en estereotipos de carácter machista y que hace que niños y niñas sean socializados de manera diferente. Educar en la igualdad implica educar en el ejemplo, y tan importante es lo que hacemos en casa como lo que hacemos en la calle.
Afirma que la implicación del Estado en la organización de los cuidados “es imperiosa”. ¿Cómo ha de ser esa implicación del Estado? ¿De qué manera?
El estado de bienestar es del todo insuficiente, y las políticas neoliberales lo han reducido todavía más. No está pensado a partir de las necesidades del cuidado y la crianza.
Las mujeres que se lo pueden permitir externalizan el trabajo reproductivo, en general, hacia otras mujeres con una situación menos privilegiada. Y aquellas que no lo pueden pagar asumen una mayor carga de trabajo. El Estado tendría que destinar más recursos a todo aquello que tiene que ver con la crianza y el cuidado de las personas dependientes. Un replanteamiento de los servicios públicos tendría que ir vinculado a una drástica reorganización del mercado de trabajo y a una reducción de la jornada laboral.
‘Mamá desobediente’ es un ensayo en el cual recurre un poco al estilo narrativo para poder explicarse a partir de su experiencia personal y la de otras personas. Y en el libro denuncia la violencia obstétrica. La describe ampliamente. ¿Tiene solución? ¿Qué se puede hacer, más allá de medidas administrativas para limitar ese tipo de violencia?
Hay que empezar por reconocer que la violencia obstétrica existe. Y eso no es fácil. Cuando hablamos de ello, los profesionales de la salud, que tendrían que ser aliados para su erradicación, acostumbran a ponerse a la defensiva y rechazan este concepto.
Aun así, señalar la violencia obstétrica no es una crítica individual a un hecho concreto sino a unas prácticas generalizadas, cesáreas no necesarias, episiotomías por rutina, separación sin motivo de madre y bebé en el nacimiento…, que tienen un impacto negativo en la salud física y emocional de las mujeres y de los bebés. Unas prácticas que, por cierto, se dan en mayor medida en el ámbito sanitario privado.
Y también utiliza la experiencia personal para hacer una amplia y detallada defensa de la lactancia materna. Reivindica la práctica de dar el pecho, en contra de “la cultura del biberón”. No se discute mucho sobre los efectos benéficos de este tipo de alimentación. ¿Dónde detecta las principales dificultades?
En general, en los últimos años, se han dado pasos hacia adelante significativos en la promoción de la lactancia materna. El problema es que existe un desfase importante entre el discurso institucional pro-lactancia y los recursos económicos que se destinan a promoverla. Una vez has dado a luz en el hospital se te informa de los beneficios de la lactancia materna y se te acompaña, pero luego, cuando llegas a casa y empiezan las primeras dificultades, no siempre te encuentras con un buen asesoramiento en el sistema público de salud. Hay pocos recursos y la formación está poco actualizada.
Además, la baja maternal tan corta que tenemos, de tan solo 16 semanas, no permite la lactancia materna en exclusiva durante los seis primeros meses de vida del bebé, como recomiendan todas las instancias de salud. Es una práctica que no solo es beneficiosa por la salud del bebé sino también por la de la madre.
Se pronuncia sin duda alguna en contra de la maternidad subrogada. ¿Cómo se puede evitar? ¿Sólo con penalizaciones?
Creo que hay que insistir, y hacer mucha pedagogía, en que la maternidad no es solo biológica. La maternidad es también adoptiva, de acogida, de las criaturas de tu pareja actual, si ésta ha tenido otras anteriormente.
Hay que explicar también que la maternidad subrogada no es una técnica de reproducción asistida más, sino que implica la mercantilización, en un contexto de grandes desigualdades sociales, de un proceso biológico como es el embarazo, y eso tiene consecuencias físicas y emocionales para la madre gestante y el bebé. A pesar de lo que dicen sus partidarios, y la existencia de determinadas experiencias formalmente más respetuosas, la maternidad subrogada abre la puerta a múltiples vulneraciones de derechos para los dos.
“La maternidad subrogada abre la puerta a múltiples vulneraciones de derechos, de la madre y del recién nacido”
La madre gestante por contrato no puede decidir sobre su embarazo y en el transcurso de estos nueve meses se le controla la alimentación, la medicación, en determinados países incluso se la interna y se la aísla de su entorno familiar. Y en muchas ocasiones, la madre gestante no puede ver ni se le da ninguna información sobre el bebé al que da a luz. Al bebé, por su parte, se le separa frecuentemente de su madre gestante después de nacer, y no vuelve a saber nada más en toda su vida.
En el libro explica y toma como referencias diferentes tomas de posición y reflexiones de pensadoras feministas sobre la maternidad. “Siempre ha sido un tema incómodo para el feminismo”, reconoce, y señala diferentes líneas de pensamiento. Interesantes reflexiones, que concluye con el planteamiento de un reto: acabar con la institución maternal y liberar la experiencia. ¿Eso exige concreción, no?
Bien, se trata de diferenciar, como ya hacía la activista feminista y poeta Adrienne Rich, entre la institución maternal impuesta por el patriarcado, generadora de sumisión, y la relación potencial de las mujeres con la experiencia materna.
“No se trata de impugnar la maternidad, sino el sentido en que la define, la impone y la restringe el patriarcado”
No se trata de impugnar la maternidad, sino el sentido en que la define, la impone y la restringe el patriarcado. Esto implica valorar y visibilizar la maternidad, a la vez que reconocemos que la maternidad no es una identidad única para la mujer, y las mujeres que somos madres somos muchas cosas más.
Una maternidad feminista es aquella que rompe con los ideales maternos que nos han impuesto, que reivindica la madre como sujeto activo, con capacidad de decisión, y que se reconcilia con el propio cuerpo, empoderándose en el embarazo, el parto y la lactancia.
Quizás uno de los motivos más evidentes sobre la necesidad de hablar sobre la maternidad en términos políticos se encuentra en el hecho que, como dice, “si tienes criaturas, sobrevivir en el mercado laboral no es fácil”. ¿Tiene recetas el feminismo para hacer que la maternidad no dificulte la actividad profesional de las mujeres?
A nivel concreto, hacer compatible la vida laboral y la crianza pasa por reducir la jornada de trabajo sin pérdida de salario, una demanda que a estas alturas parece que la mayor parte de sindicatos han olvidado. Eso implica repartir de manera igualitaria el trabajo de cuidados entre hombres y mujeres y organizar la sociedad de tal manera que crianza y trabajo remunerado no sean ámbitos antagónicos.
Aun así considerar la maternidad como una carga es precisamente uno de los límites del discurso de la izquierda y del feminismo en relación a la experiencia materna.
“La izquierda no ha sido capaz de elaborar un relato propio sobre la maternidad y va a remolque de la derecha”
Obviamente si eres madre se te penaliza en el mercado de trabajo, pero el enfoque para dar una respuesta a este problema es erróneo. Y tiene mucho que ver con el hecho que la izquierda no ha sido capaz de elaborar un relato propio sobre la maternidad y va a remolque de la derecha. El problema, en realidad, no es la maternidad sino el sistema socio-económico. No se trata de seguir adaptando la maternidad al trabajo remunerado, por ejemplo con bajas por maternidad extremadamente cortas al servicio de los intereses de los empressaris que te quieren trabajando de nuevo al cabo de 16 semanas, sino de adaptar el mercado de trabajo a la maternidad y a la crianza. Y aquí no entro a juzgar si una madre quiere reincorporarse al trabajo a las 16 semanas o no, pero si quieres tener una baja maternal más larga tendrías que tener derecho.
Esther Vivas siempre se ha significado como militante y activista ecologista y anticapitalista. “En el capitalismo, no hay lugar para tener criaturas”, afirma taxativamente. Muchas feministas dicen que el feminismo pone en cuestión el sistema capitalista, pero usted constata que “la militancia no está pensada para que sea compatible con la crianza” y que ha emergido una nueva generación de mujeres que se plantea la maternidad en clave emancipadora. ¿Cuál es esta clave?
Gracias a las feministas de los años 60 y 70, que reivindicaron poder decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad, se acabó con la maternidad como imposición, pero en este rebelarse se cayó, y de manera comprensible, en un cierto discurso antimaternal y antireproductivo, como reacción a la imposición que el patriarcado hacía de la experiencia materna a las mujeres.
Hoy existe una nueva generación de feministas que hemos crecido en un contexto en el cual la maternidad es, en buena medida, una elección, y esto nos permite mirar al hecho de ser madres con menos prejuicios que nuestras antecesoras y reivindicar el hecho de poder vivir esta experiencia en el margen de los límites, y los ideales, que nos impone el sistema patriarcal y capitalista.
Afirma que el nuevo feminismo impugna a la vez patriarcado y capitalismo. Se reclama del “feminismo del 99%”, popularizado por Nancy Fraser, que a la vez “denuncia las amistades peligrosas del feminismo con el capitalismo”. Y dice que “la lucha por la igualdad es indisociable de un cambio estructural de modelo económico y de relaciones sociales”. ¿En qué se ha de basar este cambio? ¿Quién lo puede implantar?
Si el feminismo quiere lograr la igualdad para el conjunto de las mujeres tiene que tener una perspectiva anticapitalista y antirracista, sino será simplemente un feminismo para mujeres blancas de clase media. Este debate, de hecho, no es nuevo.
El feminismo de los años sesenta y setenta tuvo estas mismas discusiones, pero en un contexto diferente. Los problemas que enfrentamos, la crisis ecológica, social, económica, el racismo, el machismo, la lgtbfòbia…, están interconectados. Esto hace que sea imprescindible establecer alianzas entre movimientos y sectores sociales diferentes.