Elisabet Silvestre | Cuerpomente
Ser madre no es una tarea sencilla, cuenta Esther Vivas en Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad, una obra muy bien documentada en la que, además, aporta su experiencia personal con la maternidad. Desde las dificultades para quedarse embarazada, la violencia obstétrica o la estigmatización de la lactancia materna, este libro quiere abrir puertas, romper mitos y silencios, para dar valor a las madres.
–En su libro “Mamá desobediente” explica cómo se ha pasado de una maternidad patriarcal, sacrificada, a una maternidad neoliberal, subordinada al mercado. ¿Realmente se tiene que escoger?
–No es que se tenga que escoger es que a menudo no queda otra opción. Vivimos en una sociedad que nos impone un ideal de maternidad a caballo entre ese ideal tradicional de madre abnegada, sin intereses propios, muy útil al sistema patriarcal, y su versión neoliberal de “súper mami” que llega a todo, siempre disponible para el empleo y con un cuerpo perfecto. Un ideal inasumible e indeseable, que da lugar a un sentimiento constante de culpa, de no llegar a todo y de no hacer nada bien.
–En qué consiste en esa mirada feminista de la maternidad que aporta en su libro…
–La sociedad moderna ha desposeido a la mujer de su capacidad para maternar. Me explico. A las madres se nos hace creer que no sabemos parir o dar de mamar, que no estamos preparadas. Se nos trata como a enfermas, lo que permite la vulneración de derechos. La violencia obstétrica, socialmente aceptada, es un ejemplo.
Asimismo el sistema devalúa toda tarea vinculada con la maternidad. Ante esto, es necesario reivindicar a las madres como sujetos activos con capacidad de decisión, al mismo tiempo que se debe valorar y visibilizar todo aquello que tiene que ver con la experiencia materna, desde el embarazo, pasando por el parto hasta el posparto y la lactancia. No se trata de tener una mirada mística de la maternidad sino darle el valor que tiene y le ha sido negado.
–Vivimos en una sociedad muy dependiente de las instituciones (al nacer, durante la crianza y también en la vejez). En su libro habla de los intereses que se esconden en la medicalización de procesos que en realidad son fisiológicos, ¿cómo se puede educar para recuperar la tribu?
–En realidad, nos hacen dependientes y convierten cada uno de estos procesos fisiólogicos en una fuente de negocio. Así es la mercantilización de la vida. La maternidad, sin embargo, no solo está atravesada por el neoliberalismo sino por el patriarcado. De aquí la progresiva apropiación masculina, a partir del siglo XVII en adelante, del embarazo, el parto y la lactancia, mediante su medicalización, antes en manos de parturientas y comadronas.
Hoy, vivir la maternidad de manera más colectiva no es fácil porque nos encontramos con una sociedad individualista, un núcleo familiar extremadamente reducido y trabajos y vida precarios. No se trata tanto de reivindicar la tribu en sentido tradicional sino pensar en modelos más socializados de crianza.
–Incluso en el momento del parto, la violencia obstétrica se ha normalizado e invisibilizado. ¿Cómo dar visibilidad, que las mujeres conozcan y decidan?
–Hay que cambiar la mirada sobre el parto, entender que se trata de un proceso natural. Hemos normalizado que te programen el parto, te hagan una cesárea, una episiotomía o incluso que te separen de tu recién nacido. Todo esto, si no es estrictamente necesario, y en la mayoría de las ocasiones, como demuestran las estadísticas, no lo es, es constitutivo de violencia, y deja una huella profunda.
Un parto, por el contrario, necesita tiempo, respeto y confianza hacia la madre y el bebé. Hasta que la sociedad y los profesionales de la salud no entiendan y asuman esto será muy dificíl conseguir un parto respetado. Asimismo, resulta imprescindible una formación sanitaria en clave de género, que confíe en la capacidad de las mujeres para dar a luz y respete sus decisiones.
–Quizás especialmente en el momento que se plantea la vuelta al trabajo esa red de apoyo ausente es cuando más se visibiliza. Usted dice en su libro que la conciliación es una farsa…
–Así es, y la ridícula baja por maternidad que tenemos, de tan solo dieciséis semanas, lo deja claro. Por un lado nos dicen, “da la teta hasta los seis meses, es lo mejor para el bebé, lo recomiendan todas las instancias de salud”. Sin embargo, ¿cómo lo hago si el permiso de maternidad ni siquiera llega a los cuatro meses? Te animan a tener criaturas, pero ¿cómo las vamos a criar con trabajos precarios sin tiempo para dedicarles?
–¿Quién da valor a las madres?
–Nadie. Una sociedad que da la espalda al cuidado da también la espalda a la maternidad. De hecho, la maternidad se acostumbra a reivindicar desde posiciones conservadoras, pero se trata de una mirada patriarcal que priva de derechos a las mujeres. También se reivindica desde posiciones esencializadoras, obviando que la experiencia materna puede ser muy distinta de una mujer a otra.
Yo creo que se trata de reivindicar la maternidad en clave de derechos, no como una imposición, derecho a quedarte embarazada, a un parto respetado, a una lactancia materna que dure el tiempo deseado, a poder dedicar tiempo a las criaturas, a compatibilizar el empleo con la crianza. Y también reivindicar la maternidad como una responsabilidad de mujeres y hombres, y de la sociedad en general.
–¿Y cómo pasamos del adultocentrismo al niñocentrismo?
–No creo que el niñocentrismo sea una actitud alternativa al adultocentrismo. Más bien pienso que quienes tienen una conducta que podríamos considerar niñocéntrica, que sobreprotege a los pequeños, son precisamente aquellos que tienen una visión del mundo donde todo gira alrededor de los adultos y no dan libertad a las criaturas ni tienen en cuenta sus necesidades.
De hecho, tanto el niñocentrismo como el adultocentrismo son dos maneras de aproximarse a la infancia útiles a un sistema donde es muy difícil dedicar tiempo a niñas y niños y responder a sus necesidades vitales, desde la lactancia materna a la presencia continua de los progenitores los primeros meses de vida.
–Es autora también del libro El negocio de la comida. ¿Quién controla nuestra alimentación? (Ed. Icaria). Se suele presentar la maternidad alternativa del mismo modo que se habla de agricultura ecológica, como algo fuera del sistema, cuando ha sido históricamente el modelo primordial de alimentación y sistemas de producción hasta la llegada de la industria química (hace unas pocas décadas). ¿Le parece buen símil?
–Por supuesto. La medicalización y la tecnificación del parto tiene muchos puntos en común con la industrialización de la agricultura y la ganadería. Las formas de nacer y alimentarnos han tenido evoluciones similares. En su momento se abandonó el parto tradicional y la agricultura campesina, menospreciando el saber de las mujeres en un caso y el del campesinado, a menudo femenino, en el otro, en aras de un conocimiento técnico-científico muchas veces inexacto. Unas transformaciones que tuvieron consecuencias nefastas para el nacimiento y la alimentación, poniendo fin a la capacidad de las mujeres para decidir en el parto y a una alimentación saludable y sostenible.
–¿Y qué hay de la soberanía alimentaria del lactante?
–Pensar la lactancia materna con las gafas de la soberanía alimentaria es útil para entender los intereses económicos existentes tras la alimentación de los bebés. Pero, ¿qué implica la soberanía alimentaria? Significa la capacidad de las personas para decidir aquello que se cultiva y se come. Desde este punto de vista, la soberanía alimentaria de los bebés reside en la lactancia materna, la cual permite la producción y el acceso a la comida más ecológica, saludable y local para los recién nacidos, y que podríamos definir como soberanía lactante. La soberanía alimentaria empieza por la lactancia materna y la soberanía lactante es el primer acto de soberanía alimentaria.
–En su libro cuenta en primera persona su experiencia ante la maternidad. Ahora que su hijo tiene cuatro años, ¿cómo ha cambiado su mirada? ¿qué le gustaría destacar para acabar?
–A medida que mi hijo ha crecido, he constatado lo difícil que es criar en una sociedad hostil al cuidado, hacer compatible mi trabajo e intereses con acompañar sus necesidades. Ser madre, y padre, es un ejercicio constante de empatía y paciencia infinita.