Demian Orosz | La Voz del Interior
La maternidad, secuestrada y definida por el sistema patriarcal, ha sido un instrumento de opresión. Desde esa convicción, y para ayudar a romper esa matriz (si se permite la imagen), es que la española Esther Vivas escribió Mamá desobediente.
El ensayo, que combina aspectos históricos, herramientas conceptuales del feminismo y la experiencia personal de la autora, llama a indisciplinarse, a pensar y a practicar la decisión de ser madre en línea con un proyecto emancipador, asumiendo que la maternidad es un campo de batalla.
“Una mamá desobediente es aquella que se rebela contra el ideal de maternidad que nos han impuesto, a caballo entre el ideal patriarcal de madre abnegada y su versión moderna neoliberal de súper mami, con un cuerpo perfecto y siempre disponible para el mercado de trabajo”, define la periodista, socióloga y escritora residente en Barcelona.
“Se trata de una madre que reivindica su derecho a decidir sobre el embarazo, el parto, la lactancia y la crianza –añade–, al mismo tiempo que defiende la necesidad de transformar la sociedad para que esto sea posible. Una mujer que se reconcilia con su cuerpo y reconoce su capacidad para parir y dar de mamar”.
El libro describe el modo en que el parto, apropiado por el sistema médico, fue convertido en una patología, y considera a la violencia obstétrica como un umbral de la violencia de género.
La maternidad ha sido un tema incómodo para los feminismos e incluso menospreciado por sectores de un movimiento que concibe la función materna como cárcel o esclavitud. La madre, naturalizada como destino ineludible de la mujer, es un elemento central en la pugna por el control del cuerpo femenino.
Para Vivas, hay que profundizar el debate, haciendo equilibrio entre una persistente “matrofobia” y las remistificaciones del ecomaternalismo, que vuelven a dotar a la mujer de una esencia vinculada al cuidado de la vida en base a la capacidad biológica de gestar y parir.
Semilla de indignación
“El libro parte de mi experiencia como madre –cuenta Vivas–, de cómo el hecho de quedarme embarazada y tener un hijo hizo que mirara a la maternidad con otros ojos, y que tomara conciencia de lo invisibilizada e infravalorada está la maternidad, y no solo por la sociedad sino también por aquellos movimientos sociales, e incluso por sectores del feminismo. He aquí la semilla de la indignación que me llevó a escribir este libro”.
Uno de los recorridos del ensayo se refiere a lo que la autora denomina un “nuevo mamismo”. Una coyuntura que hace confluir dos tradiciones igual de extenuantes. A los reclamos de vieja data anudados a los ideales de la “buena madre” (abnegada, sacrificada por su prole), se le añaden los reclamos de convertirse en supermamás o mamás máquina en un contexto capitalista.
–¿Cuáles son las chances de que la maternidad deje de ser opresión y mandato?
–Depende de nosotras, de que como feministas seamos capaces de disputarles la maternidad al patriarcado y al neoliberalismo, que elaboremos un relato propio sobre la maternidad. Hay que reivindicar la experiencia materna en clave feminista y emancipadora. No se trata de idealizarla sino de señalar el valor que tiene y que le ha sido negado, y reivindicar nuestro derecho a vivirla, si así lo queremos, y a poder decidir como madres.
–Te detenés en la carga ideológica de expresiones como “madre soltera” o “madre sola”. ¿Creés que ese tipo de expresiones conservan un carácter estigmatizador?
–Así es. Las palabras no son neutrales. La expresión “madre soltera” asocia maternidad a soledad, abandono, deshonra. Vivimos en una sociedad patriarcal que, aun con el paso del tiempo, intenta imponer un determinado modelo de maternidad, y de familia. Las madres por cuenta propia confrontan el modelo normativo de familia nuclear biparental y heterosexual, y se enfrentan a aquellas narrativas patriarcales que consideran que la figura del padre es imprescindible para tener descendencia, y que sea legítima.
–Un tema clave es la tensión entre algunas posturas feministas y el deseo de maternidad. ¿Cómo ves ese conflicto?
–Las feministas de las décadas de 1960 y 1970 lucharon para acabar con la imposición patriarcal de la maternidad, para que las mujeres pudiésemos decidir si queríamos ser madres o no. Sin embargo, en este rebelarse se cayó en un cierto discurso antimaternal. Hoy, gracias a esta lucha, la maternidad ya no es un destino, sino una elección. Esto hace que una nueva generación de mujeres feministas miremos a la maternidad con menos prejuicios, y la reivindiquemos como responsabilidad colectiva, y tarea pública y política.
–También discutís con cierta revalorización de la ética del cuidado que vuelve a esencializar a la mujer y a lo maternal. ¿Qué perspectiva puede desarmar esa “idealización neorromántica de las relaciones afectivas”?
–Toda ética feminista del cuidado debe presentarse como antagónica a una ética reaccionaria del cuidado, que asocia cuidar a una obligación moral de la mujer. Desde una mirada emancipadora, el cuidado forma parte consustancial de la satisfacción de las necesidades humanas, como fuente de reciprocidad, sin jerarquías de género. El trabajo de cuidados debe plantearse desde una doble perspectiva: el reparto entre hombres y mujeres y la socialización más allá del núcleo familiar.
–Describís a la maternidad como una encrucijada entre biología y cultura. Proponés un equilibrio entre dos posiciones. ¿Cómo pensás ese diálogo?
–La maternidad se empeña en mostrar nuestra corporalidad. Somos seres culturales, pero tenemos una realidad biológica innegable. La gestación, el parto, la lactancia destapan los vínculos estrechos entre biología y cultura. Y esto incomoda porque el carácter biológico de la maternidad es el que el patriarcado ha utilizado para imponernos la maternidad a las mujeres como destino único. De ahí los prejuicios de sectores del feminismo para visibilizar, defender y dar valor a todo lo que tiene que ver con el embarazo, el parto, la lactancia y la crianza. Sin embargo, tan reduccionista es identificar mujer con madre como hacer todo lo contrario.
–Decís que la medicina moderna entiende al parto como una patología. ¿Qué rol cumple esa visión en la disputa por el control del cuerpo femenino?
–En Mamá desobediente afirmo que nos han robado el parto. Nos han hecho creer que no sabemos parir. Y esto nos lleva a delegar en los profesionales de la salud. El miedo a lo que pueda suceder en el parto es uno de los instrumentos que se utiliza para controlar nuestro cuerpo y voluntad. Un miedo que es fruto de considerar el parto como una patología, un proceso peligroso que hay que controlar. Sin embargo, como demuestra la evidencia científica, un parto es un proceso fisiológico natural que lo que necesita es tiempo, calma y respeto para la madre y el bebé.
–Considerás que la violencia obstétrica es la última frontera de la violencia de género. ¿Podrías explayarte un poco sobre esta idea?
–Hemos normalizado la violencia obstétrica. Consideramos que es normal parir por cesárea, que nos hagan una episiotomía, que tengamos un parto instrumental, que nos separen de nuestra criatura nada más nacer. Sin embargo todas estas prácticas deberían ser excepcionales. Las cifras indican lo contrario, que se dan en un porcentaje superior al que instituciones como la Organización Mundial de la Salud consideran razonables. El primer paso para acabar con la violencia obstétrica es reconocer que existe.