Una reseña del libro ‘Mamá desobediente’
Josefina Zícaro | Revista Purgante
Con una brecha salarial que se intensifica con la maternidad y la violencia obstétrica como algo al descubierto del que cada vez se habla más, en Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad (2019, Capitán Swing), la periodista y socióloga Esther Vivas (Sabadell, 1975) habla sin tapujos sobre estas y otras muchas cuestiones, percepciones históricas y mitos de lo que ha significado la maternidad a lo largo de la historia.
Si bien siempre he considerado que distintos estados en Occidente pueden y deben crear políticas de conciliación, como feminista a menudo he caído en el mito de la maternidad patriarcal, desde la cual una mujer se define como en un rol que cae única y exclusivamente en la búsqueda de la pareja adecuada para el cuidado de su prole, el desarrollo de su llamado “instinto maternal” y en conservar ese legado de ángel del hogar. La Historia y la psicología demuestran lo contrario: las mujeres somos más que eso y los hombres también poseen un denominado apego o instinto paternal, según las investigaciones del filósofo y psicólogo español Juan Delval. Lo que se sugiere en el libro Mamá desobediente va un paso más allá: propone romper con ese tipo de apego, a menudo considerado subalterno, y “maternizar la paternidad”, reduciendo así la importancia del género como base piramidal de la organización social. En España plataformas como PiiNA, que proponen un sistema de permisos iguales e intransferibles de Nacimiento y Adopción, irían en esa línea, así como otras que proponen la prolongación del permiso de maternidad, situado en la actualidad en 16 semanas.
Mediante la exposición contrastada de argumentos de base científica e histórica, Esther Vivas pretende dar a la maternidad esa vuelta de tuerca que las mujeres independientes necesitamos: intentando partir desde un punto de vista transversal, incluyendo mujeres migrantes y en situación de pobreza, Mamá desobediente deja de vincular la maternidad y la lactancia con el mero mandato patriarcal. Construye así, maternidades desobedientes, o, al menos, incómodas al sistema: maternidades conciliadoras, informadas, apoyadas y empoderadas en una sociedad capitalista que aún está lejos de percibir los cuidados como placenteros o necesarios en términos económicos.
Precisamente en España son las organizaciones como El parto es nuestro y Dona Llum en Catalunya algunas de las varias asociaciones que vienen denunciando partos deshumanizados y prácticas que, mediante evidencia, han quedado en entredicho, como son las episiotomías sin justificación, un aumento en el número de cesáreas o maniobras como las de Kristeller (presión sobre el vientre en la parte superior del útero). Lo que vienen denunciando estas y otras organizaciones no es baladí: pocas cosas hay más naturales en el cuerpo femenino que un parto o una lactancia próspera, y, sin embargo, tal como demuestra Vivas, somos las mujeres las muchas veces sufrimos prácticas abusivas que repercuten en nuestra salud sexual o tratos degradantes antes y durante el parto. No obstante, esto no siempre ha sido así: es a partir de la revolución científica e industrial que los partos dejan de ser función de las comadronas (a menudo consideradas brujas aún en España: servidora tiene el orgullo de contar entre su árbol genealógico una comadrona gallega “bruja”) y pasan a ser servicio exclusivo y esencial de los expertos (ginecólogos y ginecólogas) disminuyendo así el número de comadronas formadas en enfermería. No en vano, aún en la actualidad, España tiene el número más bajo de comadronas de toda la Unión Europea (12 por cada mil alumbramientos, situándose en 26 la media del número de comadronas de la OCDE). Servidora tiene también el orgullo de contar con un padre ginecólogo, quien a menudo se adhiere a la causa para aumentar el número de comadronas en España y países latinoamericanos, pues considera a esta una figura esencial (y, si todo va bien, preeminente a la propia función del ginecólogo).
En mi opinión, lo que a menudo Esther Vivas obvia es el número de muertes maternas y perinatales que han disminuido precisamente gracias a la investigación, desarrollo e incorporación paulatina de estos expertos. Esta disminución se ha dado sobre todo en los países de la OCDE y no tanto en países en vías de desarrollo. Personalmente, no es la violencia obstétrica el punto de partida, sino el síntoma de una medicina que toma por punto de partida una visión androcéntrica, tal y como sostienen estudios interesantes como los de Elisabet Tasa-Vinyals, Marisol Mora-Giral y Rosa Maria Raich-Escursell en su estudio Sesgo de género en medicina. concepto y estado de la cuestión:
La praxis médica sesgada por género es profundamente contraria a los principios de la medicina basada en la evidencia, puesto que se fundamenta en creencias acerca de las formas de sanar y enfermar de hombres y mujeres. Asimismo, perpetúa la invisibilización de las eventuales idiosincrasias bajo el manto de la normatividad o la universalidad, la concepción de la salud de los géneros –y especialmente de la salud femenina– en base a los significados heteropatriarcales de los mismos, y el uso del estamento médico para el mantenimiento de estructuras de control que impiden la legítima soberanía sobre el propio cuerpo.
Así, si el sujeto de estudio en la medicina es el hombre, es desgraciadamente frecuente y lógico (si bien nunca justificable) que existan fallos graves en el trato y en la praxis médica general, ginecológica y pediátrica. Debido a este fallo en el sistema médico occidental, son las propias parturientas (a menudo de clase media o alta) las que acuden más a las llamadas doulas, así como a comadronas o enfermeras especializadas en lactancia, pues aún a día de hoy son destacables las carencias en la medicina obstétrica y en la medicina de la lactancia en muchos estados, entre ellos el español. Tal como recoge Vivas en su obra, en la actualidad solo Venezuela reconoce como tal la existencia de la llamada “violencia obstétrica”. Ni siquiera la OMS reconoce como tal esta violencia. Tan solo a la luz de las numerosas denuncias por negligencias graves y cientos de testimonios, lanza en 2014 la declaración sobre lo que llama la Prevención y erradicación de la falta de respeto y el maltrato durante la atención del parto en centros de salud.
Por si fuera poco, no es solo el parto una cuestión de amplio debate y despertares de diferentes sensibilidades, organizaciones y profesiones. Con la incorporación de la medicina ginecológica y más especialmente, la medicina pediátrica, la lactancia entra también en un serio conflicto de intereses. Con el invento de la llamada leche de fórmula (que no es otra cosa que leche artificial que intenta asemejarse a la materna) y el poco apoyo político y empresarial de la mujer trabajadora, es llamativo como en la España de antaño se consideraba la leche de fórmula no una suplente alimentaria al bebé, sino que pasa a considerarse un alimento más nutricional que la propia leche materna gracias a la creación de campañas multinacionales que la promueven, obviando las recomendaciones y estudios: aun a año 2020, la OMS sitúa a la leche de fórmula una opción de tercer lugar, siendo siempre más nutritiva y necesaria la leche materna, provenga esta de la propia madre o de bancos de leche. Es triste como, obviando las recomendaciones de la OMS y de muchos estudios médicos, se impongan multinacionales como Nestlé en la agenda de pediatras, a menudo invitados a ostentosos congresos patrocinados por dichas multinacionales.
Si bien queda mucho por hacer, y la poca valoración de la maternidad en un sistema capitalista juega en contra de los intereses laborales de las madres, es interesante notar que, mientras en países como España se percibe un ligero aumento en la lactancia materna, en otros mal llamados “países en vías de desarrollo” la leche de fórmula va ganando terreno, no solo gracias a los lobbies de ciertos pediatras y obstetras adheridos a intereses multinacionales, sino también por la falsa percepción chic y de independencia que ostentan los biberones de fórmula, imitando a madres supuestamente superwoman, al estilo de las empoderadas occidentales. La dura realidad es que tan difícil y trabajosa es la lactancia materna como la leche de biberón. Movimientos como #FreeTheNipple o modelos y lactivistas que incentivan la lactancia y la ruptura del estigma de dar la teta surgen como respuesta a estas y otras políticas públicas y empresariales, que a menudo cosifican los pechos femeninos únicamente cuando conviene en películas y series a modo de reclamo sexual.
Este libro de Esther Vivas, con un estilo claro y conciso a la vez que cercano, está actualmente teniendo mucho éxito en ventas en países como Uruguay, Colombia o Chile. Esperemos que, al igual que hiciera Charlotte Perkins Gilman con su libro El Tapiz Amarillo, en el que, mediante la narrativa, denunciaba las malas praxis médicas hacia mujeres con depresión postparto, cambiando en EE. UU. los protocolos ante esta enfermedad, consiga mover los cimientos de sociedades adultocéntricas. El reto, como sostiene Vivas, no es romantizar la maternidad, sino reconocer su papel fundamental en la reproducción social: politizar la maternidad en sentido emancipador. Maternidades desobedientes y feministas.
Sin ocultar alguna discrepancia con la autora, recomiendo encarecidamente la lectura de Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad (Capitán Swing) y otros como Educar en el feminismo, de Iria Marañón (Plataforma editorial, y El vientre vacío, de Noemí López Trujillo (también de Capitán Swing).