Nadia Orozco | radionica
No ha pasado el primer capítulo y Esther Vivas, la autora de “Mamá desobediente”, ya ha lanzando hipótesis certeras que empiezan a trazar el curso de este ensayo:
“Entonces, ¿nos imponen tener criaturas o no tenerlas? He aquí la dicotomía. Por un lado, un sistema patriarcal que construye un imaginario que asocia mujer a maternidad y, por el otro, un sistema capitalista que nos pone todas las trabas del mundo para conseguirlo, y que acaba convirtiendo la infertilidad en un negocio”.
Esther Vivas es periodista y socióloga. Su trabajo, enfocado en el análisis político y social, las políticas agroalimentarias y el consumo consciente, tomó un rumbo distinto en 2015: quedó en embarazo y a raíz de su experiencia puso la lupa en temas alrededor de la maternidad.
Lo invisible que es la maternidad a nivel social, lo incómoda que es en el movimiento feminista, la violencia obstétrica que atraviesa y, en términos generales, la hostilidad a la que se enfrentan las madres en cualquier contexto. Todo esto lleva a Esther Vivas a reflexionar y a plantearse la necesidad de construir una mirada feminista para la maternidad en clave de derechos.
A partir de referencias literarias, hechos históricos y su propia voz, Vivas elabora un nutrido ensayo que no solo pone sobre la mesa los malabarismos que hacen las madres, sino que permite entender la difícil relación que, por años, ha tenido la maternidad con el feminismo, sin dejar de lado la constante crítica hacia el patriarcado y el capitalismo.
Hablamos con la autora española sobre el libro que fue lanzando en Colombia a través de la editorial Icono.
¿Qué pasa cuando quedas embarazada? ¿Cómo esta experiencia te genera las múltiples reflexiones que han quedado en tu libro?
Antes de quedar embarazada yo no tenía una idea concreta en relación a la maternidad, para mí la maternidad estaba llena de una serie de prejuicios, porque es una construcción social y cultural y considero que no tenemos una mirada real de lo que significa la experiencia materna.
Por eso, una vez me convertí en madre, empecé a escribir y a pensar sobre estos temas, tomé conciencia de que la maternidad real tiene muy poco que ver con lo que nos han contado y dicho. Hay un ideal de maternidad donde la madre tiene que ser perfecta, angelical, abnegada, pero también tiene que ser una superwoman que arregla todo, con cuerpo perfecto. Eso no tiene nada que ver con la experiencia real de las mujeres, que está llena de dificultades, de contradicciones, de ambivalencias, de equivocaciones.
Estas luces y sombras no son socialmente aceptadas ni reconocidas, y esto genera mucho malestar y culpabilidad entre las madres, porque nunca llegamos a ser perfectas. Pensamos que el problema somos nosotras cuando el problema es el ideal de madre inasumible, indeseable, generador de culpa, que no nos representa. Por el contrario, hay que reivindicar la maternidad real. También las dificultades para maternar tienen que ver con la sociedad que es hostil a todo lo que significa maternar, cuidar y criar.
¿Cuál es el mayor peligro de que ser madre se haya constituido como el eje central de la feminidad?
Yo creo que por un lado hay que acabar con el mandato de la maternidad, ese mandato que identifica mujer con madre. Las mujeres podemos elegir si somos madres o no; y si lo somos, somos muchas cosas además, por lo tanto hay que poner en cuestión el mandato de maternidad y a la vez cuestionar esos ideales de buenas madres.
Hay que rechazar el binomio que reduce mujer a madre y hay que reivindicar la maternidad como una elección. Históricamente a las mujeres se nos ha impuesto la maternidad como destino único y esta se ha utilizado como un instrumento para controlar nuestro cuerpo y nuestro destino.
Ante esta idea reduccionista y patriarcal de la maternidad, que no permite a la mujer decidir sobre esta experiencia, es contra lo que nos debemos revelar. Hay que distinguir esta maternidad impuesta y patriarcal, de lo que es la experiencia materna real, que cuando es libremente elegida es una experiencia mayoritariamente satisfactoria para las mujeres y central en nuestras vidas.
Hay un sistema patriarcal que asocia a la mujer con la maternidad, pero por el otro lado hay un sistema capitalista que pone las trabas para que una mujer no pueda desarrollarse como madre de una buena manera. ¿Cómo funciona esa dicotomía y qué tanto daño ha hecho?
El ideal de maternidad no responde a la experiencia real de las mujeres sino a unos intereses determinados que dejan de lado a las madres y a las criaturas. El ideal de maternar responde a los intereses de un sistema patriarcal que quiere a las mujeres madres, encerradas en casa, a cargo exclusivo de las criaturas, sin capacidad de decidir, sin algún interés más allá de la crianza, y también responde a una lógica productivista capitalista que básicamente quiere la crianza y el cuidado supeditado al mercado y a lo productivo.
Esto tiene muchas consecuencias negativas para las madres, porque maternamos en un sistema donde prácticamente lo tenemos todo en contra, un sistema donde no se nos permite a menudo decidir sobre nuestros partos, nuestra lactancia, se nos trata de una manera paternalista, se nos infantiliza.
Este sistema utiliza la maternidad para acallar a las madres, pero al mismo tiempo, como decía, también sufrimos las lógicas de un sistema que supedita la experiencia materna al mercado y a lo productivo. Constantemente la maternidad se tiene que adaptar a una lógica laboral, lo vemos con las escasas licencias, la conciliación difícil, la imposibilidad de que si estás trabajando puedas amamantar, etc.
En el libro señalas las tantas referencias al “Cuento de la criada”, un libro que se convirtió en una serie capaz de resumir el futuro distópico que se podría dar. ¿Cómo ves ese futuro si se sigue teniendo esa construcción de la identidad femenina? ¿qué tan cierto puede llegar ser?
Lo que vemos en “El cuento de la Criada” y su historia es que tiene muchas cosas en común con el momento en el cual vivimos. La dificultad por tener criaturas es uno de los elementos centrales de esta novela que convierte a las mujeres fértiles en esclavas a las cuales se les permite ser violadas para mantener la continuidad de la especie humana, al servicio de intereses políticos y económicos.
Hoy en día la infertilidad es uno de los grandes problemas que tiene la sociedad, va a ser una de las grandes epidemias también de este Siglo. Del mismo modo que la crisis económica y climática afecta la fertilidad de numerosas especies animales y vegetales, también afecta la fertilidad humana tanto por la exposición a tóxicos ambientales y alimentarios, como porque la precariedad social y laboral están empujando cada día a más mujeres y hombres a tener criaturas en una edad en la que su tasa de fertilidad ha caído y esto les impide tener hijos e hijas.
No se habla a menudo de los problemas de infertilidad, pero esto afecta cada día a más personas y esto va a ser que tener criaturas se convierta en un privilegio de clases y es donde vemos elementos en común con lo que narra “El cuento de la criada”.
¿Cómo la pandemia ha visibilizado las dificultades de las madres? ¿Qué lecciones deja esta coyuntura con respecto a la maternidad?
La pandemia ha puesto de manifiesto el trabajo de cuidados que vienen llevando a cabo las mujeres y en el contexto de cuarentena esta situación se ha evidenciado más. Las madres en general se han tenido que hacer cargo del cuidado exclusivo de sus hijos, lo que ha generado problemas de estrés, salud mental, de sentirse malas madres, de sentirse malas profesionales, de no llegar a todo.
El olvido del Estado con respecto a la maternidad y a la crianza pone en evidencia el poco valor que se da a estas tareas. Maternar y cuidar es esencial para la reproducción de la vida y no debería ser una responsabilidad única de la madre, sino una responsabilidad colectiva, porque estamos hablando de la salud física y mental de esas criaturas que serán los adultos del mañana y eso nos debería concernir a todos.
La crisis ha evidenciado una gran niñofobia, una mirada adultocentrista, no se han reconocido las necesidades de los niños que han estado encerrados a lo largo de meses y sin una infancia saludable que futuro nos espera.
Quisiera retomar ese tema central en el libro que es la relación entre el feminismo y la maternidad. ¿Hoy en día la negación de la maternidad como tema clave de la agenda feminista sigue siendo una realidad?
Históricamente el feminismo ha tenido una relación compleja con la maternidad porque esta ha sido utilizada por el patriarcado como un instrumento para controlar el cuerpo y el destino de las mujeres y se nos ha impuesto la maternidad como mandato. Ante esta realidad fue contra la cual se revelaron las feministas de los años sesenta y setenta, la conocida como segunda ola, reivindicando el derecho de decidir sobre su propio cuerpo, derecho de acceder a sus métodos anticonceptivos, derecho al aborto, etc. Pero en este revelarse de ese feminismo se cayó en un cierto discurso antimaternal y anti reproductivo, es decir: el patriarcado me impone tener hijos, yo decido no tenerlos.
Esto aún pesa al día de hoy, pero creo que en estos momentos hay una nueva generación de mujeres que somos madres nacidas en los setenta, ochenta, noventa. Para nosotras la maternidad ha sido una elección gracias a las luchas de las feministas que nos precedieron, podemos mirar la experiencia materna con menos prejuicios y distinguir claramente entre lo que es el mandato de la maternidad que hay que erradicar, de lo que es la experiencia maternal libremente elegida, que debe ser visibilizada, valorada, no idealizada y reconociendo el valor social y económico que tiene esta experiencia, que ha sido negado a lo largo de la historia.
Se están dando avances importantes en las nuevas generaciones de feministas, pero aún queda camino por recorrer. Es necesario señalar que feminismo y maternidad no son antagónicos, sino al contrario: ¿si la maternidad si no es feminista de qué maternidad hablamos? Una donde no podemos decidir, donde se vulneran nuestros derechos, una experiencia materna donde se da el abuso.
Es por eso que hay que reinvidicar la maternidad feminista, la matenridad como derecho a decidir sobre mi embarazo, mi parto, la lactancia. La maternidad como responsabilidad colectiva, de hombres y mujeres, de la sociedad en general. Reivindicar el derecho de conciliar tu vida laboral con la maternidad, derecho a tener licencias maternales más largas, a tener un parto libre de violencia y abuso, y todo esto lo tiene que reivindicar el feminismo, creo yo.
¿Por qué la capacidad de dar a luz ha sido una amenaza para el sistema patriarcal a lo largo de tantos años?
Históricamente la maternidad ha sido cuestión de mujeres: de la que daba a luz y de las mujeres sabias que acompañaban a las mujeres, las comadronas o parteras. Pero a partir de finales de la edad media, el peso tan importante de las mujeres en el parto se vio como una amenaza porque el Estado quería controlar esa mano de obra cuando las mujeres parían.
Para lograrlo tenían que controlar sus cuerpos, el nacimiento, y a finales de la Edad Media en Europa muchas comadronas fueron quemadas en la hoguera, porque su saber permitía una autonomía de la mujer sobre la gestación y el nacimiento era una amenaza para los intereses de los hombres que buscaban controlar el cuerpo de las mujeres.
En las construcción de las sociedades modernas hay una mirada en relación al parto donde ha prevalecido el miedo a lo que puede suceder, el temor a un dolor del parto insoportable y de este modo se nos ha robado la capacidad de decidir. Se nos ha hecho creer que no podemos transitar esta experiencia por nosotras mismas y que tenemos que delegar a terceros y a expertos.
El inicio de la obstetricia ha significado precisamente, y además con un papel relevante de los hombres, la expropiación de la capacidad de parir de las mujeres y se nos ha hecho creer que tenemos que delegar en terceros. Se ha establecido una mirada patologizante y medicalizada del parto y todo esto ha tenido unas consecuencias muy negativas para las madres y las criaturas.
La violencia obstétrica, que hoy en día forma parte estructural de la atención sanitaria al parto, es el mejor ejemplo. En la medida en que se ha expropiado esta capacidad de parir y se nos ha hecho creer que no podemos decidir en esta experiencia, ha llegado el abuso.
¿Cómo luchar contra ese miedo, arma en las imposiciones a las madres?
El miedo hacia el parto es un instrumento de control del cuerpo de la mujer a la hora de parir y tiene que ver con que se asocia el parto a una enfermedad, a un proceso que cuando más medicalizado se piensa será mejor atendido, eso es falso. El parto es un proceso fisiológico que necesita tiempo, escucha, acompañamiento, respeto y confianza hacia la madre y el bebé que va a nacer.
Esto en los partos medicalizados que hoy en día tenemos no se da. Es necesario cambiar la mirada social hacia el parto y entenderlo como un proceso natural, que las mujeres estamos capacitadas para dar a luz y que la mayoría de partos son de bajo riesgo, donde la partera es la profesional más preparada para atenderlos.
Hay que recuperar la confianza en la capacidad de las mujeres para dar a luz y la confianza entre nosotras mismas, ser capaces de reconocer las malas prácticas, la violencia obstétrica, el trato denigrante que muchas veces se le da la mujer que pare, la infantilización, cesáreas que no son necesarias, separación de madre y bebé. Reconocer también que esto es violencia para poder sanar la herida que dejan estas prácticas y poder acabar con esta dinámicas.
Tenemos que ser conscientes como mujeres que podemos parir, que tenemos derecho a decidir en este momento. No se trata de idealizar o esencializar el parto porque cada mujer tendrá una experiencia adecuada de parto, y si es necesario una cesárea, una cesárea salva vidas. El problema no es la medicalización del parto sino el abuso de medicalización o la medicalización cuando no es necesaria, y creo que sin idealizar, sí es necesario poder vivir esta experiencia libre de violencia.
En el libro afirmas que el cómo se nace y se come habla mucho de la sociedad, ¿qué conclusiones sacas entonces de la historia del parto?
La manera como se pare dice mucho de nuestra sociedad, y la nuestra se caracteriza por darle la espalda a todo lo que significa la naturaleza, la autonomía de la mujer y los procesos naturales.
Las prácticas impuestas en el nacimientos vulneran el derecho de la mujer a poder decidir sobre este proceso, son prácticas que muchas veces se basan en el abuso y que no solo tienen un impacto negativo en la mujer sino en la criatura, porque la violencia en el parto ejerce un dolor físico y emocional en el bebé y deja secuelas. Es importante mirar al parto más allá del hecho de parir como algo físico, sino ver la dimensión psicológica.
A veces una madre no se da cuenta de que está siendo víctima de violencia obstétrica, ¿cuáles son las alarmas que se deben encender para prevenir?
El gran problema es que hemos normalizado la violencia en el parto, porque nos han dicho que no puedes opinar. Que se burlen de ti, que no te informen adecuadamente, que te manden a callar mientras estás en trabajo de parto, que te obliguen a dar a luz sola, que te hagan una cesárea sin ser necesario, que te hagan una episiotomía por rutina, que te separen de tu criatura sin motivo, que le den leche de fórmula sin tu consentimiento. Nos han dicho que un parto es todo esto, cuando esas son prácticas de violencia física y psíquica hacia las mujeres que dejan huellas.
Sufrir un parto traumático puede generar depresión post parto, estrés post traumático y si no somos conscientes de que hemos sido víctimas de violencia obstétrica y nos ha generado consecuencias físicas y mentales es muy difícil sanar esa herida. Es fundamental visibilizar la violencia obstétrica y reconocerla para poder erradicarla y para poder acompañar a esas mujeres que la han sufrido y que pasan de víctimas a sobrevivientes.
Repito, no se trata de criticar la cesareas o la episiotomía porque estas salvan vidas, el problema es el abuso de estas prácticas. Cuando miramos las cifras, por ejemplo, en Colombia el 50 % de los nacimientos son por cesárea. Ahí hay un problema, porque la OMS deja claro que una cifra justificable sería del 10 % al 5 % de los nacimientos.
Hay un abuso de estas prácticas porque responden a una lógica sanitaria, una cesárea se sabe cuando empieza y cuando acaba, es más cara y da más beneficio a la sanidad privada, pero no se valora si beneficia a la madre y al bebé. Y la respuesta es “No”, porque una cesárea tiene mayor riesgo para la vida de madre y el bebé, y puede dejar más secuelas que un parto vaginal si no es necesaria.
Hablemos del instinto maternal y cómo esta construcción ha sido usada para que la madre ejerza más tareas.
Desde mi punto de vista el instinto maternal es una construcción social y cultural. No tenemos un instinto que lleve a reproducirnos, se tiene que acabar con esta idea del instinto maternal. A menudo es verdad que este concepto se utiliza en los espacios en los cuales hay madres, pero cuando en estos espacios se habla de instinto se habla más del vínculo que se genera con el bebé, de esta relación estrecha, y creo que cuando hablamos de esto no hablamos de instinto, sino del carácter biológico de la maternidad.
Una cosa es el instinto que lleva a reproducirnos, esto no existe, pero al margen de esto la maternidad tiene un carácter biológico que no se puede negar (lo vemos en el embarazo, parto, post parto, las hormonas que se generan en estos momentos). Es cierto que estos procesos generan y promueven un vínculo entre la madre y el bebé, pero este vínculo también se genera más allá de la maternidad biológica, una madre adoptiva también establece este vínculo, un padre implicado también.
Hay que acabar con la idea de que las madres somos cuidadoras por naturaleza, que las mujeres debemos ser madres por naturaleza. La capacidad de cuidar y criar la tenemos todos y es cierto que si tú das el pecho se genera oxitocina, la hormona del amor que fomenta este vínculo entre madre y criatura, pero si tú eres progenitor implicado también se va a generar fruto de la relación. No hablamos de “instinto” sino de “implicación” en las tareas de cuidados y maternaje que también fomentan las relaciones de interdependencias entre unos y otros.