Brais Benítez | La Marea
Esther Vivas (Sabadell, 1975), hace años que analiza los entresijos de la industria alimentaria. Licenciada en periodismo y máster en sociología, acaba de publicar El negocio de la comida (Icaria, 2014), un exhaustivo ensayo en el que se adentra en el funcionamiento del mercado alimentario global, que genera disfunciones como que cerca de 1.000 millones de personas pasen hambre cuando se producen alimentos para 12.000 millones, y llega hasta nuestra mesa.
¿Por qué los alimentos recorren miles de kilómetros hasta llegar a nuestra mesa? ¿Qué consecuencias tiene esto? ¿Estamos dejando de lado la dieta mediterránea para abonarnos a la ‘comida basura’? ¿Existen ‘puertas giratorias’ en el ámbito de la alimentación? “Destapar lo que no les interesa que veamos”, se marca como objetivo Vivas, “darnos instrumentos para que podamos juzgar por nosotros mismos, sacar conclusiones y pasar a la acción”.
¿Cómo se explica que en un mundo en el que se producen alimentos de sobra, una de cada ocho personas pase hambre?
El hambre en un mundo de la abundancia es el mejor ejemplo de cómo hoy la alimentación y la agricultura se han convertido en un negocio. Lo que cuenta en el modelo alimentario actual es hacer dinero. A pesar de que se producen más alimentos que nunca en la historia, para 12.000 millones de personas según datos de Naciones Unidas, 1 de cada 8 pasa hambre. Se ha producido una mercantilización de los alimentos, y si no tienes dinero, no comes.
Las causas del hambre son políticas, afirmas en el libro…
Hay un discurso oficial que nos dice que es necesario producir más comida para dar respuesta al hambre, es falso. No hay un problema de falta de alimento sino de acceso al alimento. Un problema de democracia. Se asocia el hambre a una serie de catástrofes que pasan en determinados países por guerras o causas meteorológicas, que pueden influir, pero hay unas causas políticas que tienen que ver con el expolio de los recursos naturales que se ha producido en los países del sur a lo largo de décadas. También vemos que el hambre hoy también golpea en nuestro país, donde los supermercados tiran cada día toneladas de comida. Alimentos hay.
¿Qué papel juega en la dificultad de acceso a los alimentos la especulación alimentaria?
A menudo pensamos que la crisis económica que nos afecta tiene poco que ver con la crisis alimentaria a escala global, y están íntimamente unidas. Los mismos que en su momento especularon con las hipotecas subprime y generaron la burbuja inmobiliaria, una vez esta estalló en el 2008 buscaron nuevas fuentes de negocio, ¿y qué hay más seguro que la comida para especular? Muchos fondos de inversión, compañías de seguros y bancos comenzaron a invertir en los mercados de futuro comprando y vendiendo grano, no en función de la oferta y la demanda real, sino para ganar dinero con la especulación. Esto condujo a un aumento de precios de cereales básicos, arroz, maíz, que llegaron a doblar el precio, haciéndolo inaccesible para muchas familias en países del sur. Se puede decir que hemos pasado de la burbuja inmobiliaria a la burbuja alimentaria.
En enero de este año, la Unión Europea anunció una reforma de la Directiva de Mercados de Instrumentos Financieros para poner límites a la especulación con alimentos; el Parlament de Catalunya aprobó una resolución para prohibirla, ¿han funcionado estas medidas?
A nivel gubernamental se hacen declaraciones de buenas intenciones que no significan un cambio real de las políticas. La especulación alimentaria continúa siendo una realidad. El Banco Sabadell sigue ofertando un producto financiero llamado BS Commodities, la rentabilidad del cual viene determinada por la especulación que se produzca con los alimentos. Son prácticas que se siguen produciendo. Aquellos que dictan las políticas actuales, ya sea en agricultura, en economía o en sanidad, tienen vínculos estrechos con las empresas del sector correspondiente.
Sí, es algo que también analizas, no sólo vemos puertas giratorias con empresas eléctricas o sanitarias, también en la alimentación.
Sí, de hecho las políticas agroalimentarias actuales se explican porque aquellos que las dictan tienen vínculos estrechos con las empresas del sector. El Estado español es la puerta de entrada de los transgénicos a Europa, en Cataluña y Aragón se cultiva el 80% de los transgénicos del continente, concretamente el maíz mon810 de Monsanto. Esto se debe a que tanto PP como PSOE tienen vínculos estrechos con la industria biotecnológica y pro-transgénica. La ministra de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Isabel García Tejerina, viene de estar ocho años como directiva en la empresa de fertilizantes y productos químicos Fertiberia. Y quien fue ministra de Ciencia e Innovación en la segunda legislatura de Zapatero, Cristina Garmendia, antes de ocupar ese cargo era la presidenta de Asebio, que es el principal lobby pro-transgénico en el Estado español. Esto nos explica por qué el Estado español ha sido líder en el cultivo de transgénicos en Europa, cultivando transgénicos que están prohibidos en la mayoría de estados europeos.
Con este panorama, ¿qué puede suceder con el TTIP?
Significa flexibilizar la legislación europea, mucho más rígida en aspectos alimentarios que la estadounidense, en beneficio de grandes empresas, muchas de ellas norteamericanas. En lo que se refiere a los transgénicos, hay presiones importantes por parte de empresas como Monsanto y otras biotecnológicas para aumentar la variedad de transgénicos cultivables. En la medida en que se permitan cultivar más tipos de transgénicos, está claro que el Gobierno hará una apuesta decidida para dar apoyo a estas medidas, porque si ya lo hace ahora… Además, permitirá la entrada de productos de vaca o cerdo hormonados que hoy están prohibidos. Significará un retroceso muy importante.
¿Cuál es el peligro de la concentración de poder en el mercado alimentario en pocas manos, un aspecto que también detallas en el libro?
En la medida en que el mercado está dominado por unas pocas empresas que anteponen sus intereses económicos, la función que deberían tener los alimentos, que es precisamente alimentarnos, queda en un segundo plano. También comporta la homogeneización de la alimentación y la pérdida de biodiversidad, en el sentido que las empresas tienden a fomentar unos determinados cultivos en detrimento de otros. Un claro ejemplo es el de la soja, hasta hace unas décadas un cultivo anecdótico y hoy predominante. Se ha perdido mucha variedad de alimentos porque se priman aquellos que se consideran más rentables para el mercado. Variedades que pueden viajar miles de kilómetros sin estropearse, que tengan un tamaño adecuado, un color atractivo…
Ahora que llegan las fiestas, ¿cuántos kilómetros puede acumular la comida servida en una cena de Nochebuena en una casa cualquiera?
Según un informe de Amigos de la Tierra, la media de la distancia que viaja un alimento de la tierra al plato es de 5.000 kilómetros. Para Navidad, alimentos que hoy se han convertido en habituales en nuestra mesa como la piña o los langostinos, tienen muchos kilómetros a sus espaldas. Se han incorporado muchos productos en nuestras comidas navideñas que poco tienen que ver con la realidad autóctona. Con eso no quiero decir que no sea bueno incorporar otras culturas gastronómicas, el problema es que se ha generalizado este consumo porque a la industria le ha interesado, y detrás del cultivo de langostinos en Ecuador o de la piña en Costa Rica lo que hay es explotación medioambiental y laboral.
Eso sucede también en nuestra dieta cotidiana…
Sí, y usamos productos de la otra punta del mundo que también se elaboran aquí. Nos preocupamos de que no podremos vender las manzanas de Lérida en Rusia por el veto,¡ pero es que estamos importando manzanas de China! No tiene ningún sentido.
¿Prohibir la importación de alimentos que ya se produzcan aquí sería una buena medida?
Creo que hay que tomar medidas en positivo, comenzando por primar la producción local, payesa, ecológica, justa y de calidad. No es lógico que en los supermercados encontremos naranjas que vienen de Sudáfrica, manzanas de la China, uvas de Chile, tomate de Marruecos u Holanda, cuando ese producto lo tenemos aquí.
¿Qué responsabilidad tiene el consumidor? Al final es el que compra un producto u otro…
La actitud del consumidor es clave, porque puede haber sectores agrícolas que opten por la agricultura ecológica, pero si nadie la compra poco futuro tendrá. Considero positivo que hay más interés por este tipo de agricultura y alimentación, cada vez nos preguntamos más qué hay detrás de aquello que comemos y qué impacto tiene en nuestra salud. A partir de esta inquietud nos replanteamos nuestros hábitos alimenticios. El reto es que esta actitud individual vaya más allá de comer bien, no sólo ir a buscar la etiqueta ecológica, sino saber qué historia hay detrás de este producto, y que tenga un valor social añadido.
Mucha gente diría, y más en un momento de crisis como el actual, ‘mira, todo esto está muy bien pero me sale más a cuenta ir a una gran superficie, donde hay descuentos, a hacer la compra de la semana…’
Con el tema del precio hay varias cosas. Por un lado, vamos al supermercado y pensamos que ahorramos dinero. Pero en realidad en el supermercado todo está pensado para que gastes cuanto más mejor. Se calcula que entre un 20% y un 55% de nuestra compra en el súper es fruto de estímulos externos y una compra impulsiva. Cuando uno entra a formar parte de una cooperativa de consumo, en cambio, tiende a gastar menos porque compra lo que necesita. El alimento ecológico no tiene por qué ser más caro. Si lo vas a buscar a un supermercado especializado o a una tienda gourmet quizás te saldrá más caro, pero si compras productos ecológicos de temporada, haces una dieta sin tanto consumo de carne, seguramente ahorrarás. Y además, a menudo nos hace daño en el bolsillo gastar dinero en comida, pero no miramos tanto si nos compramos determinado gadgets tecnológicos…
Incluyes una cita de un autor norteamericano, Michael Pollan, que dice que “para comer bien hay que comer comida”. ¿Tan difícil es encontrar comida, entonces?
Si en un supermercado descartas todos los productos que hayan sido procesados con un alto número de aditivos, de potenciadores del sabor, de azúcares añadidos, no queda prácticamente nada. Así que encontrar comida ‘comida’ puede ser mucho más difícil de lo que pudiera parecer..
Eso tiene relación con una afirmación que haces en el ensayo, “la obesidad y el hambre son dos caras de la misma moneda”.
Son resultado de un modelo agroalimentario enfermo que no funciona. En los países que adoptamos una dieta occidental, con productos altamente procesados, con grasas saturadas, etc. emergen nuevas enfermedades como problemas cardiovasculares, diabetes, sobrepeso e incluso cáncer. Los sectores más afectados son aquellos con más problemas económicos, y de hecho vemos que en el Estado español, las comunidades autónomas que padecen más la crisis, como Canarias, Andalucía o Extremadura, son las que sufren más problemas de obesidad y sobrepeso. Entre los menores la obesidad es una epidemia creciente, entre un 15% y un 20% de los niños y niñas menores de 10 años sufren obesidad, y eso es fruto de nuestra alimentación.
Para eso están los productos para ‘cuidar la línea’, ¿no?
La misma industria que te vende esos ‘alimentos basura’ es la que después te vende alimentos funcionales, que dicen que solucionarán el colesterol, el sobrepeso, la pérdida de calcio, etc. Se cambia el vestido, se viste de asesor nutricional, y te vende productos milagro que te dicen que solucionarán los problemas que ella misma te ha generado. Pero de lo único que se trata es de seguir haciendo negocio con tu alimentación y con tu salud.