Esther Vivas | Ets el que menges
Queremos decidir sobre lo que comemos, de dónde viene, cómo ha sido cultivado, por quién, cómo se establece el precio. En un mundo globalizado, donde la distancia entre producción y consumo es cada día más larga, hay muchas personas que se preguntan sobre el origen de los alimentos.
Los grupos y las cooperativas de consumo agroecológico, que en los últimos tiempos se han multiplicado en todo el Estado español, son la mejor expresión de esta voluntad de recuperar la capacidad de decidir sobre nuestra alimentación.
Se trata de vecinos de un barrio o de una ciudad que se ponen de acuerdo para comprar directamente a uno o varios agricultores de su entorno, y apostar por otro modelo de agricultura y consumo, organizándose a partir de asociaciones o de sociedades cooperativas. Algunas tienen personal remunerado, la mayoría no. Son experiencias que fortalecen las relaciones sociales en el territorio, que promueven la economía solidaria, que generan nuevos puestos de trabajo en el campo en plena crisis económica.
El objetivo es devolver el papel central de la agricultura y los consumidores a la hora de definir las políticas agrícolas y que la alimentación no dependa de los intereses económicos de unas pocas multinacionales de la agroindustria. Los criterios de justicia medioambiental y social son los que prevalecen. Por este motivo, ya no se habla sólo de agricultura ecológica sino de agroecología, defendiendo un modelo agrícola sin pesticidas químicos ni transgénicos pero también de proximidad, local y campesino.
La soberanía alimentaria es el principio que guía estas experiencias. Ser soberanos, tener el derecho a decidir, sobre la producción de comida. Una práctica que coloca en el centro la defensa de un mundo rural vivo y las necesidades de los consumidores, que recupera semillas de variedades autóctonas en peligro de extinción y que cultiva teniendo en cuenta los ciclos de la naturaleza.
Los antecedentes de estas experiencias se remontan a finales de los años ochenta y principios de los noventa, cuando surgieron las primeras iniciativas en Andalucía, Catalunya, Euskal Herria y País Valencià, principalmente. Pero no fue hasta mediados de los años 2000 que hubo un crecimiento exponencial y a día de hoy las encontramos en todo el territorio, situadas, principalmente, en las áreas metropolitanas, donde la distancia entre el campo y la ciudad es mayor.
Los grupos y las cooperativas de consumo, pero, no son la única vía para estrechar los lazos entre el campo y el plato. En los últimos tiempos, han proliferado los huertos urbanos, los mercados campesinos, el retorno de jóvenes a la tierra, la venta directa en fincas… que demuestran que otras prácticas en la producción y el consumo de alimentos no sólo son necesarias sino que son posibles y viables.