“La soberanía alimentaria es eminentemente feminista”

Ardatza | EHNE

Esther Vivas es periodista e investigadora en políticas agroalimentarias. Autora de varios trabajos y publicaciones relacionados con el consumo crítico, el trabajo de la mujer agricultora o la soberanía alimentaria. Acaba de publicar recientemente El negocio de la comida: ¿quién controla nuestra alimentación?

Ardatza ha ahondado en la labor de la mujer agricultora y ganadera, las políticas agrarias o la cadena alimentaria.

Se conoce mucho sobre la situación de las campesinas de los países del sur, pero, ¿qué sabemos de las agricultoras y ganaderas de Europa?

La misma invisibilidad que afecta a muchas campesinas en el Sur también se da aquí. ¿Cuántas mujeres han trabajado toda su vida en el campo y no han constado en ningún lugar, no han cotizado para la seguridad social, ni para la jubilación? Han sido las nadies del mundo rural. Desde hace décadas el sostén de las familias, de las comunidades de base ha recaído sobre ellas, han tenido un papel muy significativo. En los países del sur el 60% de la producción de alimentos la llevan a cabo las mujeres, y pese a ello, el 60% del hambre crónico en el mundo afecta a las mujeres. Se calcula que en el estado español el 82% de las mujeres en el mundo rural trabajan en el campo, pero constan como ayuda familiar, no tienen ningún beneficio. La situación es extrapolable a toda Europa. El impacto del sistema patriarcal en este modelo agroalimentario y la lógica del capital tiene consecuencias a escala global.

¿Por qué queda invisibilizada la mujer?

Es consecuencia de un sistema patriarcal, que invisibiliza, menostiene, supedita a la mujer. En el campo tradicionalmente, y aún hoy, vemos como hay una esfera pública valorada y reconocida asociada a lo masculino con unas determinadas prácticas que el hombre lleva a cabo: la comercialización de grandes cultivos, su papel en las organizaciones sindicales, etc. Mientras, la mujer asume unas tareas vinculadas a la esfera privada, e invisibles, que tiene que ver con el cuidado de la familia, los intercambios comerciales a pequeña escala, el trabajo en huertas familiares.

¿Qué tiene que suceder para que esto cambie? 

Si no tomamos conciencia de estas desigualdades, que no solo afectan, al mundo rural sino también al urbano, pocas alternativas vamos a plantear. En 2011 se consiguió una victoria importante por parte de las mujeres campesinas, la aprobación de la Ley de Titularidad Compartida de las Explotaciones Agrarias. Sin embargo, ésta se quedó en papel mojado, no implicó un cambio real de modelo de gestión ni de la propiedad de la tierra. Hay que pasar de las palabras a los hechos por parte de la administración. Pero, desde mi punto de vista, el tema más importante aquí es la toma de conciencia social y la auto-organización de las mujeres. Y la alianza entre las mujeres campesinas y las consumidoras es un tema pendiente.

Dada la situación imperante, no es fácil que una mujer acceda a cargos sindicales.

Evidentemente no es fácil, porque la lógica del patriarcado la tenemos profundamente inoculada, pero sí que se han dado pasos adelante en algunos movimientos sociales, como en La Vía Campesina, donde las mujeres llevan años organizándose y reivindicando su papel, también en la toma de decisiones.

La Ley de Titularidad Compartida es valorada por el sector como fracaso. El Gobierno Vasco acaba de publicar el Estatuto de la Mujer Agricultora.

La administración se da cuenta de que la perspectiva de género está adquiriendo relevancia, ya sea en el mundo rural o en el urbano. De ahí que se dan pasos adelante, pero, tristemente, a menudo consisten más en medidas pensadas “de cara al escaparate” que no políticas que signifiquen un cambio real. Necesitamos cambios profundos, cambios estructurales.

Habla en varios artículos sobre la soberanía alimentaria con perspectiva feminista. ¿Por qué es necesaria esa visión?

Desde el momento en el que la soberanía alimentaria sitúa en el centro las necesidades básicas de las personas, el trabajo de cuidados, la reproducción de la vida… la soberanía alimentaria es eminentemente feminista. Eso no quiere decir que sea l reconocida como tal. A menudo, no se tiene en cuenta esta perspectiva. Por eso es necesario visibilizar esta mirada feminista, indisociable de la soberanía alimentaria, y reivindicar asimismo la igualdad de derechos entre mujeres y hombres. Sin el feminismo, la soberanía alimentaría no tiene sentido.

Se incide mucho en que la soberanía alimentaria ha de ser de producción ecológica.

Para mí la soberanía alimentaria implica por definición un modelo de producción en ecológico: sin pesticidas químicos de síntesis, que tenga en cuenta la fertilidad de la tierra, la complementariedad de cultivos, el conjunto del ecosistema, que promueva la recuperación de variedades locales. Una agricultura ecológica pero también de proximidad y campesina, donde lo más más importante no sea la certificación sino la práctica. Y éste modelo se ha demostrado mucho más eficiente que el industrial e intensivo.

Las políticas agrarias nacieron para garantizar el abastecimiento de alimentos. En cambio, 1 de cada 8 personas en el mundo pasa hambre. ¿Qué falla?

Hay una perversión del modelo agrario. La agricultura “ha sido secuestrada” por las grandes empresas del sector, la agroindustria y los supermercados. Han convertido a los campesinos en dependientes de estas empresas para la compra de insumos y la comercialización de sus productos. Se ha impuesto un modelo de agricultura pensado por parte del agronegocio y en su propio beneficio, donde quienes más salen perdiendo son aquellos que producen la comida, los campesinos, y aquellos que la comemos, los consumidores.

¿Hacía donde cree que tienen que ir? 

Se tiene que poner en el centro del modelo agrario la satisfacción de las necesidades alimentarias de las personas y el derecho del campesinado a vivir y a trabajar dignamente la tierra. La agricultura tiene que tener como objeto satisfacer necesidades y no satisfacer negocios, como sucede en la actualidad.

La diferencia entre el precio en origen, el que recibe el productor, y en destino, el que paga el consumidor, es cada vez mayor.

El sistema de distribución de comida funciona como un embudo; en un extremo tenemos a unos pocos campesinos, en el otro a millones de consumidores y en el medio esta la relación comercial que queda controlada por unas pocas empresas de la gran distribución, los supermercados, que son los que establecen las reglas del juego. Pagan un precio cada vez más bajo al campesino por aquello que produce y nosotros cada vez pagamos un precio más alto por lo que consumimos. Más del 80% de nuestro consumo pasa por estas empresas, el agricultor o acepta las reglas impuestas por la gran distribución o en general no tiene opciones, a no ser que apueste por canales alternativos de comercialización.

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“Hemos vivido una burbuja alimentaria”

Relata que los alimentos se han convertido en mera mercancía.

Si. Se han convertido en una mercancía en manos del mejor postor. Cuando estalló la burbuja inmobiliaria, aquellos que especularon con las hipotecas subprime buscaron nuevas fuentes de negocio, y, ¿qué hay más seguro que la comida para especular y ganar dinero, cuándo todos, cada día, tenemos que comer? Vivimos, justo después del inicio de la crisis económica, una burbuja alimentaria en la que el precio de los granos, como el arroz, el maíz, el trigo…, aumentó exponencialmente, repercutiendo en su coste convirtiéndolos en inaccesibles en muchos países del sur y provocando una situación de crisis alimentaria.

¿Qué le parece la moda de distintos supermercados de apostar por producto local y/o ecológico?

Los supermercados han visto que hay una creciente demanda por producto local y ecológico, y lo han incorporado a sus lineales, a la vez que a menudo utilizan la comercialización de dichos alimentos como una estrategia de marketing empresarial y “lavado de imagen”. Hay que tener en cuenta que la lógica de la gran distribución se basa en la precariedad laboral, la “extorsión” del campesinado, la competencia desleal con el pequeño comercio, el fomento de unconsumismo sin freno. Nada que ver con el cambio de modelo que implica la apuesta por la agricultura ecológica y el consumo local. Hoy, la inquietud por comer bien ha llevado a un mayor consumo de alimentos ecológicos, el resto consiste en que este “nuevo consumo” tenga también una perspectiva de justicia social.

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