El negocio del biberón

Esther Vivas | Público

Nuestro cuerpo, como mujeres, está preparado para gestar un bebé, parirlo y alimentarlo. Lo que es una verdad irrefutable para la naturaleza, salvo algunas excepciones, es algo que el sistema patriarcal y capitalista se ha encargado y mucho de poner en duda. Demasiado poder en manos de las mujeres, excesivo amor, cuidado, cariño y ternura… y cero negocio.

De aquí que nos hayan hecho creer que no podemos. Así, no solo han convertido en objeto de lucro el alimentar a nuestros pequeños, a base de leche de fórmula, del que grandes empresas, farmacéuticas, distribuidoras e incluso psicólogos del sueño… sacan jugosos beneficio, sino que además nos han robado incontables horas de afecto, diciéndonos para más inri que era lo mejor para nosotras y las criaturas. Y no digo que no se pueda dar el biberón con amor y cariño, al contrario muchas mujeres que por distintas circunstancias toman esta opción o no tienen otra alternativa así lo hacen. Sin embargo, me refiero a todas esas corrientes que durante largo tiempo, y aún hoy, han prescrito, con la correspondiente complicidad médica, una maternidad alejada del apego y la ternura y que además nos han robado nuestro derecho a dar la teta.

Mi madre, cuarenta años atrás, se resistió a ello. Me lo cuenta heroica: “Después del parto, el médico me preguntó si daría el biberón. Yo le dije que ‘no’, que quería dar el pecho. Sin embargo él insistió y me dijo que el biberón era lo mejor, que así la criatura -quien ahora escribe estas líneas- engordaría más, sería más bonita y hermosa. Me negué. Mis amigas en cambio daban el biberón. Era lo que tocaba en la época”. Así, a pesar de los pesares, mi madre nos dio el pecho a mi hermano y a mí hasta bien pasado el año. Yo se lo agradezco orgullosa.

Lactancia materna en cuestión

De hecho, el uso del biberón es una práctica muy reciente en la historia de la humanidad, que empezó a finales del siglo XIX. Hasta entonces, nunca la capacidad de las mujeres para dar de mamar había sido cuestionada. Los pequeños eran alimentados o bien por sus madres o bien por nodrizas, como ha sido el caso en varios períodos históricos. Si la mujer no podía o no quería, siempre había la opción de la llamada lactancia mercenaria, en la que otra madre daba el pecho a cambio de algún tipo de remuneración.

Ya en la Grecia clásica, las nodrizas eran muy comunes y a las mejores se les tenía gran respeto. En el Imperio Romano, la mayoría de las mujeres nobles recurrían a amas de cría para amamantar a sus hijos. En Europa, en los siglos XV y XVI, la lactancia mercenaria se extendió de tal modo, principalmente en Francia e Italia, que la mayoría de mujeres no solo daban el pecho a su criatura sino a otra dejada en cuidado. Sin embargo, lo que empezó siendo una práctica exclusiva de la aristocracia, a lo largo del siglo XVII se extendió a la burguesía, así las mujeres podían atender sus “obligaciones”, y en el XVIII alcanzó a las mujeres de las clases populares, que mediante el sistema de leche de pago podían ir a trabajar. Así lo explica el pediatra José María Paricio Talayero en su artículo ‘Aspectos históricos de la alimentación al seno materno‘: “En 1780, de 21 mil niños nacidos en París, 1.801 son amamantados por sus madres, 19 mil por una nodriza en el domicilio familiar, nourrice sur lieu, o en la inclusa y 199 en casa de una nodriza, generalmente en el campo”. En Francia, el sistema de amas de leche llegó a tales proporciones que fue el único en Europa que reglamentó oficialmente la lactancia mercenaria, con el objetivo tanto de proteger a las criaturas amamantadas como garantizar la remuneración de las nodrizas.

Hasta finales del siglo XIX, la lactancia por parte de las mujeres había sido la única fuente de alimentación y cuidado de los pequeños, pero a partir de entonces las cosas empezaron a cambiar en los países industrializados. La pérdida de la cultura del amamantamiento así como de la crianza natural se da en aquel momento y en estos países debido fundamentalmente, como señala Paricio Talayero, a tres factores. El primero, los avances científicos conseguidos en la modificación de la leche de vaca, convirtiéndola en apta y digerible para los bebés. Hasta entonces, la mortalidad de las criaturas alimentadas con leche distinta a la de mujer era muy alta, alrededor del 90% el primer año de vida. Segundo, los cambios en las sociedades industriales de los siglos XIX y XX, como la incorporación de la mujer al trabajo asalariado, la modernidad asociada a los avances científico-técnicos que dictaba que lo artificial era mejor que lo natural, las primeras corrientes feministas y los intereses económicos y empresariales. Tercero, la intervención de la clase médica en el parto y la crianza defendiendo la alimentación artificial y la llamada maternidad científica, impuesta por unos pocos expertos.

Conejillos de indias

Además, la leche de fórmula de hoy tiene muy poco que ver con la de finales del siglo XIX y principios del XX. De hecho, las regulaciones actuales impedirían el suministro de esa leche artificial. Lo que lleva a preguntarnos si no hemos sido, y aún somos, conejillos de indias en manos de la industria. Así lo han señalado varios autores al afirmar que la sustitución de leche materna por leche de fórmula es el mayor experimento al que ha sido sometida una especie animal, al cambiar la alimentación original de los recién nacidos por una leche modificada de una especie distinta. Por otro lado, y a pesar de las regulaciones existentes en materia de alimentación infantil, en la medida en que la leche de fórmula no es considerada un medicamento, esto da a las empresas mayor libertad para poner en el mercado unos productos que de otra manera serían sometidos a un mayor número de controles.

El origen de la leche artificial lo podemos situar entre los años 1865 y 1867, cuando el químico alemán Justus von Liebig desarrolló, patentó y comercializó un alimento infantil, primero en forma líquida y después en polvo, a base de harina de trigo, leche de vaca, harina de malta y bicarbonato de potasio. Su venta empujó a sus competidores, Mellin’s Food y Nestlé, entre otros, a sacar productos similares. A finales del siglo XIX, se calcula que había unas 27 marcas distintas que se presentaban en polvo y contenían carbohidratos como azúcares, almidones y dextrinas que tenían que añadirse a la leche. Se trataba de productos que engordaban, pero que carecían de los nutrientes necesarios como proteínas, vitaminas y minerales, los cuales se fueron añadiendo individualmente con el paso del tiempo. Algunos médicos empezaron entonces a proclamar las virtudes de la leche de fórmula, afirmando que era mejor que la de las nodrizas.

A principios del siglo XX, en Estados Unidos, la mayoría de los lactantes tomaban el pecho, aunque muchos recibían también algún tipo de leche artificial preparada en casa. Se calcula, según un estudio de los centros urbanos estadounidenses de entre 1912 y 1919, que al año de edad un 13% de los bebés eran amamantados en exclusiva y un 45% lo eran parcialmente. Hay una razón para creer que la alimentación en fórmula, a principios del siglo XX, era más exitosa en Europa que en Estados Unidos. En Europa, al menos en Alemania, la leche se hervía antes de preparar la fórmula, mientras que en Estados Unidos no, lo que implicaba mayores infecciones bacterianas asociadas a su uso.

A partir de los años 20 y 30, la leche de fórmula evaporada, también conocida como leche deshidratada, empezó a distribuirse ampliamente y a precios asequibles en los comercios estadounidenses, siendo promovida por varios de los principales pediatras de la época. Se trataba de una leche barata, fácil de almacenar a temperatura ambiente y libre de contaminación bacteriana hasta su apertura. Entre los años 30 y principios de los 40, la mayoría de los bebés estadounidenses alimentados con fórmula tomaban un preparado que mezclaba leche evaporada o leche de vaca fresca con agua y carbohidratos. La leche artificial, en paralelo al abandono de la lactancia materna en los países industrializados, siguió evolucionando a medida que los científicos profundizaron en el análisis de la leche de las mujeres, con el objetivo de conseguir una fórmula con una composición lo más parecida posible a la humana. Sin embargo, la leche artificial nada tiene que ver con la materna ni con los beneficios tan positivos para el desarrollo del bebé que conlleva esta última.

De 1930 a 1970, a lo largo de cuarenta años, muchos bebés tuvieron que decir “adiós a la teta” y no por falta de ganas sino por prescripción médica. La lactancia materna en este período en Estados Unidos se fue reduciendo, mientras la lactancia artificial se introducía cada vez a edades más tempranas. Si de 1931 a 1935, más del 70% de los bebés primogénitos eran amamantados, un porcentaje menor si era la segunda criatura, y a un 40% se les daba el pecho hasta los seis meses; entre los años 1946-1950, la lactancia materna inicial había caído hasta el 50% y solo el 20% eran amamantados hasta el medio año. De la década de los 50 a los 60, la lactancia materna continuó a la baja y en la década de los 70 solo el 25% de los bebés de una semana tomaban el pecho y únicamente el 14% de los que tenían entre dos y tres meses, según un análisis publicado en The Journal of Nutrition. Muchos pequeños por culpa de las “supuestas” bondades asociadas a la lactancia artificial que prescribía la medicina oficial acabaron pegados al biberón.

Mentiras y muertes

En la medida en que la tasa de natalidad en el Norte fue disminuyendo, a partir de la década de los 60, la industria de la lactancia artificial buscó nuevos mercados para seguir incrementando y asegurar su tasa de beneficios. Los países del Sur se convirtieron en el nuevo objetivo de dichas empresas, dispuestas a todo para ganar dinero. Las agresivas campañas de marketing y promoción de la lactancia artificial, repletas de mentiras y datos falsos, se convirtieron en la norma, con consecuencias dramáticas para las criaturas de estos países. La introducción, y consiguiente generalización, del uso de la leche de fórmula en un continente como África, en palabras de la Organización Mundial de la Salud, provocó un aumentó de la mortalidad infantil, debido a las pocas garantías higiénicas y de potabilidad del agua con las que se preparaban los biberones.

Un drama que dio lugar a una de la campañas de boicot más relevantes a nivel internacional: la que tuvo lugar contra Nestlé en 1977, la empresa número uno del sector. Los antecedentes de esta campaña se remontan a principios de los años 70, cuando The New Internationalist, en 1973, con el reportaje The baby food tragedy y después la ONG War on Want, en 1974, con la investigación The baby killer encendieron las luces de alarma sobre las malas prácticas de la multinacional. Su agresiva publicidad en los países periféricos instaba a las madres a abandonar la lactancia materna en favor de la artificial, asegurándoles que era lo mejor para las criaturas. Mentiras de las que Nestlé sacaba jugosos rendimientos económicos.

Asimismo, y como señalaba el informe de War on Want, la empresa no solo utilizaba publicidad engañosa para conseguir sus objetivos sino que incluso contrataba a jóvenes a las que vestía con uniforme de enfermeras para que recorrieran los vecindarios “asesorando” sobre las virtudes de la leche de fórmula y regalando muestras, por solo citar algunas de sus artimañas. ¿Con qué consecuencias? La investigación The baby killer lo dejaba claro: “Los bebés del Tercer Mundo están muriendo porque sus madres los alimentan con biberones al estilo occidental. Muchos de los que no mueren son arrastrados a un círculo vicioso de malnutrición y enfermedad que les dejará secuelas físicas e intelectuales de por vida”. Unas políticas que contaron con la complicidad de la mayor parte del sector sanitario, como recuerda la Organización de las Naciones para la Alimentación y la Agricultura, la FAO: “Casi todos los médicos y trabajadores de la salud en países del Norte y del Sur ni siquiera apoyaban la creciente presión del público para detener las actividades promocionales de las compañías; lo peor consistió en que los médicos se pusieron al lado de los fabricantes”.

A pesar de los obstáculos, el impacto a escala global del boicot fue muy importante y empujó a la Organización Mundial de la Salud en 1981 a elaborar un Código Internacional para la Comercialización de Sucedáneos de la Leche Materna, el cual Nestlé se vio forzada a ratificar. Pero, sus malas prácticas continúan a día de hoy, por lo que la asociación Baby Milk Action sigue con la campaña de boicot. Nestlé sin embargo no es la única, Danone, la número dos del sector, fue acusada en 2013 de sobornar a médicos y a enfermeras en China para que recomendasen su leche en polvo y, el mismo año, en Turquía por publicidad engañosa, al insinuar a las madres que no tendrían suficiente leche para sus criaturas y sugerirles utilizar la leche de fórmula de la empresa.

Aún y las denuncias, multinacionales como Nestlé o Danone siguen insistiendo, campaña publicitaria tras campaña publicitaria, que su leche es mejor que la materna. Los efectos en los países del Sur son especialmente trágicos. Así lo asegura UNICEF, cuando sentencia que la leche artificial “es cara y conlleva riesgos de enfermedades adicionales y la muerte”, especialmente en aquellas latitudes con altos niveles de dolencias infecciosas y con deficiente acceso al agua potable. En dichos países, sin embargo, la percepción social es otra y a menudo se asocia el biberón a una mejor alimentación porque, a decir de la calle, es “como hacen en Europa”. Por otro lado, si una mamá deja de dar el pecho, su producción de leche disminuirá, encontrándose, si esto sucede, con la única opción de administrar leche artificial al bebé que, eso sí, tendrá que pagar y comprar.

Amistades peligrosas

Las malas prácticas en Europa tampoco son una excepción. En 2014, en Italia, doce pediatras fueron arrestados por aceptar sobornos de los fabricantes de leche artificial a cambio de promover el uso del biberón en lugar de la lactancia materna. Según informes policiales, se trata de un método “común y extendido” en el que los médicos “prescriben la leche de fórmula para los recién nacidos a cambio de recompensas en forma de lujosos regalos y estancias vacacionales”. Un atentado contra los derechos de la infancia. No es un incidente aislado. Tanto en Europa como en Norte América, se han denunciado las “amistades peligrosas” entre la industria de la leche artificial y un sector sanitario (hospitales, clínicas, consultorios médicos…) que promociona o distribuye muestras gratuitas de estas empresas.

En definitiva, el negocio del biberón está servido. Y aunque la promoción de la lactancia materna es la norma hoy aquí en los centros hospitalarios donde la mayoría de mujeres pare, el acompañamiento deja mucho que desear. Solo es necesario mirar las cifras. Las del Instituto Nacional de Estadística no dejan lugar a dudas. A las seis semanas, y a pesar del fomento en hospitales de la lactancia materna, solo el 66% de los bebés toma el pecho en exclusiva. A los seis meses, como recomienda la Organización Mundial de la Salud, la cifra descienda a un 28%. Si lo comparamos con aquellos bebés que a los seis meses toman como único alimento la leche artificial, el número sube hasta el 53%. Lo que significa enormes beneficios para la industria de la leche de fórmula. Mucho trabajo es el que aún queda por hacer.

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