Esther Vivas | El Periódico
Las rebajas ya están aquí. Un 20, un 30 o hasta un 50% del precio de un producto nos podemos ahorrar comprando estos días. Los escaparates de las tiendas y de los grandes almacenes así lo indican con grandes carteles. ¿Quién puede resistirse? Sin embargo, comprar barato puede salir caro, especialmente si gastamos más de lo que necesitamos.
A quién no le ha sucedido, salir de rebajas y volver a casa con una o más prendas que no tenía previstas, pero “es que eran tan baratas ¡Imposible dejar pasar una oportunidad así!”. Luego tal vez ni siquiera las vamos a utilizar. Salir de rebajas en búsqueda de la mejor “ganga” es lo peor que podemos hacer si queremos ahorrar. En un gran centro comercial todo, desde la colocación de los productos, pasando por la música, la carterlería, hasta la iluminación, está pensando para que gastemos cuanto más mejor. Inútil resistirse. Incluso aquellos que van de rebajas como si fueran al súper, con la lista de la compra en la mano, casi siempre acaban sucumbiendo a una tentación de última hora. Somos víctimas del neuromarketing, que indaga en nuestro cerebro para saber qué vendernos y cómo seducirnos a partir de nuestros deseos y ambiciones.
Los salarios de la pobreza
No solo las rebajas nos pueden salir caras al pasar por caja, lo barato en realidad es mucho más costoso de lo que aparenta, o sino, ¿cómo es posible que una camiseta valga 6 euros? Esto es así porqué allá donde se produce algunos abonan la diferencia. Lo viene denunciando desde hace tiempo la campaña Ropa Limpia. Los salarios que se pagan en la industria textil en algunos países de la Europa del Este, de dónde procede la mayoría de la ropa que vestimos, son más bajos que los de China o Indonesia. De aquí que varias multinacionales del sector se hayan mudado de nuevo al continente.
En Moldavia, Ucrania y Macedonia los salarios mínimos legales netos suman 71 euros, 80 euros y 111 euros mensuales respectivamente, los cuales consolidan la pobreza y ni siquiera permiten cubrir las necesidades más básicas de las trabajadoras y sus familias, con una jornada laboral que, horas extras incluidas, puede llegar hasta las 13 horas diarias, según recoge el informe “Estafadas: los salarios de pobreza de las trabajadoras del sector textil del Este de Europa y Turquía”. Una industria textil con una plantilla eminentemente femenina, que muchas veces no llega ni a cobrar dicho salario mínimo.
El resultado son piezas de ropa, gadgets tecnológicos u otros productos “viajeros”, fabricados en distintos puntos del planeta, a menudo con un negativo impacto medioambiental en su producción y con un transporte kilométrico a sus espaldas que tarde o temprano nos pasaran factura. En definitiva, productos “low cost” que nos permiten comprar barato, mientras unas pocas multinacionales del sector se enriquecen, y mucho. Consumismo y pobreza son dos caras de una misma moneda. Como se dice popularmente, “nadie da duros a cuatro pesetas”.