Esther Vivas | Ets el que menges
“Niño, ¿de dónde viene la leche?”, le preguntan. “Del tetra brick”, responde. Cuántas veces habréis oído dicha anécdota. La distancia entre el campo y el plato, entre la producción y el consumo, no ha hecho más que aumentar en los últimos años. Y los más pequeños, a menudo, nunca han pisado un huerto, visto una gallina o se han acercado a una vaca. Alimentarse no consiste tan solo en ingerir alimentos, sino en saber de dónde vienen, qué nos aportan, cómo han sido elaborados. Educar implica, asimismo, enseñar a comer y a comer bien. Y eso, precisamente, es lo que hacen los comedores escolares ecológicos, que en los últimos tiempos han empezado a aparecer aquí.
El interés por comer bien, bueno y justo llega, poco a poco, a las mesas de las escuelas. Comedores que buscan, más allá de la aportación calórica necesaria, una alimentación ecológica y de proximidad. Se trata de aprovechar unos espacios, que permiten, como ninguna otro, la interacción entre alumnos, educadores, cocineros y, en un segundo término, con familias, profesores y agricultores, para recuperar no sólo el saber y el sabor de los alimentos sino, también, aprender y valorar el trabajo que hay detrás de la producción, la agricultura, y detrás de los fogones, la cocina.
Los comedores escolares ecológicos tienen una vertiente educativa y nutricional, a la vez que defienden la economía social y solidaria y el territorio. Alimentos ecológicos sí, pero de proximidad. Una apuesta imprescindible en un contexto de crisis que, por un lado, da una salida económica a la pequeña agricultura, que intenta vivir dignamente del campo, fomentando unos circuitos de comercialización alternativos y una venta directa, y por otra, ofreciendo una alimentación sana, saludable y ecológica a los más pequeños, en un contexto donde aumenta la pobreza y la malnutrición.
En Catalunya, un 40% de los niños hacen la comida principal del día, la comida, en los centros educativos. Incorporar estos valores a los comedores de las escuelas debería ser una prioridad, y los costes económicos no pueden ser el argumento para no hacerlo. Integrar la cocina en los comedores de los centros, permite un mayor control sobre la alimentación de los pequeños, y si compramos alimentos de proximidad, de temporada y directamente al agricultor podemos hasta abaratar costos. Del campo pasando por los fogones de las escuelas hasta el plato del alumno, transparencia, calidad y justicia, ese es el reto. Y la administración pública tendría que estar comprometida con este fin. Invertir en una buena alimentación en el aula es invertir en futuro.
Comedores escolares que llevan los principios de la soberanía alimentaria a las escuelas, y no sólo en la teoría sino, lo que es más importante, en la práctica. Soberanía alimentaria, que nos permite recuperar la capacidad de decidir sobre lo que comemos, que apuesta por una agricultura campesina, local y agroecológica y que devuelve a agricultores y consumidores, y en este caso a los niños, el control y el saber sobre su alimentación.