Leticia Blanco | El Mundo
«Nos venden la maternidad como algo de color de rosa y no lo es», explica Esther Vivas en ‘Mamá desobediente‘, un ensayo donde narra su experiencia como madre y aborda uno de esos temas incómodos pero importantes: el histórico desencuentro entre feminismo y maternidad.
Hace algo más de cuatro años Esther Vivas fue madre. Como la mayoría de mujeres, hasta aquel momento no se había planteado nada relativo a la maternidad: ni cómo iba a llevar su embarazo, ni qué tipo de parto tendría, cómo gestionaría o viviría su maternidad. Cuando se puso a ello se encontró con una realidad poco idílica: prácticas obsoletas, un número de cesáreas y episiotomías muy superior al recomendado por la OMS, poca información sobre la depresión posparto, por no hablar de lo mucho que le costó quedarse embarazada, cinco años de dura travesía por tratamientos de fertilidad para los que ninguna pareja está preparada. «Nos venden la maternidad como algo de color de rosa y no lo es», explica Vivas. «Existen problemas que la sociedad convierte en invisibles o infravalora», añade.
Cuatro años después de convertirse en madre, Vivas presenta Mamá desobediente (Capitán Swing en castellano, Ara Llibres en catalán), un ensayo en el que mezcla las ideas con lo autobiográfico -«me parecía poco honesto escribir sobre maternidad y no compartir mi experiencia», reconoce- donde explora sin remilgos los muchos tabúes que todavía rodean al hecho de ser madre: que la infertilidad también puede ser masculina, la mercantilización de la leche materna, la medicalización del parto, la apropiación masculina de la lactancia, la muerte gestacional, la censura generalizada del pezón y esa realidad de la que nunca se habla: cada vez menos mujeres paren en fin de semana en España porque, milagrosamente, casi todas lo hacen en horario laboral, de lunes a viernes.
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