Sofía Gómez | Almagro revista
Hablar de Esther Vivas es sinónimo de batalla y feminismo. La escritora, socióloga y periodista española acaba de lanzar el libro “Mamá desobediente” que podría bien convertirse en un manual de lucha para madres y no madres alrededor del mundo. Este libro no deja de lado una visión ecológica de la maternidad, ya que Esther ha dejado raíces en el campo de la antiglobalización y la alimentación saludable con libros como “El negocio de la comida” (2014), “Supermercados, no gracias” (2007) y “¿A dónde va el comercio justo?” (2006). Además es coautora de “Planeta Indignado” (2012) un revisionismo por los activismos y manifestaciones sociales iniciados por la primavera Árabe.
Mezcla de crónica de vida y relato sociológico y periodístico, este libro se vuelve un imprescindible a la hora de entender el lugar de la maternidad en un mundo que convulsiona. Un mundo que, como ella misma dice, ha desplazado el lugar de los cuidados, la crianza y la maternidad y los ha subvaluado, convirtiéndolos, nada más y nada menos que en una mercancía.
-Una primera metáfora que puede extraerse de Mamá Desobediente es la presencia de dos tipos de maternidades: una consumista (neoliberal) y una romantizada (rosa) que proviene del patriarcado. ¿Cómo dialogan estos dos estereotipos actualmente? ¿Cuál es una posible salida de ellos?
-Bueno no es fácil salirse porque está claro que históricamente el patriarcado ha utilizado la maternidad para controlar el cuerpo y el destino de las mujeres y este dictado continúa presente al día de hoy. Lo que sucede es que actualmente en las sociedades modernas la mujer tiene que ser no solo la madre sacrificada de toda la vida sino también la “superwoman” que llega a todo con un cuerpo diez y que siempre tiene que estar disponible para el mercado de trabajo. Este es el ideal que nos machacan por activa y por pasiva la publicidad, los medios de comunicación, las series, el cine. Salirse no es fácil porque ese es el espejo que tenemos enfrente, pero ser conscientes de que este ideal es impuesto es el primer paso. Un ideal inasumible que no tiene en cuenta la experiencia materna, útil solo al patriarcado y al capitalismo, que deja de lado la vivencia real de las mujeres. Por todo ello, hay que rebelarse, desobedecer. Una maternidad libremente elegida es una experiencia fundamental en la vida de muchas mujeres, con todas sus luces y sus sombras.
-¿Podríamos afirmar, como en el libro, que el capitalismo menosprecia la importancia social, política y económica de la maternidad? ¿Por qué?
-La forma de entender la maternidad es una construcción social, y nuestra forma de entenderla está marcada por un sistema patriarcal que da la espalda a la experiencia materna, que quiere a las mujeres encerradas en casa, que considera que nosotras somos cuidadoras por excelencia. Sin embargo, cuidar es responsabilidad de todos, de mujeres y hombres. Se trata de un trabajo esencial que debe ser compartido. Hay que desfeminizar el trabajo de cuidados. Asimismo, la maternidad en el sistema capitalista sufre una intensificación neoliberal, consumista. Desde el feminismo es fundamental reapropiarnos de la maternidad con un discurso propio.
-¿Cómo afecta la emergencia sanitaria del COVID 19 a la invisibilización de los cuidados que recaen sobre las mujeres?
-La situación de emergencia sanitaria constata el ingente trabajo de cuidados que las mujeres venimos realizando en lo cotidiano. En la medida en que se cierran las escuelas y nos tenemos que quedar en casa, sin abuelos ni posibilidad de externalizar el cuidado, algo que cuando se hace, por cierto, se da en condiciones precarias y a cargo de mujeres, ¿quién se ocupa de las criaturas? Mayoritariamente, las madres. Sin embargo, tanto si tenés que tele-trabajar o si sos un trabajador de un ámbito esencial y trabajas fuera del hogar, ¿cómo concilias crianza con empleo? Es casi imposible. La crisis por covid-19 pone en evidencia que hay un trabajo de cuidados y crianza que se tiene que realizar sí o sí, y que este trabajo debería ser compatible con el mercado laboral. La pregunta es: ¿esta situación que estamos viviendo, con todo lo que implica, va a generar algún cambio? Soy escéptica, ya que para el mercado, y también para el gobierno, es muy cómodo pensar que “ya habrá alguien que se encargará de este trabajo de cuidados”, y este alguien siempre somos las mujeres.
“Una maternidad libremente elegida es una experiencia fundamental en la vida de muchas mujeres, con todas sus luces y sus sombras”
-Retomando tus trabajos anteriores en libros como “¿A dónde va el comercio justo?” o “El negocio de la comida”… ¿Qué conexión encontrás entre la lactancia materna y la ecología?
-En el libro afirmo que la lactancia materna es per se una práctica ecologista. Desde el punto de vista en que dar de mamar no requiere de otros insumos más allá del cuerpo de la mujer. No tenés que hacer uso de agua, tierra u otros recursos naturales como sí requiere la producción de leche de vaca para dar la mamadera, y además sale gratis. Sin embargo, no se trata de juzgar si una madre da el pecho o no, todas las madres hacemos lo que podemos con las circunstancias en las que nos encontramos, aquí se trata de destapar qué intereses económicos hay detrás de la lactancia artificial y el impacto social y ambiental que esto genera. En el libro afirmo también que mamar es el primer acto de soberanía alimentaria que podemos hacer, lo que llamo “soberanía lactante”, la capacidad del bebé de tomar la leche de su mamá y la capacidad, y autonomía de la madre, para alimentar a su criatura.
-¿Nos estamos convirtiendo en una sociedad de la infertilidad?
-Sí. De hecho, hay una conexión clara entre crisis climática e infertilidad humana y pérdida de especies animales y vegetales. Del mismo modo que a lo largo del siglo XX desapareció el 75% de la diversidad agrícola y alimentaria, esta crisis ambiental afecta también la fertilidad de las personas. Cada vez estamos más expuestos a tóxicos de carácter ambiental y alimentario que minan nuestra fertilidad. Y a la vez, la crisis económica afecta negativamente nuestros anhelos de tener criaturas. La precariedad laboral, las dificultades para acceder a una vivienda… hacen que a menudo pospongamos la maternidad hasta una edad en la que cuando intentamos quedarnos embarazadas nos encontramos con serias dificultades, y podemos sufrir problemas de infertilidad debido a nuestra edad. Algo, que por cierto, también sucede a los hombres, aunque apenas se nombre.
-¿Qué lugar crees que tenga la izquierda en este juego?
-Cuando hablamos de maternidad, de crianza, de familia, la izquierda tiene un cierto complejo de inferioridad con relación a la derecha, porque la maternidad ha sido secuestrada por los sectores conservadores. Cuando alguien habla de defender la maternidad o la familia, lo asociamos con posiciones reaccionarias. Pero estos sectores defienden una maternidad patriarcal que tiene como fin último controlar nuestro destino, donde la mujer no puede decidir, una maternidad contraria al imprescindible derecho al aborto. Y esto no tiene nada que ver con la experiencia materna libremente elegida que reivindicamos muchas mujeres. Para mí, la maternidad implica poder decidir sobre mi cuerpo, sobre el embarazo, el parto, el posparto, la lactancia. Para mí, la maternidad implica poder decidir si quiero o no tener ese hijo. Tener derecho a abortar. Un derecho que sistemáticamente nos han negado. Creo que es importante que desde los feminismos nos reapropiemos del concepto de maternidad y apostemos por una maternidad insumisa, rebelde, desobediente, una maternidad que pasa por rebelarnos contra los ideales que nos impone el sistema. No se trata de idealizar o esencializar la maternidad, cada mujer la vivirá de una manera distinta. Sin embargo sí que creo imprescindible valorar el embarazo, el parto, la lactancia, unas prácticas silenciadas e invisibilizadas, cuando son fundamentales para la reproducción humana, y reivindicar poder vivir esta experiencia si así lo queremos.
-¿De qué hablamos cuando hablamos de paternizar la maternidad?
-Hablamos de que la maternidad es una responsabilidad de todos, tanto de mujeres como de hombres. El problema es que se asocia cuidados con feminidad, y tenemos que desfeminizar el cuidado. El cuidado y la maternidad se consideran algo privado, individual, pero en realidad son una responsabilidad política y colectiva. ¿Qué haríamos las sociedades humanas sin personas que cuidaran? Todos en un momento u otro de nuestras vidas necesitamos que alguien nos cuide. La vulnerabilidad es inherente a la condición humana, pero en cambio el sistema capitalista lo niega. Y hay que señalar también que el Estado tiene una responsabilidad con las tareas de cuidados, y debe garantizarlas.
“Cuidar es responsabilidad de todos, de mujeres y hombres. Se trata de un trabajo esencial que debe ser compartido. Hay que desfeminizar el trabajo de cuidados”
-Una de las frases que más me atrae del libro dice “La manera en que se nace y se come dice mucho de una sociedad. La nuestra se caracteriza por darle la espalda a la naturaleza”
-Vivimos en una sociedad donde damos la espalda a los procesos naturales, a la biología, a la naturaleza. Un ejemplo lo tenemos en cómo se ha medicalizado el parto, pero también lo vemos si miramos al modelo alimentario. De hecho, la tecnificación del parto es un proceso con muchos paralelismos con la industrialización de la agricultura. La forma de nacer y la de alimentarse han tenido evoluciones similares. Se abandonó el parto tradicional, así como la agricultura campesina, y se menospreciaron los saberes de las mujeres, en un caso, y el del campesinado, muchas veces femenino, en el otro, en aras de un saber técnico-científico a menudo inexacto. No se trata de idealizar estos procesos, pero sí señalar cómo dichas transformaciones tuvieron consecuencias nefastas para el nacimiento y la alimentación.
-¿Cómo se modificó la rutina de los españoles luego de que fueran anunciados los permisos para salir a la calle con niñes?
-Está claro que poder sacar a las criaturas aunque sea una hora al día es un alivio para los pequeños y para las familias. Los niños en España han estado encerrados en casa más de 40 días, en una situación muy similar a la que viven ustedes en Argentina. Hemos visto que la respuesta institucional a la crisis sanitaria ha sido una respuesta que ha dado la espalda a la maternidad y a la crianza, que no ha tenido en cuenta las necesidades de los pequeños, con una mirada adultocéntrica, y esto es importante denunciarlo. Las criaturas tienen necesidades concretas para su desarrollo físico y emocional, es importante que puedan salir a la calle, a jugar, a que les dé el aire. En la mayoría de países europeos, con una situación parecida a la de España o Argentina, las criaturas han podido salir desde el primer día de la cuarentena, guardando las distancias pertinentes con otros adultos, claro. Aquí, ahora en España, se permite, pero después de más de cuarenta días confinados. Sin embargo, la orientación de las políticas que se toman sigue siendo profundamente adultocéntrica. Por ejemplo, las escuelas continúan cerradas y no se sabe cuándo volverán a abrir. Entonces, ¿cómo voy a trabajar desde casa y cuidar a mi criatura? El trabajo de cuidados, aunque sea con una pareja, se vuelve imposible. Y para los pequeños, la escuela es un espacio fundamental de socialización y aprendizaje.
-¿Qué consejos le dirías a las madres o a aquellas mujeres que están embarazadas en este momento mientras el COVID 19 invade la tierra?
-Es importante, en primer lugar, ser conscientes de que en este estado de crisis y de emergencia sanitaria es imposible llegar a todo. Como nos hacen creer que debemos ser supermadres y grandes profesionales, pensamos que podemos hacer frente a todo, y esto es imposible. No se puede sacar adelante a las criaturas y al mismo tiempo trabajar como se debe. Yo creo que muchas madres viven una situación de estrés, que se va acumulando a medida que pasan los días. Por lo tanto el consejo principal es que es imposible llegar a todo y que tenemos que cuidarnos. Y un segundo consejo es que si vives en pareja, es importante compartir este cuidado de trabajos al máximo. También creo que es fundamental protestar, quejarse, que utilicemos nuestras redes sociales para decir que no hay derecho en cómo se está gestionando esta crisis, por ejemplo desde el punto de vista de la crianza. No se están teniendo en cuenta las necesidades de las familias y de las criaturas. No hay que callar, al contrario.
-¿Con qué reglas económicas y sociales crees que se irá moviendo el mundo mientras sale de la pandemia?
-Yo creo que si miramos a cómo hemos salido de crisis económicas anteriores tenemos una pista de lo que va a suceder. Vivimos en una crisis económica permanente. En Argentina nos podríais dar lecciones de ello. Y en España, salvando las distancias, también hemos normalizado la pobreza, la precariedad y las desigualdades sociales. La crisis económica que ahora vendrá golpeará a una sociedad ya de por sí muy vulnerable. La crisis económica del 2008 en España se resolvió, como se decía en la calle, “rescatando a los bancos, no a las personas”. Creo que ahora la respuesta, como ya estamos viendo, va a ir en la misma dirección. Es tarea de los movimientos sociales revertir esta situación, acabar con el miedo que ahora nos inoculan. Hay que seguir movilizándose. En América Latina, las protestas feministas en Argentina o Chile han sido para nosotras fuente de inspiración. Cuando acabe el estado de alarma hay que volver a salir a la calle a reivindicar nuestros derechos.
-¿Qué ocurre con la cuarentena y la violencia de género?
-La cuarentena lo que hace es agravar aún más la situación de violencia que viven muchas mujeres al tener que estar encerradas las 24 horas del día en casa con sus agresores, pero también la que sufren muchas criaturas, violencia física, psíquica, sexual. Hay que poner medidas para que las mujeres puedan denunciar la situación que están viviendo, que puedan pedir ayuda. También es importante que personas que sepan de una situación de abuso, la puedan denunciar, y que la administración pública de una respuesta rápida. Lo duro no es solo lo que se está viviendo ahora, sino todo lo que vendrá después.
–¿Se podría decir, como afirmas en tu libro “El negocio de la comida”, que los supermercados nos hacen vivir en la ilusión de elegir y ser libres, casi como lo hace vivir en el capitalismo? ¿Por qué la mayoría de los productos que consumimos no son alimento?
-Sí, vivimos en la ilusión de la diversidad. Se cree que yendo al supermercado, se puede escoger entre una gran variedad de productos, pero esto es falso. Si nos fijamos bien, tanto en un supermercado como en otro te encontrás con los mismos productos, las mismas marcas, las mismas variedades de fruta y de verdura. La diversidad que nos venden: es una ilusión. La globalización alimentaria ha provocado la pérdida de una gran variedad de alimentos. Nuestra comida es cada vez más homogénea. En el supermercado, no encontramos prácticamente comida de verdad, lo que podríamos llamar “comida comida”, la gran mayoría son productos muy procesados. Y esto tiene consecuencias negativas para nuestra salud, y también para el medio ambiente, pero en cambio da grandes beneficios a quienes controlan el negocio de la alimentación, desde la industria agroalimentaria hasta los supermercados.
-¿Qué operación crees que hay detrás de la comercialización de comida “vegana” de las grandes marcas?
-Las grandes marcas buscan hacer negocio con todo, también con aquello que supone una alternativa. Y esto ha pasado con la comida vegana, los alimentos ecológicos o el comercio justo. Cuando en el libro “El negocio de la comida” defiendo una agricultura local, campesina y ecológica. Defiendo el hecho de que no solo se trata de comer bio, sino que este producto también tenga un beneficio en clave social y ambiental. De este modo, nos podemos encontrar con alimentos veganos, vegetarianos o ecológicos en un supermercado, cuya producción tenga un impacto negativo para el medio ambiente o para los derechos de los trabajadores, y que al final no resulte una alternativa real. Y esto, en parte, también sucede cuando hablamos de maternidad. Hay empresas en EEUU que se dedican a comercializar leche materna de mujeres de países del sur, a quienes les compran su leche a un precio irrisorio para después venderla a madres en EEUU, que la quieren para sus criaturas, o a hombres que hacen fisicoculturismo y que toman leche materna porque dicen que es positivo para desarrollar su musculatura. El capitalismo hace negocio con todo.
“Es importante que desde los feminismos nos reapropiemos del concepto de maternidad y apostemos por una maternidad insumisa, rebelde, desobediente, una maternidad que pasa por rebelarnos contra los ideales que nos impone el sistema”
-¿Qué conexión podemos establecer entre la comida transgénica y los fármacos?
-La industria transgénica, biotecnológica, es una industria que genera un impacto muy negativo a nivel medioambiental, social y en nuestra salud. La coexistencia entre cultivos convencionales y cultivos transgénicos es imposible. Un campo de soja transgénica contamina un campo de soja convencional que esté al lado. La agricultura transgénica acaba con la biodiversidad. A nivel social, la producción transgénica y el uso de pesticidas asociados tienen un impacto directo en la salud de las personas que trabajan en estas plantaciones o viven cerca de ellas. En Argentina, donde el cultivo de soja transgénica es masivo, hay varias denuncias en marcha. Y la industria transgénica impacta también en nuestra salud, como demuestran distintos estudios científicos. Y, ¿quién nos dice que tiene la solución cuando enfermamos? Las farmacéuticas, o eso nos hacen creer. Y tanto las empresas de la industria transgénica como farmacéutica mantienen lazos estrechos con el gobierno. De tal modo que las políticas públicas a menudo vienen muy determinadas por los intereses de estas multinacionales.
-¿Qué salida tiene el ciudadano común que no tiene acceso a una huerta para evitar el consumo de transgénicos?
-Es importante saber qué comemos, de dónde viene, cómo se ha producido. La certificación ecológica nos garantiza que un producto ha sido elaborado sin pesticidas químicos de síntesis ni transgénicos. Y esto es una garantía. Pero también es importante que dicho alimento sea local y de origen campesino. Así que a menudo hay que ir más allá de la etiqueta y la certificación. Lo más importante es tener información y consumir alimentos cuanto menos procesados mejor. Y aquí, la administración también tiene una responsabilidad. La comida de calidad debe de ser accesible a todos los sectores sociales, y para ello necesitamos políticas públicas con este objetivo. Si no acabamos teniendo una comida saludable para ricos y una comida que deja mucho que desear para pobres.
–¿Podría la maternidad convertirse con el tiempo en un producto de lujo?
-Así es, y en parte esto ya está sucediendo. Nuestra fertilidad está amenazada por una cuestión económica, social y ambiental. Las mujeres cada vez más tendemos a posponer la maternidad por una cuestión de precariedad económica y vital, porque esperamos a tener un empleo más estable, mejor remunerado. Al menos, esto se da en determinados sectores sociales. Y el hecho de posponer la maternidad puede hacer que cuando quieres quedar embarazada, tal vez alrededor de los 35 años o más, te encuentres con dificultades para lograrlo debido a problemas de infertilidad causados por la edad. Aquí en España se ha visto cómo la crisis económica del 2008 ha tenido como consecuencia que las mujeres que en estos últimos diez años más hijos han tenido han sido las mujeres con mayor ingreso adquisitivo, con trabajos estables, mientras que las mujeres más pobres cada vez tienen menos criaturas. Hay una relación directa entre crisis económica y caída de la natalidad. Y a la vez, el hecho de estar expuestos a una serie de tóxicos ambientales, esto también mina nuestra fertilidad. A lo mejor tenemos 30 años, o incluso menos, y ya sufrimos problemas de infertilidad. Y el coste de los tratamientos de reproducción asistida en las clínicas privadas es altísimo. Entonces, ¿quién se puede permitir ser madre? Tener criaturas, de este modo, deja de ser un derecho para convertirse en un privilegio.