Ser una mamá feminista

Andrea Domínguez | Sentiido

El libro “Mamá Desobediente: una mirada feminista a la maternidad” de la investigadora catalana Esther Vivas, cuestiona los modelos de madre sometida al hogar o de mujer súper poderosa. Sentiido habló con ella.

Todo fue un éxito. La cesárea programada con meses de anticipación para “evitar inconvenientes” ocurrió exactamente a la hora estipulada por el médico en la semana 38, porque en la semana 40 el doctor tenía un viaje. El recién nacido fue enrollado, muy limpio, en una cobijita (rosada, obvio, porque era una niña). Una vez en el cuarto, a la madre vinieron a peinarla y a maquillarla para que los visitantes la vieran linda y en las fotos constara que sí, que el parto fue perfecto.

En otra parte, de manera simultánea, tenía lugar un parto vaginal que ocurrió cuando las contracciones empezaron por sí solas. La madre estuvo todo el día en una clínica pública esperando a que la atendieran. Hubiera querido usar algo para el dolor, pero no tenía plan de salud que lo cubriera. 

Así que su único alivio consistió en gritar tan fuerte como podía pero el personal médico la recriminaba y le pedía que se controlara. Alguien incluso comentó con burla: “pero no te quejaste cuando estabas haciendo el bebé”. Quince días después del nacimiento, la madre estaba de regreso a su trabajo porque si no lo hacía, ni ella ni su bebé comerían.

Estos dos cuadros no son exageraciones sino descripciones realistas de dos escenas frecuentes de la violencia obstétrica y social empaquetada en una narrativa que ha marcado a las mujeres frente a la maternidad: que ellas no saben parir, que son sujetos pasivos frente al parto y que dar a luz significa romper los nueve meses de cálida oscuridad del bebé por las luces de neón en la sala de parto.

“Hay un discurso que les dice a las mujeres que son otros los que deciden cómo tienen que parir y que no hay tiempo ni para recuperarse del parto ni para criar porque es necesario volver cuanto antes a la línea de producción”, Esther Vivas.

Esther Vivas ofrece en su libro una alternativa al discurso que desde hace siglos se ha opuesto a que las mujeres sean dueñas de sus cuerpos.

Este tipo de violencias motivó a la investigadora catalana Esther Vivas a escribir el libro Maternidad desobediente, una mirada feminista a la maternidad, durante los tres años posteriores al nacimiento de su primer hijo. (Ver: Celebración de una maternidad feminista). 

Así, mientras se convertía en madre y reflexionaba sobre todas las cuestiones que esta experiencia despertaba en ella, Esther se dedicó a investigar y a escribir un tratado sobre lo que significa hoy, y sobre lo que ha significado históricamente ser madre. 

Aunque hay particularidades en cada país, la obra de Esther es universal porque toca temas comunes a la maternidad en diferentes latitudes. Sólo en lo referente al tema de la violencia obstétrica, una de cuyas manifestaciones son las cesáreas innecesarias, en Colombia uno de cada dos partos son cesáreas cuando la Organización Mundial de la Salud ha establecido que lo aceptable es que solo entre el 10% y 15% de los partos se atiendan de esta manera. 

Pero esta es una realidad similar a la que se vive en otros países de la región: el país con la mayor tasa de cesáreas es República Dominicana con un 58.1%, seguido de Brasil con una tasa de 55.5%, Venezuela con 52,4%, Chile con 46%, Colombia con 45.9%, Paraguay con 45.9% Ecuador con 45.5%, México con 40.7% y Cuba con 40.4%.

Otros “detalles” asumidos con naturalidad por profesionales de la salud y por las propias mujeres son las episiotomías de rutina (o cortes en la vagina para facilitar la salida del bebé) o el llamado “punto del marido feliz”, es decir, un punto de más en la sutura de la vagina cuando ha habido episiotomía.

En Maternidad desobediente, Vivas habla sin tapujos sobre las luces y las sombras de la maternidad a partir no sólo de una vasta investigación sino también de sus experiencias personales con los tratamientos de fertilidad y la pérdida gestacional.

Estos son temas de los que poco se habla abiertamente porque tocan ese lado oscuro que riñe con la visión rosa de la maternidad, al igual que muchos otros asuntos tratados de puertas para adentro como la depresión posparto, la ambivalencia de sentimientos de las madres que con frecuencia se dividen entre la felicidad de tener un hijo y el aborrecimiento hacia su nuevo papel y, claro, la sobrecarga de labores sobre las mujeres debido a las tareas del cuidado.

“Por un lado, el sistema patriarcal quiere a la madre en la casa, relegada, sumisa. Y por otro, el capitalismo quiere supeditar la crianza y cualquier tipo de cuidado, al interés mercantil y productivo. Es una organización socioeconómica que no tiene en cuenta las necesidades de la madre y de la criatura. Todo esto nos genera culpa, nos sentimos malas madres, malas profesionales”, señala Vivas.

¿Cómo salir de esta encrucijada? Para que las mujeres puedan decidir si quieren o no tener hijos, cómo quieren parir, si van a dar la teta o el tetero, etcétera, es necesario que la sociedad se involucre en la creación de las condiciones que les permitan a las mujeres realmente elegir libremente sobre estos asuntos y no apenas verse sometidas a las circunstancias. (Ver:  Feminismo: de dónde viene y para dónde va). 

Los temas de la maternidad deberían estar en la agenda política para ser debatidos por todos y no sólo por las madres o por las mujeres como si la reproducción de la especie y la crianza de los hijos fuera su responsabilidad exclusiva.

Como bien lo han estudiado las economistas feministas, la economía del cuidado es central en cualquier sociedad moderna. Se necesita que alguien cuide y casi siempre son las mujeres las que hacen ese trabajo sin la remuneración ni el reconocimiento adecuados.

El cuidado es una responsabilidad colectiva. La maternidad, la crianza, no son responsabilidades de las mujeres. No se trata de adaptar la maternidad al mercado sino al revés, el mercado se tiene que adaptar al cuidado, a la crianza y la maternidad”, subraya Esther.

Para esta socióloga y periodista feminista que ha dedicado su carrera a indagar sobre movimientos sociales, consumo, modelos de producción y políticas agroalimentarias, la responsabilidad colectiva frente a la maternidad y en general frente al cuidado se compara con la responsabilidad colectiva que todos los seres humanos tenemos frente al medio ambiente.

La deuda del feminismo 

Muchas mujeres han liderado ese camino hacia la politización de la maternidad y muchas han trabajado para que se le reconozca la importancia que tiene en la sociedad. Sin embargo, Vivas considera que el feminismo tiene una deuda histórica con la maternidad: izquierda y feminismo tienen cierto complejo de inferioridad a la hora de hablar de familia y maternidad. Estos conceptos tradicionalmente han estado en manos de la derecha y de los conservadores, los sectores más reaccionarios. 

Por supuesto, los feminismos de la segunda ola durante los años 60 y 70 se revelaron contra esto y gracias a ello ser madre hoy no es un destino sino una elección. “Pero creo que al reaccionar contra ese discurso que imponía la maternidad, se generó un cierto discurso antimaternal. Ya las mujeres nacidas en los años 70, 80 y 90 crecimos en un contexto que nos permite mirar la maternidad con menos prejuicios y distinguir entre el mandato y la libre elección. Pero aún está pendiente que el movimiento feminista se reconcilie con la maternidad y la incorpore a su agenda política”, asegura Vivas. (Ver: Tres grandes del feminismo en Colombia).

La autora reconoce que feminismo y maternidad es un binomio complejo. En determinados momentos, el feminismo y el capitalismo se han situado en lugares similares para mirar a la maternidad, como ha ocurrido con la oposición a la lactancia materna por razones capitalistas (venta de leche de fórmula, necesidad de volver al trabajo y retomar la productividad) pero también feministas (la lactancia materna exige una dedicación mayor de la madre con el bebé).

Sin embargo, afirma Esther, es necesario superar ese conflicto para justamente ejercer una maternidad feminista que redundará en beneficio de la sociedad y de las mujeres que decidan ser madres. Porque tan feminista como la reivindicación del aborto es la reivindicación del derecho a parir y a criar como cada una decida hacerlo. Son diferentes caras de la autonomía de la mujer sobre su cuerpo y su vida. (Ver: El día de la madre y de la no madre).

“El patriarcado se ha apropiado de la maternidad y la ha usado para controlar el destino y el cuerpo de la mujer”, Esther Vivas.

La maternidad incomoda a algunos sectores del feminismo porque vincula biología y cultura. Es decir, ese carácter biológico de la maternidad (parir, dar la teta, etcétera) les incomoda a algunas feministas porque es lo que ha utilizado el patriarcado para imponernos la maternidad como un hecho. Yo considero que hay que asumirla como un hecho biológico y cultural. Es importante que las mujeres podamos decidir si queremos ser madres o no, cómo queremos parir, si queremos dar la teta o no”, expresa la autora.

Y en dar el pecho sí que puede encontrarse una causa que unan al feminismo y la maternidad. Porque amamantar al bebé en público, en muchos lugares, es considerado una obscenidad, una cosa que “aquí no se hace” y que demuestra lo absurdo de sociedades que se escandalizan porque una madre le dé a su hijo el alimento natural que contiene los mejores nutrientes en el momento en el que el bebé lo requiera, esté donde esté.

Por eso, como dice Vivas, amamantar en público, o mejor, “sacar la teta del armario” es un acto político de la mayor relevancia en el mundo actual. Por supuesto, la autora hace énfasis en que estas reivindicaciones no deben dar lugar a nuevos mandatos del tipo “si no das el pecho a tu hijo no lo estás alimentando correctamente” o “si no tienes un parto natural no eres una buena madre” porque esto genera mucha culpa.

Pero un cambio en este sentido definitivamente involucra transformaciones profundas del sistema. “La sociedad que le da la espalda a la vulnerabilidad, a la maternidad, al cuidado, es la misma que le da la espalda al ecosistema aunque ambos sean esenciales para la supervivencia. Y el sistema capitalista le da la espalda a lo esencial porque considera que no tiene valor mercantil. Por eso, para que otra maternidad sea posible, otra sociedad es necesaria”, finaliza.

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