Esther Vivas | El Periódico
Ser madre y feminista es imprescindible, ya que es desde el feminismo donde podemos reivindicar como mujeres el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y como madres sobre nuestro embarazo, parto y lactancia. Sin embargo ser madre y feminista parece contradictorio, pues históricamente el patriarcado ha utilizado la maternidad como mecanismo de control de las mujeres. El binomio ‘mujer-madre’ ha hecho que una parte del feminismo se sintiera incómodo con la maternidad, la negara o la obviara.
Ser madre carga con una pesada losa de abnegación, sacrificio y culpa. Pero ¿nos tenemos que resignar a este significado? He aquí, la maternidad patriarcal impuesta que hay que erradicar. Quien nos aparta de la esfera pública, niega libertad e impide nuestra autonomía personal no es la maternidad en sí sino el carácter que se le ha dado.
Aceptar la maternidad patriarcal como la única posible implica renunciar a dar una perspectiva feminista a la experiencia materna. Negarla conlleva dar la espalda a las madres, dejarnos huérfanas de referentes, seguir normativizando el hecho de ser madre bajo los preceptos del patriarcado. La segunda ola feminista de los años 60 y 70 se rebeló necesariamente contra el mandato de la maternidad. Pero esta rebelión acabó con una relación tensa, mal resuelta, con la experiencia materna, cayendo incluso a veces en un discurso antimaternal.
La liberación de la mujer pasaba por salir del hogar, dejar de lado la crianza y entrar en el mundo laboral. Se creía que con la obtención de la independencia económica, el problema de la maternidad desaparecería, pero se rechazó hacer una reflexión más profunda. Obviamente, la autonomía económica es fundamental, pero esto no debería conllevar dar la espalda al cuidado, a la crianza y a la dependencia humana, tareas que tendrían que ser responsabilidad de todos.
Acabar con el mandato de la maternidad no debería implicar negar la experiencia materna. Al contrario, se trata de exigir el derecho a ser madre si así se desea y reivindicar una sociedad que permita serlo, valore dicho trabajo y no reduzca la mujer a madre, al tiempo que considera criar y cuidar tareas colectivas.
No queremos ser la madre sacrificada de toda la vida, pero tampoco la ‘superwoman’ que nunca se equivoca. Queremos reivindicar la maternidad real, con todas sus luces y sombras, fracasos y contradicciones. No se trata de renegar del hecho de ser madres, sino de las condiciones en las que lo somos en el patriarcado.
Tan importante es defender el derecho al aborto, premisa imprescindible para una maternidad libre, no impuesta, como poder tener criaturas cuándo y cómo deseamos. Si no lo reivindicamos así, la maternidad acabará siendo, en plena crisis económica y social, un privilegio de aquellas mujeres blancas de clase media y alta que se lo puedan permitir.
La maternidad también es un camino hacia el feminismo y en la consolidación de sus valores. ¿Cuántas mujeres que no eran feministas se han empezado a definir como tal una vez han sido madres? O ¿cuántas activistas feministas han visto reafirmados sus ideales tras su maternidad? Muchas, porque ser madre implica tenerlo casi todo en contra.
Sin embargo necesitamos que el movimiento feminista se haga eco de los derechos de las madres. ¿Cómo vamos a tener un parto respetado en una sociedad que considera parir una enfermedad? ¿Cómo vamos dar el pecho en exclusiva a nuestro bebé, si así lo queremos, con unos permisos de maternidad tan cortos? ¿Cómo podremos hacer compatible crianza y empleo en un mercado de trabajo hostil al cuidado? Si no es el feminismo quien defiende estos derechos, ¿quién lo va a hacer?
Hoy, una nueva generación de mujeres madres feministas reivindicamos la visibilidad y el reconocimiento de un trabajo que han venido realizando las mujeres desde antaño. No consiste en una nueva ofensiva del patriarcado, sino en la toma de conciencia de cómo unas prácticas tan relevantes para las sociedades humanas, como gestar, parir, lactar y criar, han sido relegadas a los márgenes. Y de lo importante que es valorar y visibilizar estas prácticas. Al tiempo que señalamos que la crianza debería ser una responsabilidad de todos, mujeres y hombres, en el marco de un proyecto social emancipador.