Ya basta de niñofobia

Esther Vivas | El Periódico

Nuestra sociedad es hostil a la infancia y a todo lo que la rodea: crianza, dependencia, vulnerabilidad. No en vano, este sistema supedita la vida a lo productivo, al mercado, y valora únicamente aquello que da beneficio económico, al tiempo que menosprecia lo que es esencial para la reproducción humana.

Lo vemos cuando se exigen cafeterías, hoteles y restaurantes “libres de criaturas“, por poner un ejemplo. Se estigmatiza de este modo a la infancia y se les vulneran derechos. Sin embargo, esto es tan solo la punta del iceberg de una ‘niñofobia‘ más cotidiana, la cual se expresa en miradas de reprobación, cuando una niña o un niño llora desconsoladamente en la calle. O en otro espacio público o privado, cuando nos molestan más sus gritos que los de otra persona. O cuando se les dice y se les hace algo que nunca haríamos a un adulto. ¿Por qué se les toca sin conocerles de nada? ¿Por qué se les exige que den besos a conocidos y a desconocidos? ¿Por qué se les grita o se les pega?

Estas conductas se dan en una sociedad profundamente hipócrita con la infancia dónde, por un lado, se alaba e idealiza a los más pequeños -criaturas normativamente hermosas, calladas y sonrientes que vemos a menudo en la publicidad-, mientras se da la espalda a sus necesidades reales. Entonces, cuando niñas y niños juegan, gritan, corren, berrean… molestan. Sin tener en cuenta que los más pequeños son, por definición, así.

La ‘niñofobia’ es resultado de una sociedad productivista. Los pequeños no producen, en consecuencia no interesan, excepto cuando se convierten en posibles consumidores y pueden generar beneficio económico. La publicidad que se destina al consumo infantil, desde la leche artificial pasando por la industria del juego hasta la alimentación (por cierto, nada saludable), de niñas y niños, suma ingentes cantidades de dinero e implica un gran negocio.

También esta ‘niñofobia’ es fruto de una sociedad adultocéntrica, incapaz de reconocer y acompañar lo que precisa la infancia. Las criaturas tienen necesidades específicas propias de su edad pero, a menudo, se desconocen. Se espera que niñas y niños se comporten como adultos, que estén callados y quietos, que sean sumisos, y esto va en contra de la forma de ser de los más pequeños. Asimismo, muchos fuimos educados en modelos autoritarios, como también lo fueron nuestros progenitores, lo que nos dificulta comprender lo que necesitan los menores, aceptar que nuestras necesidades infantiles tal vez no fueron satisfechas y, lo más difícil, romper con los mecanismos y dinámicas que vivimos en nuestra propia infancia.

La situación de pandemia sanitaria, y en particular el confinamiento, han puesto de relieve esta realidad. Los menores fueron uno de los colectivos que más vieron vulnerados sus derechos, al ser encerrados en casa las 24 horas del día durante semanas, sin tener en cuenta sus necesidades de desarrollo físico y psíquico, al tiempo que eran tachados de supercontagiadores, algo que se ha demostrado que era falso, y estigmatizados por opinadores de toda índole. Unas medidas que han dejado secuelas en pequeños, temerosos ahora de salir a la calle o más adictos, si cabe, a las pantallas. Como señala la organización ‘Save the Children’, una de cada cuatro criaturas confinadas padecen hoy problemas de ansiedad y corren el riesgo de sufrir trastornos psicológicos permanentes, incluida la depresión, según un estudio llevado a cabo por la ONG. Porque, aunque digan que las criaturas se adaptan a todo, esto puede tener consecuencias.

La ‘niñofobia’ va de la mano de la ‘maternofobia‘. Nuestra sociedad no solo es hostil con la infancia sino también con las madres y, a menudo, vulnerar los derechos de las criaturas implica vulnerar los derechos de las madres. Lo vemos en las prácticas constitutivas de violencia obstétrica, en las licencias de maternidad tan cortas y en los confinamientos infantiles en tiempos de pandemia, todas ellas tienen consecuencias negativas para menores y madres; en particular, cuando mucho del trabajo de cuidados recae en ellas.

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