Núria Navarro | El Periódico
A finales de los 60, la feminista Carol Hanish divulgó –la autoría no está clara– la idea de que ‘lo personal es político’. Quería impugnar así la presunción de que el cuerpo, el sexo, la maternidad y el aborto pertenecían al ámbito de lo privado, que no tenían relevancia pública.
Medio siglo después, hemos evolucionado poco (incluso hay riesgo de involución). La maternidad ya no es un destino ineludible, pero –cielos– cuando es una elección, el sistema pone la zancadilla a las mujeres para hacerla posible. Por eso, y también porque ha experimentado la infertilidad, el embarazo, el parto y el duelo gestacional, la combativa Esther Vivas (Sabadell, 1975) ha escrito ‘Mamá desobediente‘ (Capitán Swing | ARA Llibres, en catalán).
–¿Maternidad feminista? Suena a mezclar agua y aceite.
–A mitad de los años 70, Adrienne Rich planteó la diferencia entre la ‘institución maternal’ y la ‘experiencia materna’. La primera alude a la maternidad en el sistema y la segunda se refiere a la experiencia subjetiva de la mujer en relación con la práctica.
–¿Añade usted algo?
–Para mí, la maternidad feminista es la que rompe con la lógica del patriarcado, que dice que la maternidad es un trabajo que las mujeres deben hacer de manera gratuita e invisible, pero también rompe con la maternidad neoliberal, donde la crianza y los cuidados quedan supeditados al mercado de trabajo.
–¿Y eso cómo se hace?
–Es importante no caer en la individualización de la experiencia materna, porque está muy determinada por el entorno. La maternidad feminista no es tanto lo que ‘yo’ pueda hacer, como trabajar para que el entorno sea amigable. Vivimos en una sociedad hostil a la maternidad, a la crianza y a la lactancia materna. Entre otras cosas, cuando tienes un trabajo precario y apenas puedes pagar una vivienda, pospones el proyecto y eso puede tener consecuencias como la infertilidad vinculada a la edad. Cada día es más difícil quedarse embarazada y te dicen ‘no importa, las técnicas de reproducción asistida lo solucionarán’, pero el problema es político, no técnico.
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