María Eugenia Castagnino | Ohlalá
Charlamos con la española Esther Vivas, la autora de Mamá desobediente, un libro que propone una mirada feminista de la maternidad. A todas las que fuimos madres, la experiencia nos transformó. En el caso de Esther Vivas, su propia maternidad la llevó a hacerse preguntas, a investigar y a poner en palabras todas esas tensiones –algunas, incluso, que todavía perduran– entre el feminismo y el “ser madres” en Mamá desobediente (Ediciones Godot), para intentar construir una mirada nueva, una perspectiva que abrace la igualdad de derechos y que visibilice las problemáticas.
¿Qué es para vos ser una “mamá desobediente”?
Para mí, una mamá desobediente es una madre que desobedece los ideales de maternidad que nos han impuesto. Porque, por un lado, hoy en día las madres tenemos que ser ese ángel del hogar, esa madre sacrificada de toda la vida, que no tiene intereses propios. Pero, al mismo tiempo, también tenemos que ser Super Woman, esa mujer con un cuerpo perfecto, siempre disponible para el mercado de trabajo. Este ideal de maternidad perfecta no nos representa, es inasumible. Lo primero que tenemos que hacer es cuestionar este modelo de maternidad y después, desobedecerlo y reivindicar la maternidad real con todas sus contradicciones, ambivalencias, luces y sombras.
¿Qué cosas de tu propia experiencia te llevaron a decir: “Esto hay que debatirlo más, hay que sacarlo a la luz”?
Por un lado, muchas mujeres feministas que hemos sido madres nos hemos sentido huérfanas de referentes. Hemos sentido que el feminismo tenía un cierto malestar con la experiencia materna. Creo que el feminismo debe tener un relato propio de la maternidad que le dispute el concepto de maternidad al patriarcado. Porque hoy en día, si tú dices que eres madre, que quieres tener criaturas, que defiendes la familia, todo el mundo te va a asociar con una persona conservadora. En cambio, la maternidad per se debería ser esencialmente feminista. Porque qué hay más importante que, al ser madre, poder decidir sobre tu cuerpo, sobre tu embarazo, sobre tu parto, sobre tu lactancia. Y cuando digo esto no se trata de idealizar o esencializar la maternidad porque, por un lado, las mujeres somos muchas otras cosas aparte de ser madres cuando tenemos criaturas; pero al mismo tiempo, cada madre tiene una experiencia muy distinta de parto, de lactancia. Una mujer que tiene una cesárea o que da la mamadera…, ¿no es buena madre acaso? Falso.
Lo decís en el libro: “Ya conquistamos el derecho a no ser madres y ahora el desafío es elegir cómo vivir la maternidad”.
Exacto. Que no se nos infantilice, que no se nos trate de manera paternalista, que se nos reconozca a las madres como sujetos con capacidad de decisión. Y, a la vez, para poder tener una maternidad satisfactoria, también es necesario cambiar la sociedad actual, el modelo económico, el mercado de trabajo, porque este sistema socioeconómico es hostil a la experiencia materna. De hecho, es hostil a todo lo que es cuidado y dependencia. Es un sistema que da la espalda a la crianza, a las criaturas, pero también a las personas enfermas, a las personas mayores, y en este contexto de pandemia sanitaria lo hemos visto clarísimamente.
¿Cuáles son, para vos, los principales derechos de las mamás y de los bebés que hoy están siendo vulnerados?
Hay una violencia que se sigue dando en pleno siglo XXI en la atención sanitaria al parto, que es la violencia obstétrica. Y es una violencia socialmente normalizada. Porque nos han dicho que parir es que tal vez no te informen adecuadamente, que te separen de tu criatura nada más nacer, que te obliguen a dar a luz sola, que se burlen de ti, que te hagan una cesárea cuando tal vez no hace falta, que te hagan una episiotomía. Estas acciones son constitutivas de violencia psíquica y física que deja una huella en la salud de las mujeres. Una cesárea, cuando no es necesaria, implica un riesgo para la madre y la criatura mayor que un parto vaginal. Cuando miramos los porcentajes de cesáreas en la actualidad, superan lo que sería justificable y razonable y ahí hay un problema. Estas malas prácticas también dejan una huella a nivel emocional en la mujer. Haber sufrido un parto traumático aumenta la posibilidad de una depresión posparto, que no te sientas vinculada con tu criatura. Si no sé que he sufrido violencia, me siento culpable por ese parto traumático que he vivido, cuando no es mi culpa, sino que el problema es estructural, de cómo el sistema sanitario aborda la atención al parto. Y con esto no quiero decir que los profesionales sanitarios sean malos. Necesitamos crear alianzas con los profesionales de la salud para erradicar estas malas prácticas. Hoy en día hay muchas matronas y obstetras comprometidas con este cambio.
“Es necesario cambiar la sociedad y el mercado de trabajo, porque este sistema socioeconómico es hostil a la experiencia materna”.
Y nosotras, como mujeres, ¿cómo podemos contribuir para ser parte de la solución para erradicarla?
Por un lado, la información es clave. Necesitamos información con evidencia científica, porque muchas veces la atención al parto se basa en una serie de prejuicios o de mitos. En primer lugar, como embarazadas que estamos dando a luz, tenemos derechos, nos tienen que escuchar. Nosotras podemos decidir si nos dan una medicación o no. En cambio, en las situaciones en que se atienden los partos, en ese momento de vulnerabilidad, lo aceptamos todo. Por lo tanto, en primer lugar: información. Ser conscientes de que el parto no es una enfermedad sino un proceso fisiológico normal y lo que necesita es respeto y acompañamiento. Tenemos también que reconciliarnos con nuestra capacidad para dar a luz, para amamantar. Porque históricamente hemos ido dejando de creer en que nosotras podíamos parir, podíamos dar el pecho. Y todo esto tiene mucho que ver con cómo en las sociedades modernas todo este proceso se ha ido medicalizando. Esto nos ha restado autonomía como mujeres.
“La conciliación entre la vida maternal y la vida laboral es una farsa”, decís en el libro. ¿Qué cosas deberían cambiar a nivel estructural?
Creo que, social y políticamente, se debería entender que la maternidad no es una cuestión privada individual relacionada con la mujer, sino que es una cuestión pública y colectiva. La maternidad tiene un carácter público porque viene determinada por el contexto en el cual nos encontramos. Viene atravesada por desigualdades de género, pero también por desigualdades de clase y de raza. No vive la misma experiencia una mujer de clase media que una con pocos recursos económicos. No vive la misma maternidad una mujer blanca que una racializada migrante. La crianza implica el futuro de una sociedad. Del mismo modo en que somos conscientes de cuidar el ecosistema, más en un contexto de crisis climática ambiental, y de que esto es una responsabilidad colectiva, también es una responsabilidad colectiva la crianza. Por lo tanto, de lo que se trata es de desindividualizar y, a la vez, desfeminizar el cuidado. Es responsabilidad de todos.
Otro derecho es el de no quedar reducidas a “ser mamá de”, la dicotomía “soy madre o soy libre”…
Por un lado, somos muchas cosas más allá de madres, pero es cierto que la maternidad implica tener a cargo una persona dependiente, en particular al principio. Y la maternidad limita parcialmente nuestra libertad, por decirlo de algún modo. Pero creo que deberíamos reflexionar cómo constantemente se nos cuestiona el hecho de ser madres en el sentido de que te plantean que o eres madre o eres libre y, en cambio, no se plantea la misma cuestión cuando trabajamos o cuando tenemos una pareja… No se te plantea “o trabajas o eres libre”, “o tienes pareja o eres libre”. Es como si solo la maternidad te restara libertad, fuese una gran carga, y es cierto que en parte lo es, pero como también lo son otros compromisos o experiencias de la vida. Incluso algunos te restan más libertad que la propia maternidad. En particular si tal vez tienes un trabajo en el que no te sientes realizada. Y yo creo que esto es muy significativo de cómo socialmente hay una mirada hacia la maternidad que la estigmatiza y que no la valora.
“La maternidad no es una cuestión privada individual relacionada con la mujer, sino que es una cuestión pública y colectiva”.
Y también hay que salir del paradigma de la madre culposa. ¿Cómo luchamos contra la culpa desde una perspectiva feminista?
Yo creo que la culpa es el enemigo a abatir. Hay que desenmascarar la culpa, hay que entender por qué sentimos culpa y entenderlo en clave política. Nos sentimos malas madres porque el espejo de maternidad en el cual nos miramos no nos representa. Por eso, hablar de maternidad real nos permitirá reconciliarnos con la experiencia materna. Entender que la maternidad es ambivalencia, es contradicción, es querer con locura a tu criatura pero a veces no poder más con ella, es cansancio y es exaltación, es amor y es saturación. Entender que esto es la maternidad nos permitirá no sentirnos culpables porque ser madre es esto. Y a la vez, hay que resaltar que a menudo nos sentimos culpables en la experiencia materna porque no podemos ser esa madre que queremos. Y no podemos ser esa madre que queremos porque el contexto social en el que nos encontramos nos dificulta esta experiencia materna. Y nos sentimos culpables por haber tenido una cesárea, nos sentimos culpables por no poder dar el pecho, nos sentimos culpables por no poder estar con nuestra criatura. En definitiva, cuando analizamos políticamente por qué nos sentimos culpables, entendemos que la culpa no es nuestra. La culpa es del sistema, la culpa es patriarcal, y creo que eso es muy importante para deshacernos de esta culpa que nos genera tanto malestar.
“Fracasar es parte de la tarea de ser madres”, decís en el libro, y me parece bueno para romper con este mito de la madre perfecta. ¿Cómo llevás esto a la práctica?
Se trata de no cuestionarnos tanto. De no responder tanto a lo que se espera de nosotras. Porque a menudo pensamos que, como madres, no nos podemos quejar, no podemos fracasar, no podemos equivocarnos, cuando la maternidad es precisamente esto. Es no llegar a todo, es equivocarse, forma parte de la tarea de ser madre. Pero a menudo escondemos esta experiencia detrás de lo que se llama “la máscara de la maternidad”. Te encuentras otra madre puérpera por la calle y le preguntas: “¿Cómo estás?”, y te dice: “Todo perfecto”, entonces tú piensas: “Soy la única”. Y cuando ella te pregunta a ti cómo estás, le dices: “Todo perfecto”, y escondemos la experiencia real de la maternidad porque no nos está permitido nombrarla, porque se supone que, si la nombramos tal y como es, somos malas madres. Creo que hoy hay una nueva generación de madres feministas que hemos crecido en un contexto en el que la maternidad ya no ha sido una imposición como para nuestras abuelas y a veces también para nuestras madres y hemos podido mirar la experiencia materna con menos prejuicio y reivindicarla como tal.
Y también abrazar la diversidad, porque cada experiencia materna es un mundo…
Por eso a mí me gusta hablar de “maternidades”. Porque una misma madre puede tener distintas experiencias con cada parto que ha tenido, con cada hijo. Es distinto que tú tengas tu criatura si tienes trabajo remunerado o no lo tienes. Si tienes pareja o no la tienes. Tú puedes ser madre biológica, pero también puedes ser madre adoptiva o ser la madre de las criaturas de tu pareja. Tú puedes ser madre sola por decisión o por circunstancias y eso no implica que críes en solitario. Pero hay un cierto estigma: la madre soltera, la madre sola. Porque los modelos de maternidad en solitario también desafían esta idea de que para formar una familia se necesita tener un hombre al lado.
“Pensamos que, como madres, no nos podemos quejar, no podemos fracasar, no podemos equivocarnos, cuando la maternidad es todo eso”.
¿Qué rol ocupan los padres en esta mirada tuya?
Yo creo que hay que maternizar la paternidad. Los padres deben implicarse desde el minuto cero en la crianza. Es cierto que hay partes de la crianza que tienen un carácter biológico innegable, pero, más allá de la piel con piel que es recomendable que el bebé haga con la mamá, también lo puede hacer con el padre. Se puede cambiar pañales, se puede preparar comida. Y eso que muchas veces dicen: “Es que las mujeres son cuidadoras por naturaleza”, mentira, es una construcción social y cultural. Tanta capacidad de cuidar tiene una mujer como un hombre. Y también para implicarse se necesitan licencias de paternidad más extensas.
¿Qué te agradecen quienes leyeron tu libro?
Varias mujeres me comentaron que se sentían feministas pero que la maternidad no encajaba en el feminismo, y el hecho de reencontrarse con un relato que reconcilia maternidad y feminismo les ha permitido encontrar respuestas a su malestar. O mujeres que han sufrido una pérdida gestacional, mujeres que han transitado la experiencia de la infertilidad, se han sentido reconocidas e identificadas con el libro. Incluso ha habido mujeres que han regalado el libro a sus madres y han hablado de la experiencia de la maternidad con sus hijas. Me escribió un padre cuya pareja acababa de dar a luz y me explicó cómo habían conseguido tener un parto natural, un parto vaginal, un parto respetado, a partir del libro, que les había hecho cuestionar el modelo de parto hegemónico. Y bueno, pensar que el libro es útil, que ayuda, que acompaña, que permite cerrar heridas, es muy gratificante a nivel personal. Y a raíz de esto me he encontrado con mujeres que me han dicho: “Gracias a tu libro les he preguntado a mis abuelas cómo fueron sus embarazos y sus partos”. Creo que es muy importante preguntar y recuperar esta historia de las mujeres en nuestra familia, a menudo olvidada y silenciada.
Maternar en pandemia
“La pandemia ha puesto en evidencia una realidad que ya teníamos. Si antes de la pandemia sabíamos que la conciliación entre maternidad y trabajo era difícil, ahora se ha demostrado que es imposible, que es una utopía, que es una farsa. Porque las madres, muchas de ellas trabajadoras, han tenido que seguir trabajando desde casa tal vez, pero al mismo tiempo tienen las criaturas en casa las 24 horas del día. Muchas mujeres han estado trabajando de madrugada, con problemas de estrés, de ansiedad, no han podido rendir al mismo nivel en el trabajo. Y cuando vemos los estudios que ya se están publicando sobre este tema, los hombres en general han seguido trabajando como siempre. Y esto ha generado una brecha de género en las familias y también en el mercado de trabajo. Es importante visibilizar y reconocer que esta pandemia ha traído consecuencias nefastas para las madres y para las criaturas, que han sido las grandes olvidadas. Recientemente salió publicado un informe de Save the Children que analizó el impacto de la cuarentena en la salud mental, y decía que un 25% de los niños que habían sufrido cuarentena tenían problemas de ansiedad y que podrían tenerlos en el futuro”.