Angélica Gallón | Mutante
Las sufragistas de principios del Siglo XX se enfrentaron a un dilema en la forma en cómo operar su estrategia de desobediencia civil. Muchas vieron estratégico usar los colores de sus vestidos, específicamente el verde, el blanco y el violeta (los colores de las iniciales de su slogan Give Women Vote: green, white y violet) para armar un verdadero ejército ciudadano que identificara a las miles de mujeres que públicamente querían pelear por su derecho al voto.
Pero, ¿podría el vestido, un lugar históricamente utilizado para controlar, someter y vigilar el cuerpo de las mujeres, ser a su vez usado como un terreno de lucha en contra de ese mismo sistema que las oprimía? Acaso, ¿debían las sufragistas más bien, renunciar a sus vestidos y su estética femenina, para reivindicar el derecho al voto? El debate para entonces fue acalorado, pero las fotos de los periódicos de la época que muestran hordas de mujeres uniformadas en las calles, sirven de evidencia de cómo vestir de blanco sí se hizo generalizado y trascendió como el color de la lucha.
A un dilema en esencia parecido se enfrentan muchas mujeres feministas de nuestro tiempo, feministas que están pensando, esta vez no el vestido, sino algo más trascendente: la maternidad. Un lugar que ha sometido el cuerpo de las mujeres, que ha sido considerado sistemáticamente como único destino de lo femenino, pero que se empieza a revelar como un lugar para operar un inédito llamado a nuevos derechos. Pero ¿pueden las madres, y sus formas de maternar revertir y desobedecer el mandato mismo de la maternidad? Y ¿si desobedecer al patriarcado, no solo implicara decidir no tener hijos, sino robarse el relato de lo materno que siempre ha sido tan privado, controlado, vigilado?
“Lo que ha pasado con las madres es que no solo han sido invisibles ante la sociedad, sino que han sido invisibles incluso ante los movimientos sociales que apelan a transformar esta sociedad”, sentencia Esther Vivas, escritora feminista catalana, autora del libro ‘Mamá desobediente’, quien ha decidido levantar su voz ante la urgencia de que las madres no sigan estando solas, de que las madres tengan derecho a no obedecer.
Mutante: ¿Por qué hacer un llamado urgente a las madres a no obedecer?
Esther Vivas: Creo que hay una necesidad de revelarnos contra un mandato de maternidad que se nos ha impuesto históricamente, un mandato que ha significado que las mujeres no podamos decidir en relación a la experiencia de maternar, que tuviésemos que ser abnegadas, sacrificadas y, más recientemente, una superwoman, de cuerpo perfecto, una madre que llega a todo, siempre disponible a las exigencias del sistema productivo. Hay que romper con este ideal materno que no representa la experiencia real y que genera unas expectativas que son imposibles de conseguir y que, a su vez, detona mucha culpa y malestar con la experiencia de ser mamá.
M: ¿Me pregunto si a diferencia de otros terrenos de lo femenino, la maternidad entonces ha sido un lugar de mucha obediencia y poca disputa?
E: Lo que ha sucedido a lo largo de la historia es que la maternidad ha sido una imposición del sistema patriarcal que ha reducido a la mujer a ser madre y, por eso, a las mujeres a lo largo de la historia no les quedó otra opción. El único destino, nuestra valía social era ser madres. Esto se empieza a cuestionar con la emergencia de la segunda ola del feminismo en los años 60 y 70, del Siglo XX, tiempo en el que las feministas confrontan este mandato y reivindican la decisión de tener hijos o no, proclaman el acceso a anticonceptivos y el derecho a decidir sobre su sexualidad y ahí hay una ruptura significativa sobre lo que había significado ser madre.
M: Pero la desobediencia que tú planteas, no solo está vinculada con la posibilidad de decidir si somos madre o no, que como dices, fue el gran legado de la segunda ola feminista, sino que, si decides ser madre, igual puedes desobedecer lo que se espera de esa madre.
E: El libro nace de mi experiencia como madre y como femnista. Tengo a mi criatura y me siento huérfana de referentes, no había emergido aún para entonces esta más reciente ola feminista que se cocina desde 2016 que ha permitido que la experiencia de las mujeres salgan de lo privado a lo público: la maternidad, la menstruación, el placer sexual femenino. Durante mucho tiempo, las feministas que hemos tenido hijos nos hemos sentido huérfanas. Porque la idea imperante fue que la maternidad parecía algo que chocaba y que era contrario al feminismo mismo, y creo que esta mirada tiene que cambiar, y en los últimos años ha ido cambiando.
En la medida en que el feminismo no incorpora en sus demandas y miradas la maternidad, deja a las madres en manos de un sistema patriarcal que concibe la maternidad no solo como un mandato, sino como un espacio en donde no tenemos capacidad de decisión y esto implica a menudo abuso, violencia y discriminación.
Yo creo que hay que disputarle el relato de la maternidad a los sectores más conservadores y reaccionarios, porque estos sectores defienden una maternidad en donde yo como madre no puedo definir sobre mi cuerpo, sobre mi experiencia, no puedo definir si ser madre o no, porque se prohibe el aborto, se me impone una maternidad en donde se me reduce a madre, sin tener en cuenta otras esferas de mi vida. Precisamente, esa es la maternidad patriarcal que hay que desobedecer, pero esa desobediencia no implica rechazar la maternidad en sí misma.
M: Sí, tener el derecho a decidir si ser madres o no, pero si somos madres, preguntarle al sistema ¿cuál va ser la infraestructura de derechos y de cuidado que nos va proporcionar?
E: Ser madre desde una mirada feminista y como yo la concibo implica poder decidir sobre mi embarazo, mi parto, mi post parto, mi lactancia, significa que se me reconozcan como sujeto político y de derechos. Hoy, estos derechos son sistemáticamente vulnerados. Se me vulnera mi derecho a un parto respetado, porque el personal médico infantiliza a las mujeres y decide por ellas; a una licencia de maternidad compatible con lo que significa dar a luz, y a una lactancia materna satisfactoria, porque toda la sociedad está pensada para que no le des pecho a tu bebé.
Es urgente desde el feminismo mirar la maternidad como una experiencia que tenemos derecho a transitar, solo si así lo queremos, y que debe estar dotada de derechos. Si no, termina convirtiéndose en una experiencia de privilegios. ¿Qué mujer puede tener un hijo y gozarlo? ¿Qué mujer puede puede tener un parto respetado o una experiencia de lactancia satisfactoria? ¿Solo aquellas que tenemos el privilegio de costearlo? Hay que disputar este relato, para que en definitiva podamos tener una maternidad gozosa todas las que queremos ser madres.
M: Esto, además, necesita de una narrativa que romantice menos la experiencia de ser mamá, y que, más bien la revele tan compleja como es, al punto que deba estar abrazada por todo un marco de derechos.
E: Sí, esto se debe hacer sin idealizar la maternidad. Al final, no se trata de idealizar la experiencia de ser madre, sino de reivindicarla como derecho.
Igual de mujer es aquella que es madre a la que no lo es. Esta lucha no es una receta para ser una buena mamá y tampoco se trata de idealizar el carácter biológico de la maternidad, sino constatar que tienes derecho a parir como lo desees, y no te hace ni mejor ni peor madre lo que decidas, sino que es el sistema el que tiene que garantizar tu decisión libre.
M: Pero…ese sistema tradicional, anquilosado, ¿si logrará abrirse a estas nuevas concepciones? ¿Hay alguna transformación en los sistemas de salud, por ejemplo, o en lo político que muestre avances en este marco de derechos? ¿Puede un sistema patriarcal, que por patriarcal nunca será madre, ser hackeado?
E: Yo soy optimista, creo que se han conquistado nuevos terrenos. Esta reciente ola feminista ha conseguido sacar a lo público terrenos tabú como la menstruación y los dolores menstruales, la infertilidad, el placer sexual, la lactancia, la maternidad misma, esto ha hecho que lo que significa la maternidad real gane un espacio público. Muchas madres transitan la maternidad desde el dolor y la frustración de no llegar a todo, una vez se habla de esta maternidad real se sienten menos solas. Se consiguen avances en la medida en que, por ejemplo, se abre el debate sobre la violencia obstétrica y la presión y la preparación de las mujeres mismas, hace que el personal médico se vea obligado a capacitarse.
M: Tú planteas una maternidad desobediente y anticapitalista, ¿por qué la experiencia de ser madres también debería cuestionar el sistema de producción?
E: La maternidad no sólo está sometida al patriarcado, sino al capitalismo. No solo tenemos que ser las madres abnegadas y sacrificadas que fueron nuestras abuelas, sino que ahora tenemos que ser la madre que triunfa en el mercado laboral y que siempre está disponible para el empleo. Este sistema valora y visibiliza aquello que tiene un valor económico y la maternidad en eso no encaja, entonces la supedita a lo productivo. La maternidad atraviesa nuestro cuerpo, pero se narra y se muestra públicamente como si no hubiera dejado cicatrices, no se valora la dependencia de la criatura a la madre, ni la vulnerabilidad. Pero la maternidad significa eso, unos ritmos antagónicos a un sistema de producción. Necesitamos una sociedad que ponga en el centro los cuidados. Es un sistema que le da la espalda a la gente mayor, a las dependientes, a las personas enfermas, a las necesidades del planeta, a las mujeres embarazadas.
M: ¿No es una paradoja que se nos castigue y dificulte tanto la maternidad y, a la vez, nos sigan insistiendo en que tenemos que ser madres?
E: El sistema capitalista está creando un gran negocio con esta paradoja. Lo que vemos es una mercantilización de los procesos de fertilidad humana. Lo que estamos observando es que tenemos más dificultad para tener criaturas fruto de la precariedad vital en la que vivimos: trabajamos hasta los 40 años para poder darle una vida mínimamente digna a nuestros hijos, vivimos con la incertidumbre de una crisis económica y las amenazas de la emergencia climática ya se ven en nuestros propios sistemas reproductivos y la respuesta que nos da el sistema son ¡técnicas de reproducción asistida! Se venden como una solución, pero en realidad son solo un parche, porque la solución a los problemas de la infertilidad pasa por trabajar en las causas sistémicas y políticas que la generan, que tiene que ver con las condiciones de vida de las personas, las condiciones laborales, el acceso a la vivienda y tener un planeta más saludable.
M: Tú y yo hemos sido mujeres que han podido tomar la decisión de ser o no ser madres, pero no todas las mujeres pueden tomar esas decisiones ¿cómo hacemos para que estas ideas nos abran espacio verdaderamente a todas?
E: La maternidad no solo viene atravesada por desigualdades de género, sino de clase, de raza y de identidad sexual, por eso es tan importante reivindicar un marco de derechos en la maternidad. El aborto es la premisa fundamental para poder tener una maternidad elegida y libre. El reto está en la mirada política, una mirada colectiva, disputarle el relato de la maternidad a los sectores tradicionales significa politizar la maternidad como un campo de batalla a ganar para garantizar sus derechos, derechos para todas. Porque, en general, las madres no somos la madre que queremos ser, somos la madre que podemos ser en unas circunstancias que suelen ser adversas.
M: Además de esta mirada crítica con el sistema, tú también invocas una maternidad con menos juicio y mucha más sororidad.
E: Sí, apelo a una sororidad entre mujeres madres y no madres porque, en definitiva, ambas sufrimos las inclemencias y exigencias de ese sistema patriarcal que quiere decirnos qué tenemos que hacer con nuestra vida y nuestro cuerpo.
Apelo a una sororidad entre madres, porque se establece una falsa guerra entre nosotras, alentada por los medios. Y la verdad es que si eres madre, independientemente del modelo de crianza que elijas, o del tipo de parto que desees, el sistema siempre te va a cuestionar. Necesitamos más sororidad en la maternidad y menos crítica. Más respeto y empatía por las decisiones que cada mamá tome y más militancia porque todas podamos decidir libremente cómo ser mamás.
Pero también apelo a una mirada más colectiva frente a la maternidad, porque se suele reducir la maternidad a la responsabilidad de la mujer madre y esto nos genera mucha culpa y malestar con la experiencia. Hay que cambiar esta mirada a una mirada más colectiva y comunitaria. La maternidad, que no es otra cosa que criar y cuidar a una persona dependiente, debería ser una responsabilidad no solo de la madre, sino del padre, si existe, pero debería ser además una responsabilidad social, porque estamos hablando de cuidar de la salud mental y física de personas que van a ser los adultos del mañana.
El reto es que esta sociedad entienda que la infancia es una cuestión colectiva que nos implica a todos desde distintos lugares. Es necesaria otra mirada, en donde se vea a los niños como ciudadanos, es aquí en donde el feminismo debe reivindicar no solo los derechos de las madres, también el de las infancias.