Celeste Abrevaya | Latfem
En su paso por Argentina, conversamos con la periodista y socióloga Esther Vivas sobre su libro “Mamá desobediente. Una mirada feminista de la maternidad”, la importancia de politizar la maternidad y reconciliarse con la experiencia materna. “Politizar y problematizar la maternidad nos ayuda a liberarnos de la culpa. Entender que cuando no llegamos a todo no es culpa nuestra, sino de un sistema que nos dificulta ser madres y gozar”, sostiene.
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La casa de Ediciones Godot tiene un patio interno con cajas repletas de ejemplares que se apilan desde el piso hasta los dos metros de altura. Una ronda de libreros y libreras se desarma para reconfigurarse en conversaciones de grupos más acotados, se pasan teléfonos, toman apuntes, agarran un vaso de gaseosa y alguna medialuna.
Esther Vivas es periodista, socióloga y autora de Mamá desobediente. Una mirada feminista de la maternidad. Está sentada en ese patio, en el que es anfitriona. Es chiquita, lleva el pelo corto y tiene una tonada española exquisita. Escribe dedicatorias, no se apura, le da tiempo a cada persona que se acerca y le consulta, le pide, la abraza, la besa. “Tiene miedo de quedarse sin voz”, me dicen de la editorial. Es que desde que llegó a Argentina, Esther vivió el frenesí porteño: tres días de una Buenos Aires furiosa con una agenda cargada y sin pausa. “He venido a presentar mi libro con dos actividades, una con Soledad Barruti y otra con Dolores Reyes, en la que tuvimos una suerte de conversación sobre maternidades en tiempos violentos, y pusimos a dialogar Cometierra con Mamá desobediente. En el medio, se sucedieron reuniones, entrevistas, almuerzos, y encuentros con otras referentes argentinas en temas de maternidad y feminismos”.
Mamá desobediente lleva veintiséis mil ejemplares vendidos. En Argentina ya se editó por sexta vez consecutiva. Fue publicado en España, Catalunya, Chile, México, Brasil, Puerto Rico, Perú, Bolivia, Colombia, y en un tiempo también estará disponible en Estados Unidos.
La autora dice que pudo constatar que existen elementos universales presentes en la experiencia materna como la culpa, la violencia, la discriminación o el juicio constante que, más allá de las experiencias situadas y las identidades subjetivas, hicieron posible que esa lectura interpelara transversalmente a personas en tan diversos territorios. “Es un libro que visibiliza muchos de los silencios que rodean a la maternidad, y que parte también de lo autobiográfico, más allá del análisis sociológico”.
Esther lo escribió con un hijo de entre uno y tres años. Eso fue lo que duró el proceso de escritura. Hoy el niño tiene ocho y sonríe desde el fondo de pantalla de un celular, en una foto en la que se lo ve abrazado a su mamá, y que me muestra orgullosa.
— Antes de tener a tu hijo, ¿habías pensado acerca de las maternidades? ¿Cuál fue el momento en el que algo de todo esto que escribiste empezó a tomar espacio y forma?
Para mi la maternidad fue un tema que comencé a plantearme desde la escritura cuando quedé embarazada y constaté cuan invisible o poco nombrada era la maternidad real en la sociedad y también en muchos de los movimientos sociales en los que participaba. Al tiempo que confirmé también, mientras buscaba dónde parir, cuántas mujeres sufrían violencia en sus partos cada día y me pregunté cómo podía ser que una persona como yo, que participaba de tantos espacios feministas, no supiese eso. Esto me indignó y esa indignación fue la semilla que me llevó a escribir sobre maternidad, parto, lactancia, desde una mirada feminista. Así como el hecho de estar embarazada, de convertirme en madre, y sentirme en parte huérfana de referentes en el feminismo.
— ¿Por qué mamá desobediente? ¿Dónde ubicar esa obediencia? ¿Contra quién?
Creo que el título es una apelación a las madres, a desafiar el mandato, el ideal materno, que nos imponen. Tenemos que ser la madre abnegada, sacrificada, y al mismo tiempo esa “superwoman” que llega a todo, un ideal de madre perfecta que nunca se equivoca. Este ideal es inasumible, indeseable, y es tóxico. El libro, entre muchos otros temas, lo que plantea es desobedecer a esta maternidad patriarcal, neoliberal, que nos ha sido impuesta y, por el contrario, reivindicar la experiencia materna real, con toda su ambivalencia, así como también la maternidad como una responsabilidad colectiva y una experiencia que debe ser pública, visible y valorada.
— ¿Qué implica politizar la maternidad?
Significa entender que la experiencia materna se lleva a cabo en un sistema social, económico, y laboral que la condiciona, y que lo hace negativamente. Las mujeres maternamos en un sistema que es hostil a todo lo que significa cuidar, a la dependencia y la vulnerabilidad humana. Y esto dificulta esta experiencia.
Pongo un ejemplo: todas las instancias de salud recomiendan amamantar a tu criatura hasta los seis meses, pero nos encontramos con un mercado laboral que solo permite a las mujeres tener tres meses de licencia de maternidad. ¿Cómo vas a amamantar hasta los seis meses de forma exclusiva si a los tres tienes que reincorporarte al empleo? Entonces, sucede que muchos deseos acaban truncados por un modelo que no permite, que no acompaña esos deseos, y esto pone de manifiesto cómo nuestras experiencias como madres vienen condicionadas sin que se tengan en cuenta nuestros derechos, nuestros deseos, y tampoco los de las infancias. Y creo que politizar y problematizar la maternidad nos ayuda a liberarnos de la culpa y a reconciliarnos con la experiencia materna. Entender que cuando no llegamos a todo no es culpa nuestra, sino de un sistema que nos dificulta ser madres y gozar.
— En tu libro hacés una historización sobre cómo el concepto de maternidad fue mutando a lo largo de los años y también cómo los feminismos trabajaron en torno a ese concepto. Si hiciéramos un ejercicio de intentar pensar hacia dónde se va a mover en los próximos años, ¿qué dirías? ¿Hacia dónde te gustaría que lo haga?
Creo que en los últimos años se han dado pasos hacia una reconciliación entre maternidad y feminismo. Durante mucho tiempo la maternidad se ha visto como algo ajeno porque históricamente nos ha sido impuesta a las mujeres como mandato. Y contra este mandato se rebelaron las feministas de los años 60 y 70. Y en este rebelarse se cayó en parte en cierto discurso antimaternal y anti-reproductivo. Pero hoy hay una generación de mujeres que somos madres y que gracias a la lucha de nuestras antecesoras podemos mirar a la maternidad con menos prejuicios y diferenciar entre lo que es el mandato de la experiencia materna, y reivindicarla con todas sus luces y sombras, así como los derechos de las madres. Creo que las nuevas generaciones de mujeres feministas van a seguir indagando en esta dirección porque, ¿de qué maternidad estamos hablando si no es feminista? De una maternidad donde yo no puedo decidir sobre mi cuerpo, donde no tengo derecho al aborto, donde no puedo decidir sobre mi parto y mi lactancia. Estamos hablando de una maternidad patriarcal opresiva, donde se reduce a la mujer a su rol de madre, y la madre a la cuidadora única de la familia, sin otra identidad más allá de ser “la mamá al cuidado de”. Es fundamental, entonces, reivindicar la maternidad en clave feminista, al mismo tiempo que desde una perspectiva colectiva, entendiendo que es una responsabilidad de todas y todos.
— Cuando hablamos de construir y avanzar hacia una democracia del cuidado, al decir de Joan Tronto, hacia sociedades del cuidado, ¿cómo se configura ahí el lugar de las maternidades?
El cuidado se debe de pensar como una responsabilidad colectiva. El cuidado es el gran olvidado en este sistema capitalista y productivista. La maternidad por definición es una tarea inherente a la especie humana. Y cuando hablo de maternidad no me refiero solo a una tarea femenina, sino a una tarea de mujeres, hombres, y de la sociedad en general. Si hablamos de maternidad, de maternaje, debería ser una tarea de la mamá y del papá.
— ¿Por qué situarlo como “maternidad” y no como “mapaternidad”? Solo por mencionar un ejemplo.
También podría situarse así. Es verdad. Podríamos hablar de corresponsabilidad. En el libro yo hablo de “maternizar la paternidad”. De alguna forma, es provocativo en el sentido de decir que la maternidad ha tenido un carácter biológico porque las mujeres tenemos capacidad de gestar, de parir, de amamantar, pero esto no quita que cuando hablamos del trabajo de cuidados sea una responsabilidad exclusivamente femenina.
— En Argentina, los feminismos que se inscriben dentro del feminismo popular tienen cierta resistencia a darle este lugar a la biología. En el libro hay un pasaje titulado “crianza natural”. ¿No crees que no es posible hablar de algo “natural” en relación a la maternidad? Si desde la sociología decimos que “todo es una construcción social y cultural”, ¿no lo es también la crianza? Hablar de crianza natural, ¿no implicaría un retroceso?
Por un lado, la maternidad tiene un carácter bio-social, hay un aspecto biológico y otro cultural y social, por ejemplo, con la lactancia. Ahí lo vemos claramente. Las mujeres tenemos en general la capacidad de amamantar a nuestras criaturas y esto genera oxitocina y, por lo tanto, hay un hecho biológico ahí innegable. Pero también la lactancia tiene un carácter sociocultural. En la medida en que tú no has visto a otras mujeres amamantar por vivir en una sociedad productivista en la que se ha impuesto durante décadas la cultura del biberón, se dificulta el hecho de amamantar. Esto es un ejemplo de bio-social.
Al margen de esto, el carácter biológico de la maternidad incomoda y mucho al feminismo, o a determinados sectores, porque esta capacidad biológica que tenemos las mujeres es la que ha utilizado el patriarcado, de la que se ha apropiado, para imponernos la maternidad como destino e impedirnos la capacidad de decidir. Entonces, los feminismos han tendido a rechazar o a negarse a discutir sobre qué significan estas capacidades biológicas.
— ¿Qué pasaría en esta discusión con las maternidades trans o las paternidades de varones homosexuales?
Creo que es importante reivindicar lo biológico en la maternidad y valorarlo, pero no esencializar. Hay sectores del feminismo que no quieren entrar en este debate. Pero, por ejemplo, en relación al parto, podemos pensar que hemos tenido tal desconexión de
nuestra capacidad gestante que desconocemos nuestro cuerpo. La violencia obstétrica se sustenta en parte en ese desconocimiento de nuestro cuerpo y nuestra sexualidad. Si yo nunca he mirado mi vulva, ¿cómo voy a poder pensar que de ahí va a salir un bebé? Entonces, por el hecho de que el patriarcado se haya apropiado de este proceso, no significa que desde el feminismo tengamos que rechazarlo.
Todo esto que digo no quita que la maternidad va mucho más allá de lo biológico. Yo como mujer tengo capacidad de gestar, parir y amamantar, y voy a decidir si hago uso de estas capacidades, pero no creo que tengamos que renegar de ellas. Hay muchas maternidades: están las biológicas, las adoptivas, están las madrastras, hay personas con capacidad gestante, madres trans, lesbianas, madres solas, heterosexuales. La maternidad es plural y es diversa. El vínculo con la criatura se da más allá de esas capacidades biológicas.
— Otro de los conceptos que utilizás es el de la “maternidad para el 99%”, haciendo un juego con el manifiesto de Nancy Fraser. ¿En qué consiste esa idea?
Es un modelo de maternidad y una experiencia materna donde todas tenemos cabida, una maternidad en la cual se entienda que el sujeto madre es un sujeto plural, diverso, un sujeto que puede venir atravesado por distintas opresiones, no solo de género, sino también de clase, de raza, de orientación sexual, e identidad de género, de edad. La maternidad para el 99% es una maternidad en la cual las mujeres nos podemos levantar como sujeto político y de derechos. Y, en definitiva, implica reivindicar un cambio en lo político, en lo social y en lo económico, para que maternar no se convierta en un privilegio para unas pocas, sino un derecho para todas.
— En Argentina acaba de ganar las elecciones Javier Milei, que representa un proyecto de ultraderecha y que en campaña prometió dar por tierra con los derechos conquistados para mujeres y personas LGBTI+ en los últimos años, la eliminación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, el desconocimiento de la brecha salarial, entre otras cosas. ¿Qué resquicio puede quedar ahí para insistir con la importancia de que el cuidado ocupe un lugar central en las agendas? ¿Cómo resistir desde el cuidado?
No quiero ser la europea que viene a marcar la línea. Pero, si me preguntas, lo que pone de manifiesto este auge de gobiernos ultraliberales y de derecha como el de Milei es la necesidad de seguir reivindicando los derechos de las madres, de las infancias, porque se trata de formaciones políticas y de gobierno que son una amenaza hacia logros consolidados. Son gobiernos que legitiman desde las instituciones un discurso del odio y prácticas violentas hacia todo tipo de disidencias. Y creo que ante esta realidad, la respuesta es la organización popular, la creación de espacios de resistencia en lo local y desde una mirada colectiva. Es fundamental que las madres creen esos espacios de complicidad pero, al mismo tiempo, denunciar y movilizarse para contrarrestar estos discursos.
— ¿Surgieron otras líneas de investigación en relación a la maternidad feminista luego de la publicación de tu libro “Mamá desobediente”?
Estoy preparando un nuevo libro sobre maternidades y feminismos, donde voy a profundizar algunos de los debates que planteo en “Mamá desobediente”, pero que han ido tomando mayor relevancia en estos últimos años. Las conferencias de estos días parten del libro pero se conectan con toda una serie de discusiones que han ido emergiendo en los últimos años que tiene que ver con la pluralidad del sujeto político “madre”, y con la nueva ola feminista, entre otras cosas.