Salvador López Arnal | Rebelión
Esther Vivas, coautora, junto a Xavier Montagut, del libro Del campo al plato. Los circuitos de producción y distribución de alimentos (Icaria editorial, 2009). Activista de y en multitud de causas nobles y autora de diversos libros sobre la soberanía alimentaria y los movimientos sociales -Del campo al plato(Icaria, Barcelona, 2009), motivo básico de esta conversación, En pie contra la deuda externa (El Viejo Topo, Barcelona 2008), Supermercados, no gracias (Icaria, Barcelona, 2007) y ¿Adónde va el comercio justo? (Icaria, Barcelona, 2006)-, Esther Vivas es, además, miembro del Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) de la UPF, miembro de la redacción de la revista Viento Sur y militante en Izquierda Anticapitalista.
Vivas colabora habitualmente en medios de comunicación alternativos como Diagonal, La Directa y Ecología Política, The Ecologist, entre otros, y en medios convencionales como Público.
¿De qué habláis en este último libro que recientemente ha editado Icaria editorial? ¿De alimentación, de agricultura, de la distribución de los productos?
Se trata de señalar a los principales actores que monopolizan cada uno de los tramos de la cadena agroalimentaria, desde la producción en origen hasta la distribución final, quienes acaban determinando nuestro modelo de alimentación y consumo. Hoy, la comida ha perdido su valor fundamental, alimentarnos, y se ha convertido en un bien mercantil. También analizamos las causas y las consecuencias de la crisis alimentaria actual.
Asimismo, el libro da a conocer las principales alternativas propuestas desde los movimientos sociales, donde destaca en mayúsculas el derecho a la soberanía alimentaria de los pueblos, así como la promoción de sistemas alternativos de comercialización y distribución, priorizando lo local y la relación directa entre campesinado y consumidores, entre otras iniciativas.
¿Qué interés puede tener para un ciudadano o ciudadana de izquierdas temas como la alimentación y su producción y distribución?
Todos nosotros, cada día, comemos y además lo hacemos varias veces al día. Pero nunca nos planteamos de dónde viene aquello que comemos, quién lo ha elaborado, en qué condiciones se ha producido, etc. Detrás de aquello que comemos hay una historia. Una historia de privatización de los recursos naturales, de intereses económicos, de desigualdad Norte-Sur, pero también Norte-Norte y Sur-Sur. Y se trata de desenmascarar esta historia.
Tenemos que reapropiarnos de la producción, la transformación, la distribución y el consumo de alimentos, hoy en manos de muy pocas empresas. De esto habla la soberanía alimentaria: de recuperar el control sobre nuestra alimentación. La tierra para quien la trabaja; el agua y las semillas tienen que ser bienes públicos; relaciones de solidaridad entre el campo y la ciudad; comercialización directa entre productor y consumidor; y unas políticas que pongan en el centro de la producción, la distribución y el consumo de alimentos a las y los campesinos, al bienestar de las personas y el respeto al medioambiente.
Por todo ello, como señala el movimiento internacional de la Vía Campesina, “hoy comer se ha vuelto un acto político”. Creo que la crítica al sistema agroindustrial dominante y la defensa de la soberanía alimentaria debe ser un eje central de lucha tanto del movimiento altermundialista como de cualquier proyecto anticapitalista que denuncie los intentos de buscar una salida pro-capitalista a la crisis contemporánea. Otro mundo requiere otro modelo de agricultura y alimentación.
Has usado varias veces el concepto de soberanía alimentaria. Aunque ya te has aproximado a él en varios momentos, ¿puedes definirlo sucintamente?
El concepto de soberanía alimentaria fue propuesto por primera vez por la Vía Campesina, en el año 1996 en Roma, con motivo de la Cumbre Mundial de la Alimentación de la FAO. La soberanía alimentaria se define como el derecho de las comunidades y de los pueblos a decidir sus políticas agrícolas y alimentarias, a proteger y a regular la producción y el comercio agrícola interior con el objetivo de conseguir un desarrollo sostenible y garantizar la seguridad alimentaria.
Alcanzar esta soberanía requiere una estrategia que rompa con las políticas agrícolas neoliberales impuestas por la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y con el sistema económico capitalista dominante, los cuales promueven un modelo de producción agrícola y alimentaria totalmente insostenible.
La alimentación no es hoy un derecho garantizado. Parece obvio que debería serlo. ¿Por qué no lo es? ¿No hay suficientes alimentos para todos los pobladores de la Tierra?
Los alimentos no son hoy en día un bien accesible a todo el mundo y la crisis alimentaria lo ha puesto en evidencia. Y no se trata de un problema de producción como las instituciones internacionales y las grandes corporaciones nos quieren hacer creer, sino que se trata de un problema de acceso.
Hoy se producen más alimentos que nunca en la historia. La producción se ha triplicado desde los años 60, mientras que la población mundial tan solo se ha duplicado. El problema es que, en la medida en que el precio de los alimentos subió, a lo largo de los años 2007 y 2008, en el marco de la crisis alimentaria global, amplias capas de población, especialmente en los países del Sur, no podían pagar el precio de la comida. Hay que tener en cuenta que en estos países se puede llegar a destinar hasta un 80% de los ingresos a la compra de alimentos. Si los precios suben no hay capacidad para adquirirlos.
Es interesante señalar como en el momento álgido de crisis alimentaria, los beneficios de las principales empresas de semillas, fertilizantes, transformación y distribución no pararon de crecer. Hay quienes hacen negocio con el hambre.
Además, de la presentación y el epílogo, se incluye en la segunda parte doce entrevistas con líderes de foros, centros de estudios o agrupaciones campesinas. ¿Quiénes son esas personas? ¿Qué relevancia tienen?
Se trata de personas que forman parte de grupos y cooperativas de consumidores críticos, de centros de investigación, de redes de economía solidaria, campesinos… de América Latina, Asia, África, América del Norte, Europa que nos explican sus experiencias en la lucha a favor de la soberanía alimentaria.
Y es interesante ver cómo a partir de sus historias, reflexiones, anécdotas ponen rostro y desgranan en primera persona las consecuencias del actual modelo de agricultura intensiva e industrial en sus países, comunidades y en sus propias experiencias.
Uno de los temas que aparecen más frecuentemente en las conversaciones es el tema del comercio justo. Algunos de los entrevistados parecen rechazar esta línea. ¿Podrías explicar los términos del debate y vuestra posición en él?
En los últimos años se ha dado una cooptación y una tergiversación de lo que significa el “comercio justo”. Empresas como Nestlé sacan sus propias líneas de café de comercio justo, en Carrefour y en varios supermercados se venden estos productos y en Starbucks se puede tomar una taza de café “justo”. Las multinacionales y los supermercados intentan utilizar el comercio justo para limpiarse la imagen, cuando su práctica empresarial se basa, precisamente, en todo lo contrario.
Nosotros denunciamos y rechazamos estos métodos porque el comercio justo es otra cosa. El comercio justo implica unas relaciones de comercialización justas de origen a fin, del productor hasta el punto de venta pasando por cada uno de los actores de la cadena comercial. Unos criterios que deben de aplicarse tanto en el comercio internacional (café, cacao, azúcar…) como en el local. Nosotros defendemos un comercio justo vinculado a la soberanía alimentaria, donde prima lo local y el comercio internacional debe ser un complemento al primero. ¿Por qué importar miel, vino, aceite de “comercio justo” de un país del Sur si se produce en nuestro territorio? El comercio justo tiene que ser Norte-Sur, Norte-Norte y Sur-Sur.
Más de mil millones de personas pasan hambre en el mundo actualmente. ¿Qué sectores se ven afectados fundamentalmente?
Las mujeres, junto con los niños y niñas, son las más afectadas por el hambre, a pesar de ser las principales productoras de alimentos. En muchos países del Sur las leyes niegan a las mujeres el derecho a la tierra, y en aquellos donde legalmente tienen este derecho, las tradiciones y las prácticas se lo impiden. En Europa, muchas campesinas sufren una total inseguridad jurídica, ya que la mayoría de ellas trabajan en explotaciones familiares donde los derechos administrativos están en manos de los hombres.
Asimismo, las y los campesinos, paradójicamente, son también quienes más pasan hambre, al trabajar en grandes latifundios o explotaciones agroindustriales, en condiciones extremas, sin ser dueños de aquello que producen.
¿Hay hambre en los países del centro del Sistema? ¿Por qué?
Los países del Sur son los más afectados por la crisis alimentaria, pero no podemos dejar de señalar que aquí hay millones de personas que no tienen acceso a los alimentos. En Europa, por ejemplo, se calcula que unos cuarenta millones de personas pasan hambre, más de millón y medio en el Estado español. La crisis económica ha hecho que cada vez más familias tengan dificultades para llegar a final de mes y recurran a la búsqueda de comida en contenedores o entre los deshechos de los supermercados. Se trata, como informa Caritas, de nuevos pobres, personas que hasta hace poco tenían trabajo, pero que ahora se han quedado en el paro: desde obreros de la construcción, inmigrantes, madres solteras, pensionistas o también “trabajadores pobres”, los “working poor”, con empleos mal remunerados y con escasez de ingresos.
¿A qué podemos llamar agricultura biológica o ecológica? ¿Es eficiente este tipo de agricultura?
La agricultura convencional requiere de grandes cantidades de insumos químicos externos y acaba reportando grandes beneficios a la industria agroalimentaria, mientras que hay un empobrecimiento cada vez mayor del pequeño campesinado. La agroecología, en cambio, no utiliza fertilizantes ni fitosanitarios y busca la interacción entre todos los elementos que forman parte del campo, desde un enfoque económico, técnico, ambiental, social, cultural y ético.
Varios estudios demuestran como la producción campesina a pequeña escala puede tener un alto rendimiento a la vez que usa menos combustibles fósiles, especialmente si los alimentos son comercializados localmente o regionalmente. En consecuencia, invertir en la producción campesina familiar y agroecológica es la mejor garantía para acabar con la pobreza y el hambre, y más cuando tres cuartas partes de las personas más pobres del mundo son pequeños campesinos.
Los gobiernos deben apoyar la producción a pequeña escala y sostenible, no por una mistificación de lo “pequeño” o por formas ancestrales de producción, sino porque ésta permitirá regenerar los suelos, ahorrar combustibles, reducir el calentamiento global y ser soberanos en lo que respecta a nuestra alimentación.
Las propuestas hechas desde la agroecología y la Vía Campesina no suponen un retorno romántico al pasado, sino que buscan combinar las nuevas tecnologías y los nuevos saberes con las prácticas tradicionales.
Por lo tanto, ni la agroecología ni Vía Campesina están, por principio, en contra del uso de tecnologías adecuadas para el trabajo en el campo. Por lo demás, hablas de que la producción campesina a pequeña escala “puede tener” un alto rendimiento. ¿No lo tiene actualmente? ¿Por qué?
Los métodos de producción y distribución de alimentos sustentables y equitativos ya existen, sólo hace falta voluntad política para aplicarlos.
La transformación del actual modelo basado en la agroindustria permitiría garantizar el acceso universal a los alimentos. Así lo constatan los resultados de una exhaustiva consulta internacional que duró cuatro años e involucró a más de 400 científicos realizada por el IAASTD, donde participan, ni más ni menos que, el Banco Mundial en partenariado con la FAO, la UNDP, la UNESCO, representantes de gobiernos, instituciones privadas, científicas, sociales, etc.
Es interesante observar como, a pesar de que el informe tenía detrás a estas instituciones, concluía que la producción agroecológica proveía de ingresos alimentarios y monetarios a los más pobres, a la vez que generaba excedentes para el mercado, siendo mejor garante de la seguridad alimentaria que la producción transgénica.
En la misma línea, apunta un estudio de la Universidad de Michigan que concluye que las granjas agroecológicas son altamente productivas y capaces de garantizar la seguridad alimentaria en todo el planeta, contrariamente a la producción agrícola industrializada y el libre comercio. Está claro que la agricultura campesina puede alimentar al mundo.
¿Se ha superado la crisis alimentaria de estos últimos años? ¿Qué hizo que irrumpiera?
A pesar de que la crisis económica ha hecho que la especulación con las materias primas, una de las causas del auge de los precios de los alimentos, disminuyera, el número de personas que pasan hambre en el mundo no para de crecer.
Más allá de las causas coyunturales que han provocado la crisis alimentaria de 2007-08, ésta es una expresión más de la crisis estructural del sistema alimentario mundial, incapaz de satisfacer las necesidades alimentarias básicas de una parte significativa de la humanidad.
Las políticas neoliberales que se han venido aplicando de forma sistemática desde hace más de treinta años nos han conducido a esta situación: dejando a manos del libre mercado la seguridad alimentaria mundial, liberalizando el comercio y favoreciendo a la agroindustria, usurpando los recursos naturales a las comunidades, convirtiendo a países exportadores de alimentos en importadores netos, transformando los cultivos diversificados a pequeña escala en monocultivos para la exportación y alentando el monopolio en cada uno de los tramos de la cadena alimentaria. Mientras esto no cambie, el hambre en el mundo continuará.
Señálame cinco tareas que la ciudadanía pueda realizar en estos ámbitos y que puedan resultar políticamente interesantes.
Hay que avanzar hacia un consumo responsable y consumir en función de lo que realmente necesitamos, combatiendo un consumismo excesivo, antiecológico, innecesario, superfluo e injusto promovido por el mismo sistema capitalista.
Pero más allá de la acción individual, que tiene un valor demostrativo importante y que aporta coherencia a nuestra práctica cotidiana, es fundamental la acción política colectiva, rompiendo el mito de que nuestras acciones individuales por sí mismas generarán cambios estructurales.
En el ámbito del consumo, podemos participar en cooperativas y grupos de consumo agroecológico que establecen una relación y una comercialización directa con campesinos y productores locales con el objetivo de llevar a cabo un consumo ecológico y solidario.
Pero es fundamental que esta acción política trascienda el ámbito del consumo, ir más allá, y establecer alianzas entre distintos sectores sociales afectados por la globalización capitalista y actuar políticamente.
La acción político-social con el objetivo de conseguir cambios reales en las instituciones políticas y económicas es algo imprescindible: exigir una legislación que prohíba el cultivo y la comercialización de productos transgénicos, que ponga coto al monopolio de la gran distribución, que promueva la agricultura ecológica, que apoye al pequeño campesinado, etc.
Un cambio de paradigma en la producción, la distribución y el consumo de alimentos sólo será posible en un marco más amplio de transformación política, económica y social y para conseguirlo es fundamental la creación de espacios de resistencia, de transformación y de acción política colectiva.
La última pregunta. ¿Por qué hay que prohibir el cultivo y la comercialización de productos transgénicos? ¿De todos ellos?
Los Organismos Modificados Genéticamente tienen graves consecuencias en la agricultura, la salud humana, los derechos campesinos, el medio ambiente.
Los transgénicos contaminan genéticamente a otras especies tradicionales. Varios casos han sido detectados en el Estado español, demostrándose que la coexistencia es del todo imposible. La producción transgénica acaba con la agricultura convencional y ecológica dejando a la agricultura en manos de cuatro multinacionales que controlan el mercado de las semillas, de los productos químicos asociados y, a menudo, la producción. En otras palabras, la biotecnología y los Organismos Modificados Genéticamente profundizan aún más en la desposesión del campesinado sobre el proceso de producción.
Los transgénicos incrementan el uso de agroquímicos con la consiguiente contaminación medioambiental. Como las plantas son tolerantes a un determinado herbicida, se pueden utilizar altas dosis del mismo. Esto genera la aparición de hierbas resistentes, lo que implica la utilización de más productos químicos para combatirlas.
También hay que señalar el impacto de los Organismos Modificados Genéticamente en la salud de las personas. Se han detectado casos de alergias que hasta hace poco no existían causadas por la introducción de nuevas proteínas en los alimentos; aparecen nuevos tóxicos en la comida; resistencias a antibióticos; incremento de la contaminación en lo que comemos.
Los Organismos Modificados Genéticamente tendrían que estar prohibidos como ya sucede, total o parcialmente, en países como Irlanda, Francia, Austria, Grecia, Luxemburgo, Hungría, Italia, Polonia y Alemania, paradójicamente el Estado español es de los pioneros en su producción. Nosotros queremos un territorio libre de transgénicos.
Gracias Esther, gracias por tus documentadas respuestas.