“El feminismo tiene que tener un relato propio de la maternidad”

Meritxell Freixas | El Desconcierto

“Parece incompatible ser madre y ser feminista”, es la hipótesis que desgrana y desarma la periodista española Esther Vivas en su libro Mamá desobediente, editado en Chile por editorial Catalonia. El texto deconstruye la mirada que la sociedad, al alero del patriarcado, ha construido respecto a la maternidad, y rompe con tópicos, clichés y estereotipos. Porque, escribe Vivas, “una vez las mujeres hemos acabado con la maternidad como destino, toca poder elegir cómo queremos vivir esta experiencia”.

Escrito durante el embarazo y los primeros años de su primer hijo, el libro aborda temas tabúes para las mujeres, desde la infertilidad o el aborto involuntario (y voluntario), hasta el parto y la lactancia. “Quería mostrar la cara positiva y también las más dolorosas, por eso incluí las experiencias que para mí fueron muy duras y que nunca había contado”, comenta Vivas. Mamá Desobediente es un relato a partir de un exhaustivo trabajo documental, en el que las voces de muchas mujeres confluyen en la invitación que Esther Vivas lanza a los feminismos: reapropiarse de la maternidad y transformarla en una responsabilidad colectiva de hombres, mujeres y sociedades.

En menos de un año, el libro ya acumula cinco ediciones en castellano, otras cinco en catalán, y se ha desplegado por toda Latinoamérica: se puede leer en Argentina, Chile, Colombia y Uruguay. En otoño llegará también a Brasil y Bolivia. Un éxito que la autora “nunca hubiese imaginado”, pero que pone de manifiesto la necesidad de las madres (o futuras madres) de comenzar a ser parte de la agenda de los feminismos.

-¿Quiénes son las mamás desobedientes?

-Las maternidades desobedientes son un grito contra los modelos de maternidad impuestos a las mujeres. Las madres no solo tenemos que ser sacrificadas y abnegadas, además tenemos que ser supermadres, llegar a todo, aportar en el mercado laboral y tener un cuerpo perfecto. Estos modelos provocan culpa, malestar y son inasumibles. El sistema patriarcal promueve una maternidad encerrada en las casas, con todos los cuidados a cargo de las mujeres y beneficiando al sistema capitalista y al mercado laboral.

-Planteas que existe un binomio mujer-madre que incomoda mucho al feminismo y a la izquierda. De hecho, aseguras que la izquierda “tiene problemas graves con la maternidad, la crianza y la familia”. ¿Cómo explicas esto?

-En la medida que la maternidad ha sido secuestrada por el patriarcado y se ha convertido en patrimonio de los sectores más conservadores, se ha hecho incómoda para los feminismos y la izquierda. La maternidad ha sido históricamente impuesta a las mujeres. Cuando las feministas de la segunda ola, en los 60 y 70, se rebelaron contra esta imposición, se construyó un discurso antimaternal y antireproductivo porque la reacción de estas mujeres fue oponerse derechamente a la maternidad. En vez de abordar sus complejidades y contradicciones, se terminó atacando la experiencia materna. Pero hay que diferenciar entre la imposición de una maternidad reaccionaria de la experiencia libremente elegida que, con todas sus contradicciones, luces y sombras, es fundamental para muchas mujeres. La izquierda tiene que despercudirse de los complejos que tiene con la maternidad y no puede reducirla a la visión patriarcal. Esta es la que hay que erradicar porque es en clave conservadora y nos impide decidir sobre nuestros cuerpos y vincula los cuidados a un trabajo exclusivamente a cargo de las mujeres. El feminismo tiene que tener un relato propio de la maternidad en clave emancipadora, sino ¿quién hará ese relato?

-¿De ahí parte la voluntad de escribir este libro?

-Empecé a escribir porque, como mujer feminista y de izquierdas, cuando fui madre me sentí bastante huérfana de referentes. Parecía incompatible ser madre y feminista. Creo que esto está cambiando porque hay una nueva generación de mujeres feministas que crecieron en un contexto en el cual la maternidad va dejando de ser una imposición. Eso nos permite mirar la maternidad con menos prejuicios.

-Hablas de “falta de sororidad” dentro de los propios feminismos hacia la maternidad. ¿Qué propuesta se puede lanzar al movimiento para cambiar esa mirada?

-La maternidad tiene que ser una reivindicación feminista y de izquierdas planteada en clave de derechos. Reconciliarnos con el carácter biológico de la experiencia materna, sin idealizarla, pero reconociendo la importancia y el valor que tiene, que está negado e invisibilizado. Como feministas es igual de importante reivindicar el derecho al aborto que el derecho a ser madre y a tener las criaturas que tu quieras cuando quieras. Se trata de poder decidir sobre nuestros cuerpos y sobre nuestra sexualidad, reapropiarnos de la experiencia materna en clave de derechos: el derecho a decidir sobre mi embarazo, mi parto, mi lactancia.

-Haces referencia a los derechos de los bebés, siempre tan olvidados porque cuando se habla de la maternidad en clave de derechos, solo se habla de los derechos de las madres. Pero, ¿y los recién nacidos?

-Este es un tema muy invisibilizado dentro de los feminismos porque muestra el carácter más biológico de la maternidad, vinculado al momento del parto, posparto y lactancia. La biología es, precisamente, lo que ha utilizado el patriarcado para imponernos la maternidad como destino único. Cuando los feminismos se rebelan, se da la espalda a este carácter biológico porque reconocerlo es como reconocer la imposición patriarcal. Ciertamente, la maternidad es cultural, pero existe una parte biológica innegable que tiene mucho que ver con el vínculo madre-bebé durante el embarazo, parto, posparto y lactancia materna. Creo que no hay que caer en esencialismos o posturas idealizadoras, pero sí reconocer ese carácter biológico y el valor que tiene en estos procesos para la reproducción humana y social. Una maternidad feminista pasa por reconciliarse con ese carácter biológico.

-En tu libro mencionas otra de las bandera de lucha de los feminismos, el aborto. Pero hablas de reivindicarlo también desde otro lugar.

-Hablo de los abortos involuntarios y digo que el feminismo tiene que reivindicar el dolor de una pérdida gestacional y reconocer que existe porque creo que tiene muchos puntos en común con un aborto libremente elegido. Tanto si es voluntario como involuntario, se culpabiliza a la mujer por ese dolor y esa experiencia. Si tu decides abortar libremente y te sientes mal, lo primero que te van a decir es “te lo buscaste porque tú decidiste abortar”; si lo pierdes, el discurso será que trabajas demasiado y has forzado demasiado el cuerpo, pero que no te preocupes porque ya llegará otro. Se subestima la pérdida y el dolor en ambos casos y parece que reconocerlos nos colocara en posiciones conservadoras. Nada más lejos de la realidad porque forma parte de nuestra sexualidad.

-La crisis del coronavirus ha puesto sobre la mesa algunos temas que tocas en el libro como el teletrabajo o la necesidad de poner los cuidados al centro, algo que la economía feminista viene reivindicando hace tiempo. ¿Hay margen para instalar esas demandas?

-La pandemia ha puesto de manifiesto que el trabajo de cuidados que recae en las mujeres sostiene todo el trabajo económico productivo, pero soy escéptica en que se den cambios reales para cambiar el paradigma del período prepandemia. En estos meses, muchas mujeres han estado teletrabajando en sus hogares al mismo tiempo que han tenido que ocuparse las 24 horas del día de sus hijos. Eso ha significado un aumento de las desigualdades de género en las familias y a nivel laboral porque ellas han trabajado muchas más horas, fuera de horarios, cuando los hijos dormían, sintiendo que eran malas madres o malas profesionales, o han tenido que tomar reducciones de jornada y de salario. El teletrabajo que se ha instaurado en esta crisis no es una solución, es un problema, porque hace aún más difícil la conciliación. La apuesta por el teletrabajo que reivindico en el libro pasa por garantizar los derechos de las mujeres que trabajan.

-En el libro te muestras muy crítica con la poca visibilidad que se ha dado desde los feminismos a la violencia obstétrica.

-Totalmente. Yo apunto que es una de las últimas fronteras de la violencia de género porque socialmente la hemos normalizado. Se considera normal que te hagan una cesárea, una episiotomía o que te separen de tu criatura al nacer casi por rutina, de forma innecesaria. Después de parir casi tienes que dar las gracias por tener a tu bebé en brazos. Esto es violencia física y psíquica y tiene consecuencias muy negativas para la salud física y mental de las mujeres después del parto. Una mujer que ha vivido un parto traumático puede sufrir estrés postraumático a posteriori, que es el mismo estrés que sufre un víctima de agresión sexual.

-Hablas de la lactancia como una forma de soberanía alimentaria. ¿A qué te refieres?

-Habría que hablar de soberanía lactante porque dar teta es un acto de soberanía alimentaria desde el momento que permite la máxima autonomía de la madre en la alimentación de su bebé y permite al bebé el acceso al alimento más saludable desde un punto de vista médico, social y medioambiental.

-Sin embargo, para muchas mujeres amamantar se convierte en una rutina difícil de sobrellevar y que las hace sentir demasiado condicionadas por la rigidez de los horarios, el impacto en el propio cuerpo, o la dependencia de la guagua.

Ni el biberón ni la teta nos hará libres de nada. La generación de mi mamá, que parió en los 70, ocupaba mucho más la mamadera porque eso era lo recomendado entonces, pero esto no hizo que las mujeres vivieran una maternidad más libre, ni más compartida con sus parejas. La lactancia artificial implica un lucro para las empresas del sector como Danone o Nestlé. Detrás de la mamadera hay un negocio. No se trata de juzgar las decisiones que toma una madre en relación a la alimentación de sus bebés, porque todas las madres hacemos lo que podemos y, normalmente, en un contexto muy hostil. Pero detrás de la lactancia artificial hay unos intereses económicos concretos que hacen que se desinforme a las mamás y se establezcan vínculos peligrosos con profesionales de la salud para que recomienden esos productos. Hay que identificar esos intereses económicos. La lactancia artificial es útil cuando no hay lactancia materna posible, porque la madre no quiere o no puede dar teta. Pero no se puede decir a las madres que ambas opciones son lo mismo. Eso es falso y se ha repetido mucho. La teta es la mejor alternativa tanto para la madre como para el bebé.

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