Las madres en la mira de los tecnócratas

Dolores Curia | Página 12

Desde el momento en el que empieza a asomar la panza, el cuerpo de la embarazada es una superficie sobre la cual discutir, aconsejar y sentenciar. Del tren a la panadería, desconocidos se acercan a comentar y tocar. Apuestan a captar una patada. Piden permiso para acariciar porque “trae suerte”. El cuerpo, que hasta recién era de su dueña, en su condición de gestante, se vuelve un poco más comunitario. 

“Ya no sos vos sola”. Es un problema de soberanía. Fue ese el sustrato en lo más profundo de los debates por la legalización del aborto. Y, ahora, vuelve en un clima de restauración neoconservadora, con menos filtros que nunca a partir del triunfo de la ultraderecha en Argentina. Es entonces un buen momento para hacerle preguntas a Esther Vivas, autora de Mamá desobediente (editado en la Argentina por Ediciones Godot), que recoge muchas de estas tensiones. 

El planteo de esta periodista, socióloga y escritora catalana en su libro es un llamamiento a formas más gozosas de llevar adelante la crianza. No en clave de autoayuda -como si dependieran de las vibras mentales de la madre-. Muy lejos de eso, Vivas subraya de qué modos el Estado, por medio de políticas, y los espacios de pertenencia -de trabajo, de afecto- contribuyen a hacer de los cuidados una tarea disfrutable, en la medida en que se comprende que no deberían recaer permanentemente sobre la misma persona.

La maternidad, tal como la describe Vivas es un cuadrilátero. Espacio de disputa tironeado entre la figura del ángel del hogar de otras épocas -sin proyecto, deseos, ni cuarto propio- y el “nuevo mamismo” implantado desde los 80. Es decir, aspiraciones, fantasías de mamás máquinas neoliberales, que no son más que las sacrificadas de siempre pero con una vida profesional harta de éxitos, a puro mérito.

En su libro, Vivas va dando espacio a grandes tabúes, como la muerte gestacional, la infertilidad, la depresión post parto, la violencia obstétrica como una de las expresiones más crueles de la violencia de género. Vivencias sobre las que se habla y se escribe poco porque desbordan el portarretratos feliz.

“Necesitamos un feminismo que incorpore a la maternidad en sus agendas. Entendida como el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, a quedar embarazadas cuando deseamos, pero también a decidir sobre nuestro embarazo, parto y lactancia, derecho a poder criar y a tener una vida propia más allá de la crianza”. 

Los feminismos versus las madres

–Le dedica en tu libro un espacio importante a la relación, y los chispazos, entre los feminismos y la maternidad. La mirada de sospecha sobre una experiencia que para muchas mujeres ha sido opresiva y, según las condiciones, puede seguir siéndolo. ¿Cómo ve esas tensiones hoy?

–Nosotras somos herederas de un feminismo que rompió con el mandato de la maternidad y en ese rebelarse parte del feminismo terminó cayendo en un discurso antimaternal y anti reproductivo. Algo de eso todavía sigue allí. En estos momentos hay una nueva generación de mujeres que somos madres feministas nacidas en los 70, los 80 y los 90 que gracias a la lucha de nuestras antecesoras hemos podido decidir con otro grado de autonomíasi ser madres o no. Eso nos permite mirar al tema con menos prejuicio que otras generaciones. El reto está en diferenciar el mandato de ser madre, y de ser un determinado modelo de madre, de la experiencia libremente elegida. Darle visibilidad a sus luces y sus sombras, al valor social y económico que tiene, y señalar que es una responsabilidad colectiva. En estos momentos la ola que ha emergido en los últimos años empuja en esta dirección. 

–Visita Argentina en un momento en el que, por lo menos desde lo discursivo, se vuelve sobre discusiones que parecían cerradas. Si desde el poder ejecutivo se niega incluso la existencia de los feminicidios, parece que hubiera que disociarse de la realidad para dedicarle tiempo a pensar en el derecho de las madres a una vida gozosa…

–Los gobiernos ultraliberales y ultrareaccionarios son una amenaza para las madres y para la infancia. Refuerzan la supeditación de la maternidad al ordenamiento del mercado y nada más que el mercado. Pero eso también tiene un contexto más general. Más allá de Argentina. Vivimos en una sociedad que sigue considerando a la madre la principal responsable del futuro de sus criaturas. Y no se juzga del mismo modo a una madre que a un padre. 

–Todavía se escucha eso de “el papá que re ayuda”.

–Cargamos con una gran responsabilidad y una gran culpa, fruto de esta presión. Esto sucede en un contexto de que somos una sociedad hostil al cuidado en todas sus variantes. La maternidad es una experiencia ambivalente por definición. Pero también hay que decir que el goce nos ha sido usurpado. Maternamos en un contexto social, económico y laboral hostil a la vulnerabilidad y a la dependencia humana. No podemos gozar de la maternidad porque sistemáticamente nos vulneran nuestros derechos. ¿Cómo voy a gozar de mi parto si la violencia obstétrica es parte estructural de cómo se atiende y el nacimiento? ¿Cómo voy a gozar de la lactancia si tenemos unas licencias de maternidad que no permiten amamantar los seis meses que recomienda la OMS? ¿Cómo vas a gozar del postparto si estás sola?

–¿Escuchó hablar de Lilia Lemoine, la diputada electa de La Libertad Avanza, que propone un proyecto de ley para renunciar a la paternidad?

–Bastante, sí. Su mirada lo que pone en evidencia es que un sector de la población sigue reduciendo el cuidado a una responsabilidad de la mujer. Y se considera que el padre no tiene nada que ver. Y esto es la esencia del patriarcado. Maternar es una tarea no sólo de los progenitores implicados sino de la sociedad. Los discursos ultraliberales supeditan la vulnerabilidad humana al mercado laboral, y a aquello que dé algún beneficio económico. Incluso Javier Milei busca promover la gestación subrogada, que, a mi entender, es considerar que un bebé es una mercancía. Al final estos sectores ultraliberales y reaccionarios lo que hacen es mercantilizar el cuerpo de las mujeres.

–Incluso en algunos ámbitos pueden llegar a decir que “defienden a las madres”…

–Lo que defienden es una maternidad en la que estés completamente alienada de tu propio cuerpo, en la que no tienes derecho al aborto, donde tu identidad se reduce a ser madre pero sin poder opinar sobre esa experiencia. Hay sectores conservadores que “defienden a las madres” sólo en la medida en que éstas se adecuen a un modelo de familia muy específico. Una maternidad en la que no puedo decidir sobre mi cuerpo, en la que me tengo que quedar sola encerrada en casa, en la que no puedo tener otros intereses más allá de esa tarea. Seguiremos siempre disputándole a estos sectores este relato de la maternidad.

–¿Cómo fue la recepción de su libro en Latinoamérica?

–Este recorrido que viene haciendo el libro me ha permitido seguir ampliando la mirada de lo que significa ser madre. Y el hecho de constatar que a pesar de las diferencias hay una serie de elementos comunes que hoy atraviesan la maternidad en Occidente: la ejercemos en un sistema patriarcal, capitalista y productivista que determina la experiencia de las mujeres. La culpa, la violencia, las discriminaciones naturalizadas. Por supuesto que a esto se suma en cada caso condicionamientos de clase, raza, identidad de género, orientación sexual. A esas violencias y discriminaciones las vemos en forma de violencia obstétrica (que te induzcan el parto y ni siquiera te informen por qué), la discriminación laboral, etc.

Una experiencia ambivalente

“Escribí el libro Mamá desobediente cuando mi hijo tenía entre cero y tres años. Y hecho la semilla del libro se gestó durante mi embarazo, cuando por un lado como feminista me sentí huérfana de referentes y al mismo tiempo al empezar a leer sobre maternidad tomé conciencia sobre la violencia que viven tantas mujeres cada día a la hora de parir. Y me pregunté cómo podía ser que nunca nadie me hubiese hablado de esas violencias en los espacios feministas en los que yo estaba. Esa indignación dio lugar a mi libro. Evidentemente, hay una serie de contradicciones que te atraviesan como madre al tener un hijo porque la ambivalencia es la esencia de la maternidad, pero sí la maternidad y el hecho de politizar a lo largo de la escritura del libro me ayudó a poder transitar. Me sirvió para entender que la forma en la que vivimos la maternidad está condicionada por un contexto que no sólo no nos facilita la crianza, sino que nos violenta”, relata Vivas.

–¿Cuáles son hoy los tabúes más acallados? Es rarísimo escuchar decir a alguien por ejemplo que se arrepiente de haber tenido un hijo…

–El gran problema es que a las madres no se nos permite quejarnos de la experiencia materna. Tenemos que encajar en la maternidad color de rosa y si no lo hacemos, somos malas madres. Cuando la realidad de esa experiencia implica fracasar, no llegar a todo, no poder mas y quejarse. Tenemos que poder arrepentirnos también, estar hartas de nuestros hijos y decir “no puedo más”. Y eso no es incompatible con quererlos. La ambivalencia de la maternidad es eso: querer a tu hijo más que nada en el mundo pero también hay momentos en los que no puedes más con él. Hay muchos temas silenciados: la violencia obstétrica, la crisis de pareja tras la maternidad, el arrepentimiento, la depresión postparto. Dos de las más potentes son aquellas que rompen con lo que socialmente se espera de ti: la muerte gestacional y la infertilidad (vivimos en un contexto de precariedad vital que te puede obligar a posponer la maternidad hasta tal punto que cuando quieres, tienes dificultad para lograrlo). Y estos problemas de infertilidad afectan por igual a mujeres y a hombre, sólo que la infertilidad masculina no se nombra porque parece que pone en cuestión su masculinidad. La muerte gestacional es otro gran tabú porque también choca con lo que socialmente se espera de mujer embarazada: que tenga un hijo vivo, pero la realidad es que hasta el 20 por ciento de las mujeres pierden su criatura en algún momento del embarazo. Y ese dolor no suele ser socialmente reconocido. Y también es un tema pendiente de abordar ese dolor desde una perspectiva feminista porque parece que pone en cuestión nuestra reivindicación del derecho al aborto.

–También es poco frecuente escuchar hablar de su experiencia a las mujeres que abortan por decisión propia pero igualmente experimentan un malestar o incomodidad con eso. Para esos sentimientos contradictorios tampoco parece haber lugar.

–La muerte gestacional tiene muchos puntos en común con un aborto libremente elegido. Porque a menudo se culpabiliza a la mujer. Pero hay una gran diferencia: que en un caso esa mujer tenía como proyecto ser madre y en el otro no. El elemento que marca la diferencia ahí es el deseo. Porque en ninguno de los dos casos se permite el dolor. Si lo querías y lo perdés, la respuesta inmediata es “vamos, si no pasa nada. En dos minutos vas a volver a quedar embarazada”. Y mucho menos se le permite algún dolor a quien elige abortar. A las mujeres que pierden un embarazo o incluso un hijo a menudo también se la culpabiliza: ¿qué habrá hecho o dejado de hacer para que suceda algo así? Hay muchos más puntos en común entre la muerte gestacional y el aborto de los que realmente se nombran. Y son situaciones que deberíamos empezar a visibilizar. Porque ambos forman parte de la vida de muchas de nosotras.

–Imagino que esa costumbre, algo antigua, de no contar que estás embarazada hasta las doce semanas puede venir un poco de ahí también: de cierta vergüenza por la pérdida…

–Sí. Eso forma parte del tabú de la muerte gestacional. Como socialmente no se acompaña, reconoce ni se acoge a la muerte gestacional, las mujeres tenemos que esconder nuestro embarazo esos primeros tres meses hasta que haya menos posibilidades de perderlo. Y el silencio y la soledad pueden generar más dolor. Y nada de esto entra en contradicción ni por un segundo de la defensa del derecho al aborto. Es justamente al revés. El derecho al aborto es lo que te posibilita todo lo demás. Es lo que te posibilita un punto de partida que sea una maternidad elegida y no impuesta.

Madres hiper monitoreadas

Las redes sociales, pero también los libros de divulgación, la industria del juguete, voces más y menos científicas, son hervideros de información e imágenes de quienes reivindican partos humanizados y crianzas “naturales”. Es una concepción del cuidado que se podría sintetizar en lo que se llama crianza con apego, un boom de los últimos 10 años que parece dominar el discurso sobre el tema, en muchos países, incluida la Argentina, por lo menos en el universo de consumos de las clases medias y altas.

El apego se asocia con prácticas como la lactancia a demanda, el porteo (cargar al bebé en un fular en vez de usar el cochecito), el colecho. Desde la denuncia de los daños de una alimentación basada en productos ultraprocesados, hasta el regreso de los pañales de tela por motivos ambientales.

Este modo de concebir la maternidad, a veces devota, otras veces naturista y otras, simplemente reactiva a las formas autoritarias que la precedieron, se plasma hoy en bienes y servicios: wawitas, cunas para colecho, grupos para que las madres intercambien conocimientos de este tipo. Toda una industria con profesionales, productos, influencers que dan consejería de crianza. La proliferación de discursos que en algunos casos hasta son contradictorios entre sí da como resultado una maternidad ultra monitoreada

–Hay quienes ven en las ‘tendencias’ de la crianza con apego un giro neoconservador, quizás involuntario, disfrazado de una idea de retorno a lo natural. ¿Qué opina de este tema?

–Cuando defendemos la lactancia materna, cuando defendemos acompañar a nuestra criatura y responder a sus necesidades no podemos caer en un nuevo mandato. Sin duda. Cuando hablamos de la experiencia materna hay que tener muy en cuenta que viene atravesada por cuestiones de género, sino también otro tipo de desigualdades, de clase, de etnia, identidad de género, orientación sexual. A la hora de maternar hay mujeres que enfrentan mucha más violencia y discriminacion que otras. De aquí que cuando defendemos un parto respetado, una lactancia materna satisfactoria, lo tenemos que hacer desde una perspectiva del derecho: cualquier mujer tendría que poder parir de manera respetada y a poder amamantar a su bebé si así lo desea. Pero es importante que podamos reivindicar estas experiencias sin idealizarlas. No se trata de esencializar la experiencia materna, el parto, el puerperio, sino reivindicar que todas tendríamos que tener derecho a transitarlo en función de nuestros deseos. 

–¿Es decir que no son prácticas conservadoras en sí y que el punto es que  si querés llevarlas adelante debería no depender de tu clase social sino de tus deseos?

–Claro. Todas las instancias de salud recomiendan como mínimo seis meses de lactancia. Es lo mejor para el bebé. ¿Cómo vas a hacerlo si la licencia de maternidad en Argentina es de tres meses? Si no enmarcamos estos temas en su contexto social y económico puede incluso generar más culpa y malestar a las mujeres. Creo que no se trata de poner en cuestión la lactancia materna, si es tu deseo, sino de poner en cuestión el contexto que la hace posible sólo para algunas. Cada una hace lo que puede en las circunstancias que le han tocado. La maternidad necesita menos juicio y más solidaridad.

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