La maternidad desde la mirada feminista

Virginia Giacosa | La Capital

Ni abnegadas. Ni ángeles del hogar. Ni superwoman. Ni multitasking. Madre no hay una sola y maternidades hay tantas y tan diversas que no podrían caber en un único molde idéntico. De hacer de la experiencia materna algo más vivible y satisfactorio, es de lo que nos habla la periodista y socióloga catalana Esther Vivas en Mamá desobediente. Una mirada feminista de la maternidad. Su discurso va a contrapelo de todo lo que por años y años impuso la historia: un rol materno reducido a dos modelos que encajan perfecto en el sistema y que se espera que las mujeres reproduzcan al pie de la letra.

El libro —que llegó a la Argentina a través de Godot y ya va por su segunda edición en el país— aborda cómo la maternidad quedó a lo largo de la historia prisionera de los discursos estereotipados. En este jugoso ensayo —que no escatima la voz personal de la autora como activista y madre—Vivas pone el dedo en la llaga al tratar una disputa o, al menos, una incomodidad dentro del feminismo: la maternidad. Y a la luz de estos tiempos la autora llama a sacarlo del ámbito del hogar para devolverle el carácter político que nunca debería haber perdido.

Aunque la maternidad ya no es el único destino posible para las mujeres, todavía en la actualidad los temas que la bordean (derechos sexuales y reproductivos, embarazo, puerperio, parto, lactancia, infertilidad y crianza) siguen condenados a la vida doméstica.

Derribar el confinamiento de las cuatro paredes y colectivizar la experiencia individual para hacerla compartida es la tesis de la autora, que incita a leer la maternidad con lentes feministas sin perder de vista el contexto: capitalista, de sociedades desiguales, cada vez más hostiles al cuidado y con condicionantes socioeconómicos que afectan mucho más a las mujeres. “Considero fundamental que desde el feminismo tengamos un relato propio de la maternidad que no pase por negarla ni tampoco por idealizarla, sino que la reclame en clave de derechos, autonomía y reconciliación con nuestro cuerpo”, dice Vivas, apasionada, en diálogo con Cultura y Libros.

Apoyado en citas bibliográficas, pero con un tono reivindicativo que se acerca al manifiesto y con pinceladas de la escritura del yo que aparecen en forma de crónicas personales, Vivas enlaza la historia y construcción cultural de la maternidad con las luchas de género. Desde las sufragistas (pioneras por la defensa de los derechos de las mujeres) hasta el activismo en favor de la lactancia o en defensa del parto respetado, la autora traza una línea que problematiza y pone en crisis las licencias por maternidad y paternidad, la subrogación de vientres, la violencia obstétrica, el sistema médico, el mercado laboral y el negocio detrás de la leche de fórmula.

El libro cobra una relevancia mayor leído en estos tiempos de Covid-19, teletrabajo, crianza full time y malabarismos varios. En medio de una pandemia global que hackeó todo un sistema de cuidados, la “mamá desobediente” de la que habla Vivas resiste en un campo de batalla patriarcal y capitalista que exprime cada vez más el cuerpo de las mujeres para hacerlo productivo. En ese terreno minado de culpa, por su rendimiento como madres y como trabajadoras, la escritura de Vivas interpela para liberar. Y para que la experiencia de la maternidad, más que un nudo en solitario, se vuelva una trama colectiva que empodere.

—Para el feminismo, las madres solemos ser las malas feministas. Para el discurso esencialista de la maternidad, somos las malas madres. ¿Qué cosas cambiaron en la actualidad con los nuevos feminismos?

—Hoy en día existe una nueva generación de feministas que hemos crecido en un contexto donde la maternidad es, en buena medida, una elección, y esto nos permite mirar al hecho de ser madres con menos prejuicios que nuestras antecesoras y reivindicar el poder vivir esta experiencia al margen de los límites y los ideales que nos impone el sistema patriarcal y capitalista. No se trata de tener una idea esencialista de la maternidad, ya que cada mujer la vivirá de una manera distinta, sino de darle el valor que le ha sido negado, y reconocer que esta es responsabilidad de todos.

Hay dos estereotipos en los que solemos quedar atrapadas: ser la madre perfecta o ser la mala madre.

—¿Sentís que tu escrito navega un poco en medio de esas dos aguas? ¿Qué es ser una mamá desobediente?

—Mi libro, Mamá desobediente, es un grito para rebelarnos contra los ideales inasumibles de maternidad establecidos. Las madres en la actualidad no solo tenemos que ser la madre abnegada de toda la vida sino que también tenemos que ser la supermamá, esa que llega a todo, que está siempre disponible para el empleo y que tiene un cuerpo perfecto. Se trata de unos ideales generadores de culpa y malestar que es urgente desenmascarar para, precisamente, poder tener una experiencia materna satisfactoria. Hay que sacar la maternidad real del armario, mostrar sus luces y sombras, contarla en primera persona y afirmar que, como madres, tenemos derecho a quejarnos y a equivocarnos.

—¿La madre ángel y la superwoman con un anzuelo distinto nos hacen caer en la misma trampa?

—La maternidad tiene un carácter biológico, lo vemos en el embarazo, el parto y la lactancia, pero tiene también un carácter cultural, la manera de maternar viene muy determinada por nuestra cultura. Sin embargo, que la maternidad sea biocultural no quita que deba ser elegida y que las madres, más allá de ser madres, seamos muchas otras cosas y tengamos otros intereses. Creo asimismo que hay que acabar con ideales tóxicos de maternidad, ya sea el de madre superwoman o el de madre abnegada. Ni la una ni la otra nos representan.

—Solemos ser las madres las primeras críticas de las demás madres: ¿cómo influyen los mandatos o prejuicios a la hora de comprender que no todas atravesamos la maternidad de la misma manera?

—Las críticas que puede recibir una mujer que da la mamadera no son tan distintas a las que puede recibir otra que da el pecho. A las madres siempre se nos juzga, hagamos lo que hagamos, porque vivimos en una sociedad patriarcal que no nos considera sujetos con capacidad de decisión. De aquí que la sororidad sea imprescindible. Nuestras decisiones están condicionadas por el contexto en el que nos encontramos, nuestra posición de clase, la mochila personal que cargamos, y no somos nadie para juzgar las decisiones de otra. El apoyo entre madres, el crear red, es fundamental.

—No estás de acuerdo con la maternidad subrogada, ¿por qué?

—La gestación subrogada busca apropiarse de la capacidad de gestación de las mujeres, convirtiendo el útero y el embarazo en objeto de negocio. No es una técnica reproductiva más, sino un proceso biológico mercantilizado por el sistema capitalista. Los contratos firmados, de carácter irreversible, obligan a las madres gestantes a renunciar a su cuerpo a lo largo de los nueve meses de embarazo. Y el bebé, tras el parto, es alejado de su madre gestante, lo que puede infligirle un trauma y una pérdida enormes, como afirman desde la psiquiatría perinatal. Querer ser madre o padre es comprensible, pero no se pueden anteponer deseos individuales a derechos colectivos y de terceros. Pueden justificar prácticas constitutivas de violencia obstétrica, una forma más de violencia de género.

—El sistema de cuidado, que era y es central en la agenda del feminismo, quedó al descubierto con la pandemia provocada por el Covid-19. ¿Cuál es el rol del Estado y del mercado?

—La crisis sanitaria por coronavirus ha visibilizado el ingente trabajo de cuidados que recae en las mujeres. Con escuelas cerradas y sin abuelos u otras personas con quienes poder dejar las criaturas, las madres han asumido una vez más esta responsabilidad. Tanto el Estado como el mercado se han lavado las manos y han mirado hacia otro lado, considerando que ya habrá alguien que cuide de niñas y niños. Y este alguien, como siempre, hemos sido las mujeres. Una situación que no es nueva. De hecho, el sistema productivo funciona porque hay mujeres que cuidan, que hacen las tareas del hogar, que llevan la carga mental del cuidado. Sin ellas el sistema productivo no se sostendría.

—Llamás a una maternidad que no sea solitaria, que sea en red, en tribu, casi como cuando nos criaban las madres, pero también las tías y las abuelas. ¿Cómo es posible eso en este tiempo? ¿Podemos pensarlo en medio de la pandemia que justamente nos demostró cuánto dependemos de los demás?

—A pesar del auge de los expertos, buscar consejo y ser escuchada por otras madres continúa siendo, en pleno siglo XXI, algo tan importante como lo era antaño. Internet y las redes sociales han sido un terreno fértil para tejer solidaridades en una sociedad individualista donde cada vez nos encontramos más aisladas y con menos marcos comunitarios. La cuarentena lo ha puesto aún más de manifiesto. En este contexto, donde era imposible encontrarse con otras mujeres, las redes han sido un terreno fértil para la sororidad. Lo hemos visto en la organización de múltiples actividades en Facebook, Instagram o Youtube. Y esto es algo que ha venido para quedarse.

—Hablás de la violencia obstétrica y de la necesidad de un parto respetado. La escena de parir se complejiza más si la pensamos en un contexto de pandemia donde la idea de “cuidado” está exacerbada al punto tal que se cruza con la del “control”.

—La emergencia sanitaria por coronavirus e incluso dar positivo por Covid-19 no es motivo para que te induzcan el parto, dar a luz sin acompañante, que te separen de tu bebé nada más nacer o que te impidan darle el pecho. Sin embargo, son varias las mujeres que en esta situación de pandemia han relatado experiencias de parto donde estos derechos han sido vulnerados. Ni el estado de alarma ni la pandemia por coronavirus pueden justificar prácticas constitutivas de violencia obstétrica, una forma más de violencia de género.

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