Esther Vivas | Público
Hablar de la teta es a menudo motivo de conflicto. Si las das, si no la das, si tienes leche, si dicen que no tienes. Tras el parto y una vez llegada la hora de la lactancia, la nueva mamá, sin muy bien saber cómo, se encuentra rodeada de un sinfín de expertos: que si la mamá de la mamá, que si la suegra, que si el cuñado, que si la amiga o el amigo. Todo el mundo sabe lo que es mejor para ella y el bebé. Y es aquí donde tenemos que plantarnos. Al fin y al cabo se trata de nosotras y de nuestro cuerpo. Aunque, a menudo, no es tan fácil en esos momentos.
Si bien hasta hace no tantos años, allá en la década de los 70 y 80, se impuso la “doctrina del biberón” y los pediatras lo recomendaban activamente diciendo que era “lo mejor”; en la actualidad, y por fortuna, las cosas han cambiado bastante. En las maternidades y hospitales se promueve la lactancia materna pero a veces, y como señalan varias mujeres, se echa en falta una mayor preparación y sensibilidad del equipo sanitario, a la vez que el acompañamiento deja mucho que desear. Todo esto explicaría porque en el Estado español a los seis meses de edad solo el 28% de los bebés continúa tomando la teta en exclusiva, según datos del Instituto Nacional de Estadística, tal y como recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Algunas mamás que no quieren o tienen dificultades para dar de mamar, señalan que “hoy la teta es una imposición”. Personalmente, considero que nada más lejos de la realidad. Muchas mujeres que quieren dar el pecho encuentran serias dificultades para acceder a asesoramiento y apoyo cuando enfrentan las primeras dificultades, a la vez que existen muchos prejuicios que conducen a su abandono. Otras dirán que se las mira mal si sacan de sus bolsos un “bibe”. Si es así, he aquí un problema. Cada mujer ha de tener la opción de escoger. Y su opción, guste o no, debe ser respetada. Las decisiones personales tienen motivos diversos, nuestra mochila vital es única, y no somos nadie para juzgar la vida de los otros. La defensa de la lactancia materna no debe implicar un cuestionamiento de las mujeres que optaron por la lactancia artificial o que no tuvieron más opción que recurrir a ella. El respeto para todas las opciones es primordial.
No es lo mismo
Yo opté por dar la teta. La leche artificial es “un gran invento”, permite alimentar a los bebés cuando no hay lactancia materna posible o deseada. El problema, a mi entender, reside en la medida en que se equipara una leche con la otra, como ha sucedido a lo largo del siglo XX. Y eso cuando no nos han dicho que la de fórmula era incluso mejor que la de las madres. Tras el biberón, se esconde un gran negocio, el de las multinacionales del sector que no han dudado en utilizar al personal médico, el marketing y la publicidad para aumentar su tasa de beneficio, vendiéndonos como incuestionables las bondades de la lactancia artificial. Un negocio con impactos dramáticos en los países del Sur, donde su extensión de la mano de compañías farmacéuticas y distribuidoras, según la propia Organización Mundial de la Salud, ha contribuido al aumento de la mortalidad infantil, pero también con consecuencias aquí. Sin embargo, a pesar de lo que digan, la leche de formula y la materna ni de lejos son lo mismo.
La leche artificial aún y ser químicamente similar a la materna no contiene las propiedades inmunitarias de esta última. Se trata sólo de un alimento, como indica UNICEF, mientras que la leche materna “es un complejo fluido nutricional vivo que contiene anticuerpos, enzimas, ácidos grasos de cadena larga y hormonas, muchos de los cuales simplemente no pueden incorporarse en la fórmula”, por más que las compañías lo intenten, en aras del negocio. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO por sus siglas en inglés, apunta en la misma dirección: “Aunque las fórmulas infantiles pueden ser la mejor alternativa para la leche humana, no son lo mismo. Incluyen los nutrientes conocidos que el niño necesita, pero quizá no tiene los nutrientes que aún no han sido identificados; en este caso, no es posible saber qué le falta al niño que recibe biberón. En efecto, en algunos aspectos las fórmulas infantiles son tan distintas de la leche humana, que pueden ser no aptas y peor aún, peligrosas. Las leches manufacturadas no tienen las propiedades anti-infecciosas ni las células vivas que se encuentran en la leche humana”. Y concluye con un elemento que no es menor y es que “los productos manufacturados -además- son muy costosos”.
La leche materna, como indica Paola Negri, autora de ‘Todas las madres tienen leche’, es el único alimento completamente adecuado para el bebé: “Cuando hablamos de leche materna nos referimos a un tejido biológico no estructurado, similar a la sangre del cordón umbilical, algo muy diferente de un simple alimento. En este sentido, el seno materno juega un papel similar al de la placenta, porque es el órgano a través del cual el niño comunica al cuerpo materno aquello que necesita y lo recibe, ya sea comida, bebida, anticuerpos, hormonas, factores de crecimiento o inmunomoduladores”. Algo imposible de imitar por la industria. Además, hay que tener en cuenta que en los primeros meses de vida el intestino de la criatura solo está preparado para absorber correctamente leche materna, no otros productos ni siquiera la fórmula. De aquí, que ésta solo debería suministrarse cuando no queda otra opción, ya sea por necesidad o voluntad materna.
Otros inconvenientes de la leche artificial es que siempre tiene el mismo sabor y composición, mientras que la de la mujer incorpora los sabores de aquello que ella come, habituando al bebé a la dieta familiar. La leche materna cambia a lo largo del período de lactancia (del calostro inicial pasando por la leche de transición hasta la leche madura), en el transcurso de la jornada (con diferencias entre el día y la noche) y en una misma toma (con más o menos lactosa, azúcar, proteínas, vitaminas, minerales, agua y grasa), adecuándose a las necesidades del bebé (hambre, sueño, enfermedad, sed). Imposible encontrar un sustituto igual.
La leche artificial es además cara e incómoda, se tiene que comprar, preparar y administrar en un determinado tiempo, a la vez que para suministrarla hay que contar con varios accesorios, como biberones y tetinas, instrumentos que se tienen que adquirir, de fácil contaminación bacteriana y, hasta hace poco y aún algunos actualmente, elaborados con sustancias químicas como el Bisfenol A (BPA) y los ftalatos, con el consiguiente daño en la salud infantil. Además, se pueden dar errores en la preparación, produciendo una leche o bien demasiado diluida o excesivamente concentrada.
Y, ¿qué opinan los expertos?
Pero, ¿cuál es la opinión de los máximos expertos en la materia? Y no me refiero a catedráticos, doctores ni personal sanitario, sino aquellos que la consumen diariamente: los bebés. La realidad es que casi nadie pregunta a los más pequeños. A pesar de la gran cantidad de investigaciones científicas acerca de la lactancia materna, no hay prácticamente ninguna, como señala la médica Ibone Olza en su libro ‘Lactivista’, que recoja la opinión de los lactantes.
Uno de los pocos que aborda dicha cuestión es el estudio sobre lactancia prolongada, a cargo de la investigadora Karleen Gribble que realizó en 2007 con 114 niños de Australia. ¿Cuáles eran sus conclusiones? Las criaturas afirmaban que les gustaba o les encantaba la leche materna y se sentían contentas, satisfechas, acogidas, amadas o felices cuando mamaban. Asimismo, consideraban que su sabor era “tan bueno como el chocolate”, “mejor que el helado” o bien como las fresas, el azúcar, los polos, las naranjas o los plátanos. A todos, les encantaba la teta.
Sin embargo, ¿por qué no se pregunta más a las criaturas? Las causas las tenemos que buscar en la sociedad adultocéntrica en la que vivimos, que desdeña con frecuencia los intereses y las preferencias de las más pequeños, que a pesar de no poder expresar siempre verbalmente sus predilecciones, esto no quiere decir que no las tengan. Así el patriarcado se conjuga con otros sistemas de dominación hegemónicos, imponiendo una determinada visión única del mundo.
Salvar vidas
Sin querer ser alarmista, creo importante señalar los impactos de sustituir sin más la teta por el biberón. Hay veces que no hay otra elección, o que “el bibe” es la opción deseada. Pero, cuando la industria de la leche de fórmula apuesta por equiparar un modelo de lactancia con el otro, en busca del máximo beneficio empresarial, los efectos negativos para los bebés no se pueden obviar.
¿Qué riesgos afectan a un lactante que no es amamantado o que abandona la lactancia materna antes de tiempo? La Asociación Española de Pediatría enumera las siguientes contingencias: a corto plazo, el primer año de vida, hay más posibilidades de sufrir procesos infecciosos gastrointestinales, respiratorios y urinarios, aumentando, si estas infecciones son graves, hasta diez veces la probabilidad de hospitalización. También señala un mayor riesgo de mortalidad postneonatal y muerte súbita. A largo plazo, la alimentación con leche de fórmula aumenta el riesgo de padecer dermatitis atópica, alergia y asma en criaturas con antecedentes familiares, aumenta las posibilidades de padecer celiaquísmo, enfermedad inflamatoria intestinal, diabetes mellitus, esclerosis múltiple y cáncer en la edad adulta, en el caso de las niñas cáncer de mama.
Además, nos han insistido tanto en que el pequeño cuando más “rellenito” mejor, que esto ha conducido en algunas ocasiones a una sobrealimentación a través del “bibe”. Se deja de confiar en la capacidad del bebé para autoregularse, para confiar en cantidades anunciadas en etiquetas, en medidores que acaban teniendo a veces una capacidad mayor de la que indican o se llena el vaso presionando para que quepa la máxima cantidad, pensando que es lo mejor para la criatura. Hay varios estudios que así lo indican. Un informe del Instituto Nacional de Investigación para los Alimentos en Italia señalaba que los bebés, de 0 a 4 meses, alimentados exclusivamente con leche de fórmula podían estar ingiriendo una cantidad superior, de hasta el 24% más, de las calorías necesarias y recomendadas. Lo que puede fomentar la obesidad en niños y adultos. Otras investigaciones, como la realizada por un equipo estadounidense y publicada en The Journal of Pediatrics, apuntaban a que los bebés alimentados con biberón más allá de los 12 meses tenían hasta un 30% más de posibilidades de padecer obesidad infantil.
Otro tema polémico es la presencia de transgénicos en la leche de fórmula. En 2011, el grupo de presión de los principales fabricantes y comercializadores de leche de fórmula en Australia y Nueva Zelanda, el Infant Nutrition Council, que incluye compañías como Nestlé, Nutricia (que pertenece al grupo Danone, con marcas como Almirón, Nidina, Nan y Milupa), Heinz y Fonterra, reconocieron que era imposible producir una leche artificial sin transgénicos y que la demanda de una leche de fórmula libre de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) era “inviable y poco realista”. Unas declaraciones que se produjeron después de que Greenpeace denunciará la presencia de OGM en varios de sus productos. La pregunta está servida: con el biberón, ¿sabemos realmente qué les damos a nuestros hijos?
Dar la teta asimismo salva vidas. Lo dice la Organización Mundial de la Salud: “Si se empezase a amamantar a cada niño en la primera hora tras su nacimiento, dándole solo leche materna durante los primeros seis meses de vida y siguiendo dándole el pecho hasta los dos años, cada año se salvarían unas 800.000 vidas infantiles”. Otras organizaciones como UNICEF apuntan a que dicha práctica permitiría la supervivencia de hasta 1,5 millones de criaturas, y un mejor desarrollo para muchas otras. De aquí, que la OMS solo recomiende la toma de leche artificial como cuarta opción, por detrás en primer lugar de la leche materna succionada directamente del seno de la madre, en segundo lugar la leche de la mamá extraída y suministrada al bebé y en tercer puesto la leche de otra mujer. Si todas estas opciones no prosperan, únicamente entonces la OMS apuesta por la lactancia artificial. Un dato que a menudo se obvia.
Lactancia feminista y anticapitalista
Sin embargo la lactancia materna no solo es buena para los bebés, aunque a menudo no se explicite tanto, las mujeres también salen ganando. Lo cuenta la Asociación Española de Pediatría al señalar que dar de mamar reduce el riesgo de sufrir hemorragia postparto, fractura espinal y de cadera postmenopáusica, padecer cáncer de ovario o de útero, artritis reumatoide, enfermedad cardiovascular e hipertensión. Además, gracias a la liberación de oxitocina, conocida también como “la hormona del amor”, dar la teta produce agradables sensaciones que protegen de la depresión postparto, el estrés y la ansiedad, favoreciendo el vínculo materno-filial.
Un sinfín de beneficios que han llevado a la filósofa Ester Massó a reivindicar la lactancia materna como “reclamo y objetivo feminista”, al beneficiar a las mujeres en particular y a las culturas en general. Para Massó, la perspectiva feminista va más allá de lo que gana la mujer desde un punto de vista estrictamente orgánico, como apunta en su diálogo con la activista Maria Llopis, y que es reproducido en el libro de esta última ‘Maternidades subversivas’: “Aparte de los argumentos fisiológicos, veo feminismo también en la reapropiación del propio cuerpo y sus funcionalidades, sus virtualidades”. Por contra, apunta al patriarcado como responsable de vincular, desde mediados del siglo XX, la teta con “las ataduras femeninas”, la esfera doméstica y “una concepción naturalizante y meramente reproductiva de la mujer”.
Aparte de feminista, Massó define la teta como “anticapitalista”, en la medida en que se encuentra al margen del mercado: “Dar la teta es gratis, y por tanto un pecado capitalista que sitúa esta dinámica fuera de la esfera mercantil (y) monetarizada. Además, por ende, amamantar requiere tiempo de cuidado exclusivo (durante el cual la mujer no es productiva monetariamente de forma directa, visible) y ausencia de estrés, elementos todos ellos cuasi imposibles en la sociedad posindustrial y capitalista”. Massó defiende asimismo el carácter subversivo de amamantar: “La lactancia materna se plantea así como ejemplo de práctica revolucionaria de las relaciones sociales que se enfrentan a la lógica del capital, de la institucionalización de la educación y los afectos, de la división rígida entre lo público y lo privado-doméstico”.
La médico Ibone Olza, en su libro ‘Lactivista’, coincide en el análisis al afirmar que es el capitalismo quien sale ganando con las lactancias que terminan abruptamente. Así, considera que con el abandono prematuro de la lactancia materna son las empresas privadas las que sacan jugosos beneficios ya que se multiplica la demanda de leche artificial, de antibióticos y medicamentos “para muchas enfermedades cuyo riesgo aumenta con la lactancia artificial”.
Venimos de muy atrás
Alguien dirá que exageramos, que actualmente dar la teta es lo que se promueve en hospitales, centros médicos, etc. En realidad, y a pesar de los importantes avances en la difusión de la lactancia materna, son muchas las mujeres que se quejan de las dificultades con las que se encuentran al necesitar ayuda, apoyo o asesoramiento, desde recién paridas hasta ya pasados los primeros meses. Al escribir sobre lactancia, he recibido varios comentarios y mensajes en esta dirección: desde mujeres que expresan lo difícil que es iniciar la lactancia tras un parto altamente medicalizado, otras que se han encontrado con enfermeras que instan a dar el biberón “o sino la criatura perderá peso”, algunas que hablan de pediatras que enseguida recetan leche de fórmula como suplemento o aquellas que un día visitaron el médico porque estaban resfriadas y éste les dijo que aprovecharan para dejar de dar la teta. Lo que no quita que haya profesionales que apoyen activamente la lactancia materna.
Venimos de muy atrás. El discurso único sobre las bondades del biberón que se empezó a generalizar a partir de los años 30 y llegó a su máximo apogeo, en función del país, entre la década de los 60 y 80, con la introducción de la leche artificial cada vez a edades más tempranas, convirtió en casi residual la lactancia materna. En Estados Unidos, por ejemplo, en la década de los 70 solo el 25% de los bebés de una semana tomaban el pecho y únicamente el 14% de los que tenían entre dos y tres meses. En el Estado español, en el mismo período, en los 70, las madres que amamantaban más allá de los seis meses representaban un pobre 14% del total, y diez años más tarde, en los 80, la cifra solamente había remontado hasta el 19%.
Los cambios sociales en este período contribuyeron también, según los expertos, al abandono de la lactancia materna: el paso de una estructura familiar amplia, con presencia de mujeres de otras generaciones que podían apoyar en la práctica lactante, a una familia nuclear; la extensión del parto medicalizado, la falta de intimidad en habitaciones compartidas y la separación temprana de madre y bebé; y la incorporación progresiva de las mujeres al mundo laboral y la difícil conciliación con la crianza. El pediatra Carlos González lo deja así de claro en su libro ‘Comer, amar, mamar’: “Hace unos años, en España, dar el pecho todavía a los tres meses era raro, y darlo sin ayudas de biberón casi heroico”.
La dinámica empezó poco a poco a revertirse en algunos países industrializados, como Estados Unidos, a partir de la década de los 70 y en otros, como en el Estado español, en los 80. Pero, este incremento se limitaba a las mujeres que daban de mamar a bebés de menos de seis meses y a menudo con leche de fórmula como alimento complementario. Según algunos estudios, la mala imagen de la industria de la leche artificial y sus agresivas campañas para imponerse en los países del Sur podrían haber sido el motivo de dicha contra tendencia, aunque las mismas fuentes aseguran la dificultad por identificar estas causas. Otras investigaciones apuntan a la publicación de informes sobre los beneficios de la lactancia materna, su promoción pública, la divulgación por parte del personal sanitario y la ampliación del permiso de maternidad como otros factores.
Aun así, y según indica la OMS, en la actualidad y a nivel mundial solo un 36% de los lactantes menores de seis meses toman leche materna como alimentación exclusiva. En el Estado español, la cifra es incluso inferior: tan solo un 28% de los bebés toma únicamente el pecho hasta los seis meses, como aconseja la OMS. A pesar de estar en “remontada”, el daño ya está hecho.
La ‘receta’ del biberón
La generalización del biberón, incluyendo tomas pautadas y horarios fijos, fue acompañada a lo largo de los años 70 y 80, por una “receta” más amplia que comprendía que los bebés tenían que dormir solos, dejarlos llorar hasta que se cansaran, darles el chupete y cogerlos poco en brazos para que no se malacostumbraran. Obviamente, no todos aquellos que dieron el biberón optaron por este “programa”, pero sí que se trataba del “manual de instrucciones” de la época, aplicado a menudo también a aquellos bebés que tomaban la teta.
Una “receta” aliñada con una buena dosis de mitos acerca de la lactancia materna. Algunos de los cuales aún perduran hoy: que si “los pechos pequeños no tienen leche”, que si “tengo los pezones invertidos no será posible la lactancia”, que si “mi leche es acuosa y no alimenta”, que si “el bebé mama o llora mucho es porque se queda con hambre”, que si “el bebé no se acostumbra a una pauta horaria le dañaré el estómago” (esto se lo dijeron a mi madre!), que si “con el sacaleches me saco poca cantidad es que no tengo leche suficiente”, etcétera etcétera y etcétera. Un “mezcla” que ha resultado fatídica para menoscabar la confianza de las mujeres en su lactancia.
Ante tanto prejuicio, que no te engañen: mamá, no lo dudes (por tu salud, por su salud, por el cariño y el vínculo), la teta es la leche.
*Artículo en Publico.es, 28/03/2016.